viernes, 22 de enero de 2010

CAMINANDO ANDACOLLO

Cada 25 de diciembre los habitantes de la cuarta región, realizan una peregrinación hasta la ciudad de Andacollo para visitar a la virgen y festejarla en su día. Desde distintos puntos de la zona llegan los caminantes en un recorrido que abarca aproximadamente 50 km.
Nuestra ruta personal comenzó en el sector de Pan de Azúcar a las seis de la tarde del día viernes 25. Desde allí enfilamos al sur caminando por la carretera que une la ciudad de La Serena con Ovalle, nuestro destino el Peñón; un villorrio ubicado a los pies del camino que asciende hasta Andacollo, trayecto que completamos en 3 horas. Llegar, comer y poner las piernas en alto fue una sola cosa. Es reconfortante descubrir que entre tanta gente desconocida, el pudor pasa a ser algo secundario y cualquier lugar medianamente camuflado aunque carezca de puerta, se convierte en un paraíso para tanta vejiga contenida.
Después de dos horas de caminata in interrumpida por la ruta pavimentada que une El Peñón con Maitencillo; nuestro segundo punto de merecido descanso, la fatiga se hace sentir.
El dolor comienza a matarme y resulta casi imposible definir, donde comienza o termina. La base del cuello, justo allí donde las vertebras se hacen más notorias, la parte baja de la columna, allí donde, como decía mi abuela; la espalda pierde su nombre. La unión entre el glúteo y la parte superior de la pierna, donde el elástico del calzón aprieta el muslo cuando hay sobrepeso.
El hueco popítleo como me dijo Elizabeth. Hueco popítleo repito, porque me encanta el sonido. Corva le llamo yo o ese espacio carnudo, ubicado en la parte posterior de la rodilla flanqueado por dos gruesos tendones que palpitan y tiran, palpitan y tiran, amenazando con cortarse al siguiente paso.
La fila de gente que me antecede o me sigue es larga, interminable y variada. Hombres, mujeres, niños, ancianos y ancianas que avanzan guiados por el fervor religioso, determinados a cumplir la manda prometida o agradecer el favor concedido. Una pareja camina en silencio enlazadas sus manos. Conectados al murmullo de un ragaetón que se escapa del audífono que comparten, avanzan a paso firme y determinado. Quieren llegar a la primera misa de la mañana como una ofrenda a la virgen. ¿Qué propósitos dan energía a su andar?.
La planta de mis pies arde y el dedo gordo cuya cara externa siento más inflamada con cada paso, me hacen ser toda dolor, toda pies, toda piernas, toda espalda. Hueco popítleo, hueco popítleo repito, hasta hacer del sonido un mantra, que eleve mi espíritu y me aleje de mi cuerpo dolorido.
Un extenso bosque de pimientos bordeando la ruta, anuncian Maitencillo y ese merecido descanso que tomaremos a como de lugar. Tendidos en la vereda o sobre el banco de la plaza haciendo lo imposible por estirar la musculatura contracturada. Acompañados de un sandwish, una barrita de cereal y una taza de humeante café que alguien tuvo la astucia de traer, damos por un instante una tregua a los huesos doloridos.
La hora de descanso pasa volando y el fuhrer, apodo que alguien acertadamente puso al Nico quien por sus años de experiencia en esta loca aventura lleva la batuta en esta orquesta, da el grito de partida y todos con resignación más que entusiasmo, retomamos la marcha.
Un sendero estrecho y sinuoso flanqueado por enormes cerros y bordeado de pequeños arbustos, cactus y roca que prácticamente adivino en medio de la noche, asciende por la quebrada y se empina hasta la cima. Intento observar el cielo para ganarme el premio de una estrella fugaz, pero temo perder el paso en medio de tanta piedra, arena suelta y oscuridad. Lo más seguro es sin duda, seguir a Sandro que lleva nuestra única linterna colgada de su frente, cuya luz circular, difusa y parpadeante apenas vislumbro tras su ancha figura. Me concentro entonces en sus gruesas pantorrillas e intento imitar su ritmo sin perder detalle; derecha, derecha, piedra, línea recta, cactus, izquierda, madriguera de conejos, derecha…Sus pasos guían los míos y una larga hilera de pequeños puntos de luz ascendiendo cerro arriba como estrellas regresando al cielo, guían los nuestros. Son los miles de peregrinos que como nosotros, cada año suben el 25 de diciembre, caminando a Andacollo. Solo esta imagen basta para pagar esta loca odisea y sentir que valió la pena. El dolor, el hambre, el sueño o el sudor ya no importan. El silencio del cerro, los grillos que aquí se oyen más suaves, casi respetuosos, las estrellas que atiborran el cielo con glotonería me hipnotizan y anulan por completo la fatiga o el dolor.
La ruta que caprichosamente cruza sobre el pavimento para internarse luego quebrada adentro, está señalada en puntos estratégicos, con letreros que recuerdan las estaciones del vía crucis.
Este es sin duda un pequeño calvario personal, que en su largo camino plagado de dolor, cansancio y renuncias fortalece el espíritu del caminante y en medio del silencio de este cerro imponente caminado por tantas almas al unísono, conmueve hasta la médula y nos recuerda quienes somos. Solo un pequeño punto de luz en esta larga hilera de estrellas que intenta a ratos con aciertos, otras muchas con fracasos ascender hasta la cima, hasta el cielo y al fin de todo hasta Dios.

martes, 14 de julio de 2009

CACO AL RESCATE

I

Mateo estaba sentado frente al computador con la vista fija en la pantalla mientras sus dedos regordetes, danzaban sobre el teclado con una agilidad sorprendente. De tanto en tanto estiraba el brazo para tomar una papita frita de un enorme paquete que escondía en un cajón del escritorio.
Su habitación al final de un largo pasillo era enorme, soleada y estaba decorada en distintos tonos de azul en un estilo moderno y juvenil. Todo allí combinaba a la perfección y estaba pulcramente ordenado como si formara parte de un departamento piloto.
-¡Mateo…Están tocando la puerta!. –gritó Rosa asomando la cabeza por la puerta de la cocina.
Hipnotizado por las electrizantes imágenes que segundo a segundo iban sumando más y más puntos a su juego, Mateo pulsaba las teclas sin mirar. Arriba, abajo, arriba y derecha, abajo, izquierda, concentrado en el valiente guerrero que avanzaba sorteando distintos obstáculos que le separaban de su meta; el cáliz de la vida y el poder. Argollas de fuego, dragones furiosos, escarpados acantilados se interponían entre Jake y la torre de la eternidad donde Praton había ocultado el cáliz para protegerlo de Mareda, la reina de la oscuridad.
-¡Mateo la puerta!. –rezongó la mujer entre dientes pero enseguida, en voz alta y pausada agregó con maternal resignación. -¡Ya voy, ya voy!. – cerró la llave del agua y secó sus manos en el delantal antes de encaminarse a la puerta de entrada.
Jake escalaba la última cima maldita que marcaba la entrada al bosque tenebroso; portal de los milagros. Ni siquiera Miguel Hernández; el niño más bakán de su curso había conseguido llegar hasta allí y si Mateo lo conseguía, sería un héroe entre sus compañeros y entraría a la élite de los triunfadores.
-¡Mateo!. –dijo Rosa en voz alta separando el audífono del oído del niño. -¿Estas sordo o te haces?.
-¿Qué, que?. –respondió Mateo como saliendo de un estado de trance.
-Hace más de cinco minutos te llamo y nada. –agregó malhumorada y se agachó decidida a desenchufar el computador. -¡Podría haberme muerto en este rato y ni cuenta te habrías dado!
-¡No Rosa!. –gritó lanzándose sobre el cable de la corriente. –¡Estoy a punto de llegar al bosque tenebroso!. Déjame guardar el juego para no perder los puntos y después lo apago. –la miró con cara de súplica!. -¿Por favor…Rosita linda preciosa?.
-Entonces…tiene que ser al tiro, porque alguien te busca en la puerta.
-¿A mí…quien me busca?. –Mateo dejó el juego en pausa y con algo de desconfianza caminó hasta el hall de entrada. Aquello era verdaderamente extraño. Su colegio quedaba a una distancia considerable y sus amigos que se contaban con los dedos de media mano, vivían muy alejados de allí.
El edificio era un lugar silencioso lleno de jóvenes profesionales que pasaban prácticamente todo el día en la oficina y al parecer no tenían hijos porque nunca se topó con ninguno en el ascensor o en el jardín, así es que conocidos allí tampoco tenía.
-¿Si?. –De pie en el umbral con la puerta apenas entreabierta, Mateo observaba a su supuesto visitante con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
-¿Estabas almorzando?. –preguntó el otro niño mientras escarbaba con desparpajo su nariz.
-¡No!. – Mateo tenía la boca llena y sabía que era de pésima educación hablar en esas circunstancias, así es que con disimulo tragó y guardó en el bolsillo de su polerón el paquete con el resto de papas fritas. Tenía once años recién cumplidos y era alto para su edad, blanco como la leche con un montón de pecas salpicando su nariz y pese a los esfuerzos de su mamá, estaba bastante excedido de peso.
-¿Puedo probar?. –El visitante escupió su mano, luego la restregó con la otra para limpiarla y la estiró hacia el dueño de casa con naturalidad.
-Yo…Bueno. –titubeó Mateo con una mueca de repugnancia y después de considerarlo un rato decidió que lo más saludable sería entregarle el paquete completo.
-¡Ricas...Mmm, mmm!. –. Repitió el otro niño después de engullir cada papita con una voracidad sorprendente. Cuando acabó con todo el contenido de la bolsa, se dedicó a examinar el envase por todos lados. -¿Te las traen de EEUU?.
-¿Qué?. –negó Mateo frunciendo el ceño irritado…e involuntariamente pensó: ¿De donde había salido ese niño tan ignorante?. Después de un momento considerando el asunto, agregó con suficiencia: –Mi mamá las compra en el supermercado…En realidad, las venden en todas partes.
-¡Hola!. –dijo finalmente el intruso estirando su mano para saludarle y después de doblar cuidadosamente el envase vacío como si fuera un tesoro invaluable lo guardó en su bolsillo. Era muy alto y delgado, con el cabello oscuro ondulado cerca de las puntas y la piel tostada especialmente en la zona de la nariz, que lucía algo más clara por los constantes despellejados. Sus anticuados jeans llenos de remiendos llegaban apenas a sus tobillos dejando a la vista un par de roñosas zapatillas de lona, que alguna vez fueron blancas. –¡Eran de mi hermano mayor!. –explicó sin vergüenza al ver la mirada escrutadora de Mateo y mostrando su sonrisa de enormes paletas blancas agregó: –Vivo a dos cuadras de aquí, cruzando ese parque…me acabo de mudar. Mi mamá me dio permiso para salir a conocer el barrio… Dice que en la casa la vuelvo loca.- Sacó la lengua, puso sus ojos bizcos e hizo girar el dedo índice sobre la sien para reforzar la idea.
-¿Te dejan salir solo?. – preguntó Mateo con un dejo de envidia.
-¡Por supuesto…a todos lados!. – el visitante no disimulaba su curiosidad e intentaba mirar por la puerta entreabierta pero Mateo con su cuerpo voluminoso bloqueaba toda visión posible. -¡Ven conmigo!. –dijo de pronto el niño agarrando su brazo con fuerzas. -¡Te voy a mostrar algo!. –y lo arrastró escaleras abajo.
-¡Dejé el juego en pausa!. –aulló Mateo intentando aferrarse a la puerta de departamento.
-¿Qué dejaste el juego en qué?. –gritó el otro niño desde la caja escala, un piso más abajo.
-¡Espera…debo avisarle a Rosa!. –suplicó Mateo luchando por seguir el paso del desconocido que parecía un corredor profesional.
-¡Volvemos al tiro!. –respondió y continuó bajando los peldaños de dos en dos sin cansarse. –Tu nana no se va a dar ni cuenta.
-Es que estoy cansado. – exclamó detenido entre el segundo y tercer piso. Exhausto y con el sudor corriendo a chorros por su frente agregó. –Corres muy rápido….¿Y por qué no bajamos por el ascensor?.
-Ya falta poco…-le animó el niño tironeando de su polera para ayudarle a continuar. -Lo que te voy a mostrar vale la pena…¡Créeme no te vas a arrepentir!.
-Ya voy, ya voy. –respondió Mateo jadeando. ¿Qué misteriosa razón le empujaba a correr escaleras abajo tras un desconocido?. Si su mamá se enteraba estaría castigado un mes entero. A llegar al primer piso se encontró de frente con el conserje que barría el hall de entrada.
-¡Hola René!. – saludó Mateo jadeando sin perder de vista al misterioso niño que se escabullía por la puerta del edificio.
-¿Y tu nana…no viene contigo?. –preguntó René mirando con insistencia el acceso a las escaleras mientras se ordenaba el cabello y cerraba el cuello de su camisa.
-La Rosa está planchando y me dio permiso para bajar un ratito. –se excusó con cortesía antes de continuar su carrera hasta el jardín.
-Dile a la señora Rosa…-agregó el conserje con una cómica mezcla de picardía y formalidad. –Que el viernes tengo el día libre.
-Está bien René…yo le digo. –respondió Mateo aguantando la risa y salió. El jardín era amplio y frondoso con una serie de senderos que comunicaban las tres torres que conformaban el hermoso condominio. Protegiendo sus ojos del sol Mateo miró en todas direcciones buscando al desconocido.
-¡Por aquí!. –gritó el niño antes de encaramarse entre las ramas de un enorme encino como si fuera un verdadero simio.
-Yo miro desde aquí. –respondió Mateo sofocado al llegar al pie del árbol. –No me dejan subir a los árboles.
-¡Debes subir!. - Agregó el niño llegando a su lado de un solo salto.
-¡Me van a castigar!. –suplicó Mateo mirando aterrado el enredoso entramado de las ramas sobre su cabeza.
–Ven…Yo te voy a ayudar. –y le indicó una ruta de nudos que sobresalían del tronco formando una especie de sendero por donde comenzó a empujarlo. -¡Estás…bien pesado!. –agregó el niño resoplando con Mateo sobre su espalda..
-Eso mismo…dice mi nana…-resopló.
Entre empujones y tirones consiguió hacerlo subir hasta una gruesa rama ubicada como a metro y medio del suelo.
-Shhh…No hagas ruido –dijo el niño en susurros señalando un pequeño hueco abierto en el tronco del árbol. –Es un nido.
Temeroso de mirar hacia abajo, Mateo avanzó gateando entre las ásperas ramas hasta llegar al lugar indicado por el otro niño.
-¡Por ningún motivo debes tocarlos o la mamá los mata!. –le alertó el desconocido hablándole con señas.
Tres diminutos gorriones que apenas salían del cascarón, les miraban piando aterrados. Olvidando por un instante el hecho de estar trepado sobre un árbol con un extraño, olvidando el calor, al cansancio o los rasguños de sus piernas, Mateo conmovido hasta la médula, observó el maravilloso espectáculo sin respirar apenas. Un sonido a sus espaldas llamó su atención y pensando que don René les estaba observando volteó para hablarle pero perdió el equilibrio y cayó al suelo.
-¿Pensaste que podías volar?. –preguntó el niño desde el árbol, estirando un brazo para ayudarle a levantarse.
-¿No viste a nadie observándonos bajo el árbol?. –preguntó Mateo poniéndose de pie un poco adolorido.
-Yo no…¿Y tú?. -dijo el extraño al bajar del árbol sin prestar mayor atención a los rasguños en las piernas de Mateo. -¡Me muero de sed!. -dijo y se sacó el jockey para secar el sudor que corría por su frente. -¡Vamos a pedirle al jardinero que nos moje con la manguera!.
-¿Estás loco?. –preguntó Mateo sorprendido y pensó en las cosas tan extrañas que se le ocurrían a ese niño. –Mejor subamos al departamento y le digo a la Rosa que nos prepare un jugo. Después podemos bajar a la piscina –Aunque sus padres le tenían estrictamente prohibido conversar con extraños, aquel niño estaba un poco loco y carecía de buenos modales pero parecía inofensivo. Seguro a Rosa le caería bien. -¡Vamos!.

II

-¿Tus padres…viajan mucho?. –Sentado en una de las modernas banquetas de la reluciente cocina, el niño se deleitaba con un enorme vaso de coca-cola lleno hasta el tope, sin dejar de mirar con desconfianza la puerta del refrigerador por donde habían caído los cubos de hielo.
-Un poco. –Mateo no pudo evitar el recuerdo del último viaje de sus padres a Europa. Había sido a principios de ese año y duró casi un mes y medio. Para variar él se quedó en Santiago con Rosa y su abuela Marta que aunque no era mala persona, se la pasaba tejiendo horribles suéteres con extrañísimos puntos que después su madre le obligaba a usar.
-¡Este día estaremos de regreso sin falta…te lo prometo!. –sin querer recordó a su padre poniéndose el abrigo antes de salir rumbo al aeropuerto. A partir de ese momento, Mateo fue tarjando cada día, esperando llegar pronto a la fecha marcada con un enorme círculo rojo en el calendario de la cocina.
Durante su ausencia llamaron cada noche y regresaron cargados de los más increíbles regalos…Una semana exacta, después de la fecha señalada con rojo en el calendario.
-¿Vamos a dar una vuelta?. – el misterioso niño se paseaba por la cocina como un condenado marcando la goma de sus zapatillas por todo el cerámico blanco. Finalmente se detuvo en seco como si hubiera tenido una idea brillante y enderezó su jockey. -Afuera dejé mis patines nuevos…¿Te los muestro y patinamos un poco?.
-Me encantaría pero…no puedo… Mañana tengo clases y la Rosa no me deja salir los días de semana.
Mateo era un niño reservado y algo tímido. Sus padres le tenían estrictamente prohibido salir solo y la única compañía con que contaba durante buena parte del día, era la de su nana que se la pasaba limpiando la casa y solo a veces, cuando le quedaba algo de tiempo libre, aceptaba acompañarlo a la plaza.
-¡Tu mamá es tan exigente!. –rezongaba Rosa cuando le tocaba limpiar con un cepillo de dientes las ranuras del reluciente cerámico de la cocina.
En todo caso, a él tampoco le gustaba salir porque los otros niños apenas si le saludaban y la única vez que lo invitaron a jugar fútbol en la plaza, lo dejaron durante todo el partido sentado en la banca. Mejor era quedarse en el departamento y ver televisión o jugar videojuegos. Sin embargo y por alguna extraña razón, aquel niño le hacía sentir en confianza como si le conociera de siempre.
-¿Sabes como le digo a mi nana?. –susurró Mateo conteniendo la risa y el otro niño se encogió de hombros. -Le digo… ¡Rosa la foca!.
-¿Por qué?. –preguntó intrigado.
-Porque es gorda, tiene los pies así. –la imitó caminando como un pingüino. –Y su piel es tan oscura, estirada y brillante como la de una foca. Ambos rieron hasta que salieron lágrimas de sus ojos.
-¿Salimos entonces?. –insistió el desconocido asomando su cabeza para ver si la ruta hasta la entrada se encontraba despejada y después parándose muy tieso se llevó la mano a la frente en un gesto típicamente militar. Entonces agregó. -¡Sin moros en la costa mi capitán!.
-Igual no puedo salir…-respondió Mateo decepcionado paseándose por la cocina con las manos en sus bolsillos. –Ayer pasó algo… y estoy esperando que llegué mi mamá.
-¿Qué pasó?. – aunque apenas se conocían, la repentina seriedad de Mateo le intrigó sobremanera.
-La verdad…no estoy seguro, pero yo creo que anoche mi papá… tuvo un ataque.
-¿Ataque…de qué?. – el niño abrió los ojos como si hubiera visto al mismísimo diablo.
-En realidad…¡No sé!...Yo creo que de corazón…¿De que más podría ser?. –aseveró Mateo con autoridad y una pizca de desdén.
-No sé. –se disculpó el visitante sobando su cabeza para aclarar un poco las ideas. –Podría ser...de hambre…de sueño o…de hipo. A mi perro le dio un ataque de hipo el año pasado y después de dos días…se murió. Mi mamá dijo que se había comido un ratón y era tan grande que se atragantó.
-¡Mi papá no se va a morir!. –gritó Mateo furioso con sus ojitos anegados por las lágrimas. Después con disimulo secó su rostro con la manga del polerón y agregó un poco más calmado. –La ambulancia se lo llevó al hospital…para hacerle unos exámenes…Mi mamá dijo… que no debo preocuparme.
-Si tu mamá lo dice… es verdad…Las madres no mienten…lo tienen prohibido. –dijo cerrando sus ojos y levantando la mano derecha mientras ponía la otra sobre su pecho jurando teatralmente.
-¡Eres un tonto!. –lo reprendió Mateo aún más entristecido. –Los padres siempre mienten…Dicen que los hijos somos lo más importante para ellos pero se la pasan trabajando…Dicen que solo quieren llegar a la casa pero en cuanto llegan, se cambian de ropa y vuelven a salir. Dicen que nos quieren pero viajan lejos y nunca llevan a sus hijos. –con la voz entrecortada y un nudo que apretaba su garganta agregó. - ¡Todos los padres mienten!.
-A lo mejor…mienten a veces. –meditó el niño tratando de aclarar la cuestión. –Pero igual nos quieren…somos sus hijos y salimos de adentro de ellos mismos, o sea… de ellas. Los hijos somos…-continuó lleno de inspiración, emocionado por la poesía de sus propias palabras hasta que el puntero del reloj que marcaba las siete en punto le trajo de golpe a la realidad. -¡Mi mamá me va a matar…me tengo que ir!.

III

-¡Espera un poco…no te vayas…!. –gritó Mateo alcanzando a su extraño visitante que ya estaba fuera del departamento y le propuso entusiasmado. –Le puedo pedir a la Rosa que nos prepare pollo asado con papitas fritas.
-Mi mamá me castiga cuando llego tarde y no aviso… – dijo colgando los relucientes patines sobre su hombro. –Mañana vengo y salimos a patinar…-apurado abrió la puerta del ascensor que recién llegaba y subió.
-¡No sé patinar…nunca lo he hecho!. –respondió Mateo un tanto avergonzado.
-No importa…Yo te enseño. –dijo asomando su sonrisa de enormes paletas blancas por entre las puertas que comenzaban a cerrarse y desapareció.
Con una extraña sensación mezcla de sorpresa y contento Mateo cerró la puerta del departamento y se encaminó a la cocina.
-¿Tienes lista la comida?. – mecánicamente abrió la puerta del refrigerador para mirar dentro.
-Te sirvo al tiro porque no quiero que empieces a picotear como un ratoncito. –Rosa le bloqueó el paso y pellizcó las regordetas mejillas del niño. -Tu madre dice que soy la culpable de tu sobrepeso y no quiero más retos. A propósito… ¿Quién era ese niño?... Nunca antes lo vi por aquí aunque su cara…-dijo como pensando. -me parece conocida de algún lado.
-A mi también…me ocurrió lo mismo…- titubeó Mateo intentando recordar si le conocía de antes pero se sentía tan entusiasmado que pronto lo olvidó. – Es mi amigo, es nuevo en el barrio.
-¿Y como se llama?.
-No sé…olvidé preguntarle. -respondió algo preocupado.
-Y si no lo conocías de antes…¿Por qué vino a tocar el timbre del departamento…Quién lo dejó subir?. –insistió Rosa con cara de detective privado terminando de picar la lechuga.
-No había pensado en eso…en verdad es raro. –respondió intrigado rascándose la cabeza en actitud de concentración. –Cuando lo vuelva a ver le preguntaré.
-Pobre niño… tan mal vestido…parecía sacado de una revista de caricaturas –murmuró Rosa entre dientes como si no le hubiera escuchado.
-¿Qué dijiste Rosa?. –con disimulo sacó un par de aceitunas y se las echó a la boca.
-Nada mi niño. –respondió ella dándole unas palmaditas cariñosas para salir del paso. –Vaya a lavarse las manos que al tiro voy a servir su comida.

Después de terminar su comida, mientras Rosa instalada en la sala de estar veía la teleserie y planchaba, Mateo se sentó a lo indio sobre la blanca alfombra de pelo largo.
-¡Ya Rosa…pregúntame las tablas!...Me toca aprender la del doce. –agregó entregándole el cuaderno dispuesto a cumplir con la petición de su madre de repasar las tablas cada día hasta el examen.
-La del doce me la sé de memoria. –rezongó Rosa rechazando el cuaderno y comenzó a repetir como un loro. –Doce por uno, ocho, doce por dos…
-¡Ya pues Rosa…debes preguntarme a mí!.
-Está bien. –Resignada por no poder hacer gala de sus conocimientos y con algo de malicia comenzó su interrogatorio. –¿Doce por cinco?.
-¡Así no vale!. –farfulló Mateo impaciente. –Debes preguntar en orden.
-¡Está bien!. –sonrió la mujer fingiendo decepción. –Partamos de nuevo…Doce por cero…
La campanilla del teléfono les distrajo y Rosa desenchufó la plancha para ir a la cocina a responder.
-Debe ser tu madre…-dijo en tono serio y preocupado. -Vuelvo enseguida y seguimos estudiando.
-¡Yo contesto…quiero hablar con mi papá!. – Mateo se puso de pie como un resorte y corrió a toda velocidad para llegar al teléfono antes que Rosa. -¡Aló!. –respondió con voz de hombre grande. -¿Eres tu…mamá?.
Rosa observó como cambiaba su carita a medida que transcurría la conversación y sintió que el corazón se le encogía dentro del pecho.
-¿Qué te dijo?. –preguntó con delicadeza cuando el niño cortó.
-Se va a quedar con mi papá en la clínica. –Respondió con la rabia atorada en la garganta y sus ojitos llenos de lágrimas. –No me dejó hablar con él…Dijo que se sentía muy cansado. Seguro es mentira…Ella siempre me miente. –Soltó la mano de su nana y corrió a encerrase en su habitación después de dar un feroz portazo que retumbó por todo el departamento. Tendido sobre la cama lloró hasta quedarse dormido con la cara enterrada bajo la almohada.
Con ayuda del llavero de emergencia que guardaba en un cajón de la cocina, Rosa abrió la puerta y entró para arropar al niño que aún dormido, sollozaba. Apretando su mano se quedó a su lado hasta que oscureció, susurrando a su oído palabras de consuelo y amor como cada noche hacía su madre cuando ella era pequeña. –Tu papá te quiere mucho…tu mamá te quiere mucho…yo te quiero mucho.
Después de quitarle las zapatillas y el pantalón, acomodó las almohadas, besó sus mejillas tibias y le bendijo.
-Que Dios te proteja. –dijo en voz baja con el corazón entristecido. Se había dormido sentada en el sillón y un fuerte tirón en su espalda terminó de despabilarla. –Y cuide de mi salud para terminar de criarte.
Cerró la puerta con suavidad para no despertar a Mateo y masticando sus propios pesares, recorrió el largo y silencioso pasillo hasta la sala de estar.
-¡Cuida señor de mi patrón y permite que regrese pronto!. –dejó escapar en un suspiro y encendió la televisión. Eran apenas las nueve, estaba comenzando el noticiero y aún quedaba un alto de ropa por planchar.

IV

El timbre sonó cuando faltaba un cuarto para las cuatro.
-¡Hola Rosa!. –dijo la joven con energía después de dar un abrazo al niño y entregarlo a su nana. -¡Aquí le traigo a su regalón!.
-¡Gracias Paulina!. – respondió sonriente y tomó la mochila de Mateo para aliviarlo de su enorme peso. Justo antes de cerrar la puerta recordó y salió aprisa para llamar a la muchacha. -¡Paulina!...Mi jefa te dejó el cheque de este mes.
-¡Gracias!. – respondió la muchacha doblándolo con cuidado.
-¡Ahh!... me olvidaba!. Dile a don Marco que no me traiga al niño tan tarde…Llega hambriento, malhumorado y sin ganas de estudiar.
-Es que con esto de los actos finales en los colegios los niños se distraen. Esta semana he tenido que entrar todos los días al colegio buscándolos sala por sala. -se disculpó la joven.
-Dígale que la señora está pensando en cambiar a Mateo a otro furgón para el próximo año.
-Esta bien Rosa yo le digo, pero usted explíquele a su jefa la situación. ¡Mañana prometo apurar el recorrido!. –respondió la joven antes de subir al ascensor.
El timbre del teléfono la sobresaltó y corrió a la cocina para responder.
-¡Aló!. –dijo al tiempo que revolvía una enorme y reluciente olla donde hervía una salsa que despedía un delicioso aroma a tomates frescos y hierbas. -¡Si señora ya llegó!...Se fue directo a su pieza…¿Quiere hablar con él?. –sintiendo como si un enorme nudo comenzara a formarse en su garganta agregó muy seria. –Está bien señora Paula…¡Yo le digo!.
-¡Rosa, Rosa!. –repetía con tristeza mientras caminaba por el largo pasillo. Al llegar a la habitación de Mateo, se detuvo un momento para observarlo en silencio por la puerta entreabierta aprovechando de inspirar profundo para contener las lágrimas que luchaban por escapársele. Sentado en el borde de la cama con el uniforme a medio sacar, miraba absorto por la ventana.
-¿Era mi mamá?. –preguntó con aire indiferente sin mirar a Rosa.
-Si…dijo que te quiere mucho…-se acercó a su lado y acurrucó al pequeño en su pecho llenando su cara de besos, que entre risas y rezongos Mateo intentaba rechazar. Enseguida agregó. –Dijo también…que mañana temprano va a pasar por la casa antes de ir a la oficina.
-¿Tu crees que va a regresar?. –la miró a los ojos con seriedad como esperando descubrir en ellos una respuesta sincera.
-¿Tu amigo del otro día?. –Rosa acercó una silla para ayudarlo a cambiarse.
-Mi papá. –respondió el niño con la mirada ausente.
-¡Por supuesto!. –aseveró Rosa esforzándose para sonreír.

V

El timbre sonó al rato y Mateo corrió hasta la entrada, rogando para que fuera su nuevo amigo quien tocaba.
-¡Hola!...-dijo el aludido en un susurro y se coló misteriosamente hacia el interior antes de ser invitado. –¡Cierra rápido que me vienen siguiendo!.
-¿Quién te sigue?. –Mateo asomó la cabeza con disimulo y creyó ver una sombra saliendo desde el hall hacia la caja escala. Intrigado se asomó por la puerta mirando escaleras abajo pero no había nadie.
-Un hombre vestido con delantal blanco. –Respondió muy serio el otro niño poniendo el seguro después que Mateo entró al departamento.
-¡Estás loco o te haces!. –Después de mirar afuera del departamento por última vez para estar seguro, Mateo cerró la puerta y se quedó mirando al niño que venía ataviado con un enorme impermeable amarillo, unos anteojos oscuros y un sombrero de paño color verde muy oscuro.
-¡Es en serio!...Un hombre con delantal blanco me venía siguiendo y de pronto…¡Desapareció!.
-¿El hombre llevaba un delantal limpio como de doctor o un delantal sucio como de carnicero?.
-Era un delantal limpio, muy limpio… como de doctor. –respondió el niño sobándose la cabeza para esclarecer el recuerdo.
-Yo no veo nada. –agregó Mateo un poco confundido oteando con disimulo hacia el acceso al edificio por las cortinas entreabiertas de la ventana del living. –Miré en todas direcciones y no hay nadie.–ante la insistencia del otro niño que le miraba con cara de haber visto un fantasma, Mateo volvió a asomarse por el balcón para corroborar su afirmación. – La única salida es por la puerta principal que da al jardín y allí solo veo a don René.
-¿Usa delantal blanco?. –preguntó el otro niño entre señas sin atreverse a mirar.
-Bueno…blanco, blanco…No. Medio gris diría yo. –respondió Mateo medio dudoso.
-¿Qué está haciendo…?. –insistió el niño parapetado tras las cortinas.
-Está barriendo las hojas. –agregó Mateo observando al niño con la extraña sensación de estar olvidando algo importante.
-¡Pss, pss….Don René!. –escucharon susurrar a Rosa desde la logia. –¿Podría venir a revisar el citófono?.
Muertos de la risa se echaron sobre la alfombra para escuchar el resto de la conversación.
-¿Juguemos a los espías?. –preguntó de pronto el misterioso visitante sacando una enorme lupa desde el bolsillo de su pantalón.
-¿Y como se juega a eso?. – preguntó Mateo no muy convencido.
-Buscando…pistas…huellas. – respondió paseando su mirada investigadora por entre los libros de arte apilados sobre la mesa de centro.
-¿Qué tipo de pistas?. –preguntó Mateo sin mucha convicción, siguiendo al niño en su misterioso recorrido por el living.
-¡Aquí…encontré la primera pista!. - exclamó el niño enfocando con la lupa a una hormiga que bajaba por el brazo del sillón de cuero blanco.
-Es solo una hormiga. –Con los brazos cruzados sobre el pecho Mateo observaba a su amigo con un dejo de preocupación.
-¡Vamos a descubrir el hormiguero!. –ordenó con voz de general mientras gateaba por la alfombra concentrado en seguir el rastro de la hormiga, que pronto se unió a una larga hilera que comenzaba a formarse tras la lámpara.
-¡No van a buscar nada…A un lado!. –chilló Rosa empujando a los niños al tiempo que apuntaba el insecticida con precisión militar hacia la indefensa hilera de hormigas. -¡De estas rebeldes me encargo yo!. –cuando estuvieron todas muertas, sopló triunfante la boquilla del tubo de insecticida como si fuera un revolver.
-¡Tu nana parece un boina negra!. – gritó el niño entusiasmado observando fascinado la masacre con su lupa.
-Eres bien mala Rosa…Pobres hormigas...¿Acaso no viste la película…? -acongojado Mateo observaba a la única sobreviviente que cojeando a duras penas, intentaba escapar por una ranura en el guardapolvos.
-¿Qué película...El ataque de las hormigas mutantes?. –Sintiéndose acalorado, el niño se sacó el impermeable y con la lupa se dedicó a observar los enormes poros de su mano.
-¿Hormigas mutantes…En que planeta vive este niño?. –Meneando la cabeza, Rosa recogió las hormigas muertas y las guardó junto al insecticida en el bolsillo de su delantal, antes de regresar a la cocina.
-Tu nana ya exterminó al enemigo…¿Quieres ir a patinar ahora?.
-¿Me vas a enseñar?. –Una chispa de entusiasmo encendió el rostro de Mateo.
-¡Por supuesto!. –respondió con autoridad al tiempo que escupía su palma y estiraba el brazo para sellar el compromiso en un apretón de manos. -¡Palabra de hombre!.
-¡Palabra de hombre!.- respondió Mateo cerrando los ojos al devolver el apretón. Después corrió al baño a lavar sus manos. -¡Rosa…Vamos a estar en el estacionamiento!. –gritó desde la puerta antes de salir.


VI

-Si tu madre te ve así…¡me mata!. – transpirado de la cabeza a los pies, con el rostro colorado como un tomate y el pelo pegoteado sobre la frente, Mateo esperaba en la puerta del departamento con la respiración entrecortada por la fatiga. -¿Qué le ocurrió a tus rodillas?. –gritó Rosa histérica al ver un hilillo de sangre que chorreaba hasta el calcetín.
-¡Aprendí a patinar!. –Orgulloso y con la sonrisa de oreja a oreja, Mateo entró al departamento como un huracán. -¡Me muero de hambre!...¿Que nos tienes para el té?.
-¡Tres hurras por Mateo!. –irrumpió el amigo sin fijarse en Rosa que les miraba boquiabierta y a todo pulmón gritó: - Hip hip, ¡hurra!, hip hip ¡hurra, hip hip, ¡hurra! ¿Por quien? ¡Por Mateo!.
Muda y medio en trance a causa de la impresión, Rosa abrió la puerta de la cocina para dejarles entrar.
Un queque de yogurt recién horneado, leche con frutillas frescas, tostadas con palta y dos pocillos con duraznos al jugo bien fríos, les esperaba sobre la mesa.
-¡Guauuu!...- exclamó el niño mirando todo como hipnotizado. -¿Estás de cumpleaños?.
Como dos náufragos recién rescatados, ambos amigos se lanzaron al ataque hasta acabar con todos los manjares y dejar la mesa limpia.
-Ya me cansé de patinar…¿Quieres ir a ver televisión?. –sin esperar la respuesta, Mateo caminó hasta su habitación con el otro niño pegado a sus talones.
-¡Guauuu!. –repitió embelesado al entrar al dormitorio. -¡Tienes un televisor para ti solo…Taaaan grande…y delgado!. –recorrió la habitación examinando todo con asombro.
-En la pieza de mis papas hay uno de 29 pulgadas, en la sala de estar hay otro de 45 pulgadas y en la pieza de Rosa hay uno pequeño que antes estaba en la cocina.- respondió Mateo con naturalidad.
-En mi casa hay un solo televisor. –comentó el visitante concentrado en investigar como encender el magnífico aparato. – Está en el living y solo lo podemos encender cuando mi papá llega del trabajo y vemos Perdidos en el espacio.
Mateo rápidamente se instaló frente al computador dispuesto a continuar el juego interrumpido el día anterior. Concentrado en las conocidas imágenes que comenzaban a aparecer en la pantalla, tanteó en su velador hasta encontrar el control remoto y con indiferencia lo apuntó hacia el televisor para encenderlo y sin mirar dijo. -¡Encendido!
Una manada de elefantes atrapados al final de un angosto pasadizo ubicado entre dos enormes paredes de piedra corrían aterrados presintiendo el fin. El estruendo de varias escopetas disparadas al unísono, más el barritar de los elefantes y el volumen del televisor al máximo retumbó en toda la habitación y lanzó al misterioso niño de espaldas al suelo. -¡Es en colores!. -exclamó sentándose casi sin respiración y la cara llena de risas –Enseguida se sentó a lo indio sobre la mullida alfombra y se dedicó a mirar embelesado el televisor.
-¿Sabe tu mamá donde estás?. –Rosa entró a la habitación con un alto de ropa limpia que comenzó a ordenar dentro del closet.
-Siii. –respondió como en trance hipnótico sin despegar sus ojos de la enorme pantalla.
-Ya son casi las siete y Mateo tiene clases mañana. –insistió Rosa. -¿Tu no vas al colegio?.
-Terminé las clases el 28 de noviembre. –respondió como un autómata sin mirarla. –Me eximí de todos los exámenes.
-¿En serio?...- Ahora era Mateo el asombrado. –No pareces…alguien… estudioso. –agregó con desconfianza y usando el control remoto apagó el televisor.
Después de rezongar un rato, el extraño visitante hizo sonar sus nudillos, se incorporó y mirando a Mateo con la seriedad de un hombre mayor agregó. -¡Cuando crezca voy a ser doctor como mi papá!. Él me enseñó su método secreto.
-¿Método secreto?. –se burló Mateo.
-Poner atención en clases. –respondió hurgueteando en el escritorio de Mateo. - Mi papá me enseñó, es fácil.
-¡Ves Mateo!. –Rosa cerró las puertas del closet y caminó hasta el enorme ventanal para bajar las persianas. Aunque afuera el sol aún alumbraba, la habitación quedó completamente a oscuras. Poseedora del don de visión nocturna según Mateo, Rosa caminó hasta la entrada y encendió la luz. –Eso es lo que siempre dice tu papá…¡Poner atención y repasar!. –recitó de memoria.
-¡Se hizo de noche!...¡Me tengo que ir!....- dijo de pronto el niño antes de salir corriendo por el pasillo. - ¡Mañana vuelvo y vemos más televisión!. –gritó desde la entrada donde había dejado sus patines y cerró la puerta.
Al ordenar los cojines desparramados sobre la cama, el jockey del niño salió volando y fue a dar justo frente a los pies de Mateo. Automáticamente recordó las palabras de su nuevo amigo el día en que se conocieron.
-Es mi gorra de la suerte. –sin dar importancia al sudor que corría por su frente, se la quitó para mostrársela lleno de orgullo. -Me la trajo mi tío Jaime de EEUU…Es de los medias rojas de Cincinati… -sorprendido ante la indiferencia de Mateo agregó. –Es un equipo de béisbol… –Con cierto desaliento, intentó reafirmar la idea haciendo el gesto de batear una pelota. -¿Béisbol…conoces ese deporte?.
-¡Amigo…tu gorra!. –Mateo corrió por el pasillo e intentó darle alcance pero el niño ya había tomado el ascensor.
-Mañana te acompaño, vamos hasta su casa y se lo devuelves. –dijo Rosa examinando con repugnancia el interior desgastado y seboso del gorro, después lo guardó cuidadosamente dentro de una bolsa de plástico transparente y lo dejó sobre el escritorio.
-No sé donde vive... –Una extraña ansiedad le invadió al tomar conciencia del asunto. –Y nuevamente… olvidé preguntar su nombre. -¿Qué ocurriría si su amigo nunca volvía?. Mañana sin falta buscaría en internet…Seguro allí encontraría alguna información de su paradero.

VII

La oscuridad comenzaba a apoderarse de la ciudad que de pronto, se llenó de pequeños puntos de luz que ordenadamente iban definiendo las formas simétricas de cuadras, calles y avenidas.
Sendos rasguños de rosa, rojo y lila aparecieron en el poniente rompiendo el negro del cielo e iluminaron el rostro de Paula con algo parecido a una sonrisa.
-Si el cielo tiene arreboles por la tarde…mañana estará despejado. – recordó la clásica frase de su abuela Ema, que incluso en los peores días de lluvia tenía el don de animarla. Sin querer, los recuerdos de su infancia pasada en el campo en casa de sus abuelos había marcado un antes y un después en su vida.
La sala de esperas casi a oscuras y el pasillo inusualmente silencioso sin visitas a esa hora de la tarde, se le antojaron un regalo. Después de pasar el día entero intentando concentrarse en la conversación de cada persona que apareció por la clínica para saber de su esposo. Después de agradecer mil veces por las oraciones, los santitos y las mandas ofrecidas se sentía agotada. Habían sido dos noches de insomnio y sin embargo le resultaba imposible conciliar el sueño con tanta preocupación y en otro lugar que no fuera su cama. Una y otra vez se repetía las mismas preguntas…¿Por qué no nos dimos cuenta antes?. ¿Qué sería de ella si su esposo no mejoraba?...¿Hace cuanto no le decía lo mucho que lo amaba?
Todo el personal de la clínica se había portado de maravillas y se deshacían en atenciones con la esposa del médico en jefe de pediatría.
-No comió nada... –La auxiliar examinó la bandeja que un rato antes había traído para Paula y la encontró intacta.
-Es que tengo el estómago cerrado…No puedo comer. - Sentía la cabeza abombada a causa del aire acondicionado, las piernas acalambradas y la forma del sillón dibujada en su espalda como si ya formara parte de su anatomía.
-¿Necesita algo más?. –preguntó la mujer con amabilidad antes de entrar al ascensor.
-Una frazada si fuera posible…- con disimulo secó sus ojos que amenazaban con desbordarse y con humilde sinceridad agregó. -Anoche me entumí y este sería…el peor momento para resfriarme.



-Tu me vas a disculpar Paula…nunca me ha gustado meter mis narices en sus asuntos. –había dicho esa tarde la acongojada madre de Juan al ver a su hijo postrado e inconsciente. –Pero esto del ataque lo veía venir…Últimamente…Juan y tú…solo pensaban en trabajar y trabajar.
-Bueno…yo. -comenzó Paula sin energías para discutir. –Es que tenemos tantos gastos…
-¡No hay salud que aguante tanto…menos con lo gordo que estaba!. Y no creas que te estoy reprochando. –continuó su suegra entre sollozos. –Es solo que ya no tienen tiempo para nada más que para trabajar y siento que Mateo está quedando muy solo…
-Mateo es un niño muy maduro y sabe que su madre tiene que trabajar…además Rosa lo quiere como a un hijo.
-Eso es cierto, pero Rosa solo es su nana y el niño pasa más tiempo con ella que contigo. En que momento descansas, paseas o… regaloneas a tu hijo?.


¿Y en que momento regaloneas a tu hijo?. La punzante pregunta volvía una y otra vez como uno de esos terribles dolores que ningún analgésico consigue calmar.
-Señora Paula…Su frazada. –la frase pronunciada con insistencia la trajo de regreso a la realidad.
-¡Perdón!. –se disculpó dando un brinco y mecánicamente recibió la frazada apretándola contra su pecho. –Estaba con la cabeza en la luna.
-¿Necesita alguna otra cosa?. –La mujer notó la fatiga y el abatimiento en el rostro de Paula y sintió una honda compasión. Delicadamente la tomó del brazo, la llevó hasta el sillón y comenzó a hablar muy lento, como si le costara trabajo elegir las palabras correctas. –Perdone si soy intrusa pero…¿Me permitiría usted…orar por su marido?.
-Yo… bueno…o sea… si usted quiere...está bien. –respondió ella sorprendida e incapaz de negarse sin parecer maleducada.
-Venga conmigo. –dijo la mujer tomándola de mano y en silencio la arrastró hasta la sala de tratamiento intensivo donde su esposo era atendido. El zumbido apagado de los monitores y una iluminación tenue daba al lugar un aspecto onírico con los sueros suspendidos en el aire y las siluetas de los enfermos recortadas contra la penumbra.
La mujer se instaló junto a la cama y tomó una de las manos inertes del paciente apretándola sin respuesta, después tomó la mano de Paula e hizo que esta tomara a su vez la mano de Juan cerrando el círculo.
-¿Usted…cree en Dios señora Paula?. –preguntó la mujer observándola con detenimiento.
-Yo…-titubeó Paula. –Yo creo que si…bueno…Todos creen…supongo.
La mujer entonces, cerró los ojos y comenzó a murmurar rebuscadas palabras a un volumen apenas audible. El tono monótono de la voz recordó a Paula un programa que años atrás pasaban los domingos en la TV y sintió deseos de reír. Todo aquello se le antojaba algo ridículo y fuera de toda lógica, pero una extraña autoridad emanaba de aquella mujer y la retenía allí, asida de su mano incapaz de negarse a nada.
Después de un rato de apasionada oración que Paula medio escuchó, entrelazada con sus pensamientos, la mujer agregó a modo de cierre. -¡Confiando en tu amor eterno pido esto en nombre de tu hijo Jesús!…¡Amén!.
Mansamente asida a esa mano cálida Paula sintió flaquear sus rodillas. Quebrada por una emoción inexplicable intentó dominar un espasmo que comenzaba a crecer en su estómago.
-¿Se siente un poco mejor ahora?. –preguntó la mujer con mucha ternura.
-No lo sé, ocurrió algo muy extraño…–comenzó a decir muy sorprendida y emocionada. –Reviví de manera muy nítida…un evento de mi pasado.
-Tal vez…sea un evento que la marcó…para siempre. –dijo la mujer con delicadeza.
-Recordé a mis abuelos…Ellos vivían en el campo y eran muy pobres. Aún así… Cuidaron de mi mamá y mis hermanos después que mi papá nos abandonó.
-¿Nunca más supo de él?. –preguntó la mujer con delicadeza y Paula negó con la cabeza.


–Perdone…–se disculpó tímidamente. -¡Nunca le había contado esto a nadie…No sé que me ocurre!. –Con la fuerza de un aluvión algo estalló en su pecho y la desbordó.
-Es el espíritu del señor que ya comenzó su trabajo. –dijo la mujer con naturalidad sacando de su bolsillo un paquete de pañuelos desechables que puso en manos de Paula.
Lágrimas retenidas por años brotaron como un manantial y no se acabaron hasta llevarse parte del dolor que oprimía el corazón de Paula.
-¡Gracias!. –dijo Paula invadida por una deliciosa sensación de calor y sosiego que no recordaba haber experimentado nunca en su vida y con el rostro congestionado agregó. –En
verdad…No entiendo lo que acaba de ocurrir pero…agradezco su oración…Usted es…
-No soy yo… -respondió la mujer con humildad. - ¡Es el señor!.
-Disculpe…- insistió Pula al ver que la mujer caminaba tranquilamente hacia la puerta. - ¿Cuál es su nombre?.
- Sara… como la mujer de Abraham… La que dudó de las promesas del señor –respondió ella con suavidad. –¡Usted no dude!…que Dios todo lo puede.

VIII

Sintiéndose deliciosamente liviana, tranquila y con una extraña sensación de renovada confianza Paula tomó una decisión.
-Creo que esta noche iré a mi casa…-se dirigió al jefe de turno que monitoreaba a un paciente. –Necesito dormir un poco y ver a mi hijo.
-Su marido está en las mejores manos. –respondió él con amabilidad. - Vaya a su casa y descanse… cualquier novedad la llamamos.
Te amo mucho – susurró Paula humedeciendo con sus lágrimas la mejilla de su esposo -Todo va a estar bien…
Al salir al hall donde había pasado los últimos dos peores días de su vida, la frazada cuidadosamente doblada sobre uno de los sillones la hizo sonreír y en silencio pronunció una palabra que desde aquel día adquiría un nuevo sentido. -¡Gracias!.
-Ya no estás sola…El señor está contigo y debes pedir confiando...No dudando nada. – Sin querer, había memorizado las palabras dichas por Sara.

IX

El departamento estaba a oscuras y solo el tic- tac del reloj de la cocina rompía el silencio allí reinante.
En puntillas caminó por el pasillo hasta la habitación de Mateo y en silencio se acercó a la cama para dar a su hijo el beso de las buenas noches.
-Aunque no siempre lo demuestre y pase poco tiempo contigo…debes saber que tu mamá…Te quiere mucho y pase lo que pase…siempre estaremos juntos. –dijo en susurros sintiendo en su rostro la respiración tranquila de su hijo.
-Yo también te quiero mucho. -respondió el niño de improviso colgándose del cuello de su madre.
-¡Hiciste trampa…Estabas despierto!. –La oscuridad ocultó el leve rubor que coloreaba las mejillas de Paula.
-¡Volviste mamá!. –gritó Mateo eufórico.
-Decidí dejar a tu papá tranquilo para venir un ratito a la casa.
-¿El…va a mejorar?. –Mateo se incorporó un poco para mirar de frente a su madre.
-Por supuesto. –mintió ella sin convicción. –Solo esta aprovechando para descansar un poco. El trabajo en el hospital lo tenía algo estresado.
-Mamá…Soy un niño… No un retrasado…¡Dime la verdad!. – Cruzando las piernas a lo indio se sentó sobre la cama y encendió la luz.
-¡Apágala por favor!. Prefiero hablar a oscuras…
-No quieres que te vea llorar…- Mateo tomó la cara de Paula entre sus manos y en la oscuridad intentó verla a los ojos. -¡No te hagas la valiente y dime!...¿Mi papá se va a morir?.
-¿Quieres saber la verdad?...Hasta hoy…¡Perdón!.- se corrigió al recordar a Sara. – Hasta hace solo dos horas atrás, estaba convencida que tu padre moriría...
-¿Y ahora?. –De un salto se hincó junto a su madre y comenzó a brincar sobre la cama.
-La verdad…¡No lo sé!... no estoy segura, pero siento… algo así como una certeza.
-¿Qué es una certeza?. –preguntó Mateo.
-La seguridad respecto… de algo. Yo siento que Juan va a mejorar…Siento que esto que estamos viviendo ahora…Este dolor, esta incertidumbre tan grande es solo…
-¿Es solo que?...¡Termina de una vez por favor!.
-Algo así como una prueba, algo que debemos superar para aprender y …- le resultaba extraño estar escudriñando en algo tan profundo con un niño de 11 años.
- Sacarnos ese siete por el que tanto nos esforzamos. –agregó Mateo con naturalidad.
-¡Eso!. –en verdad los niños podían ser sorprendentes. – Sacarnos un siete o…Ser mejores personas.
En silencio se abrazaron y sin necesidad de más palabras, quedó implícito un acuerdo…un pacto de confianza mutua.
-Ahora duerme que mañana debes madrugar para ir al colegio.
-¿Puedo ir a la clínica?. –preguntó Mateo cuando Paula ya salía de la habitación.
-No creo que sea buena idea…Tal vez mas adelante… Voy a preguntar si pueden entrar niños. -respondió haciendo rodeos. –Además mañana tengo que ir a la oficina si quiero conservar mi trabajo.

X

Eran las cinco cuando sonó el timbre. Puntualmente como los otros días.
-¡Es mi amigo!. –gritó Mateo y corrió a la puerta. Antes de abrirla sacó el jockey de y se lo puso. -¡Hola te estaba esperando!. – dijo sin demostrar mucho interés.
-¡Tienes mi gorra!. – con un movimiento rápido la sacó de la cabeza de Mateo y la puso en la suya. Pareció recuperar parte de sí mismo y respiró aliviado. –Pensé que la había perdido…Y mi tío Jaime ya no viaja más a EEUU…Habría perdido mi suerte para siempre.
-Antes que lo olvide nuevamente…debo hacerte una pregunta. –dijo Mateo muy misterioso.
-¿Qué pregunta es esa tan importante?.
-¿Cómo te llamas?. –preguntó sin rodeos.
-¡Caco…a sus órdenes!. –dijo el niño estirando la mano para saludar con formalidad.
- ¡Entonces…entra Caco… necesito tu ayuda!. –exclamó Mateo con autoridad mirando en todas direcciones para asegurarse que Rosa no andaba rondando y arrastró a su amigo al interior del departamento.
-¡A sus ordenes mi general!. –respondió Caco cuadrándose marcialmente.
-¡Shhh…habla despacio que Rosa puede oírnos!.
-Está bien. –respondió Caco por medio de señas. -¡Escúpelo!.
-¿Queeé?. – Mateo comenzaba a impacientarse.
-¡Suéltalo!...¡Dime!...¿De que se trata?. –aclaró cansado de tanta incomprensión.
-Quiero ir a la clínica a ver a mi papá. –Había arrastrado a su amigo hasta un closet que quedaba en el pasillo donde su madre guardaba todo tipo de cachureos. Desde cajas con adornos navideños hasta zapatos de ski.
-¿Y en que topamos?. –preguntó Caco concentrado en abrir una caja llena de revistas antiguas y sacó una para mostrársela a Mateo. –¡Tienes la colección completa de Mampato!.
-¡Caco…estoy hablando de algo muy serio!. –le quitó la revista y la volvió a guardar dentro de la caja.
¡Verdad!. –respondió con humildad. –Es que… la colección completa de Mampato también…es…cosa…seria –ante la mirada de Mateo que amenazaba con fulminarlo allí mismo, dio por cerrado el asunto de las revistas.
-¡Necesito que me acompañes a la clínica!.
-Esta bien...¿Que debo hacer?. –cruzó las piernas a lo indio y se le quedó mirando con seriedad.
-Déjame pensar, déjame pensar. –con los ojos cerrados meneaba la cabeza de un lado al otro intentando encontrar alguna solución brillante. -¡Ya sé!...Dile a Rosa que estás de cumpleaños y soy tu único invitado…No va a resistir la pena.
-No hay problema. –respondió Caco con firmeza y salió del closet al borde de la asfixia.
-¿Qué haces vestido así?. – mientras conversaban, Caco se había puesto un enorme sombrero y un abrigo color fucsia con flores amarillas que Paula usó años atrás, para una fiesta de disfraces. -¿Estás loco?…No puedes salir a la calle vestido así.
-¿Y por qué no…?.- respondió Caco haciendo un coqueto pestañeo mientras paseaba por el pasillo contorneando cómicamente las caderas. – ¡A mi mamá le encantaría este abrigo!.
-Si me ayudas…¡Te lo regalo!. – a ratos le desesperaba la falta de seriedad de Caco.
-¡Hecho!...-afirmó Caco con determinación. –Me voy y volveré a tocar el timbre…Deja que sea Rosa quien abra la puerta. -dejó el abrigo botado y salió disparado hacia la entrada.
Había transcurrido menos de un minuto y Mateo terminaba de ordenar el desbarajuste dejado por su amigo, cuando escuchó el timbre. Obedeciendo las órdenes de Caco, corrió hasta su habitación y desde allí gritó a todo pulmón.
-¡Rosa el timbre…!.
-Rosa, siempre Rosa…- repitió la mujer y entre rezongos agregó. -¡Si se me quema la mermelada no te quejes!.
-Rosita linda…-respondió Mateo en tono meloso. - ¡Estoy terminando mi tarea!.
Después se sentó frente al escritorio y se quedó muy quieto, intentando escuchar la conversación que se desarrollaba entre Caco y Rosa.
-Mateo…te vienen a invitar. –dijo Rosa al entrar a la habitación, aderezando la frase con unos extraños gestos que Mateo fingió no entender.
-Estoy terminando mi tarea…-conocía a su nana y sabía que aquella muestra de responsabilidad, surtiría efecto inmediato.
-Es que tu amigo está de cumpleaños…- después se puso por delante para que Caco no la viera y con cara de súplica, agregó gesticulando para que solo Mateo la entendiera. -¡Eres su único invitado!.
Allí estaba Caco con cara de ángel, el cuello de su camisa abotonado hasta arriba y su desordenada melena muy peinada.
-Mi papá…nos está esperando abajo. –agregó haciendo señas a un caballero gordo sentado en una banca de la plaza que respondió al saludo y volvió a su lectura.
-¡Está bien!...Te voy a dar permiso, pero debes regresar antes de las ocho…Si tu mamá se entera…¡me mata!.
-No se preocupe Rosa…mi papá lo viene a dejar después. –Caco habló en un tono tan humilde poniendo esa cara de cordero degollado que Rosa se conmovió hasta la médula y le dio un abrazo que casi lo ahoga. Si duda alguna, su debilidad eran los desvalidos de este mundo.


-¡Aguanta el ascensor…vuelvo al tiro!. –Mateo recordó algo antes de cerrar la puerta y sigilosamente regresó al departamento. -¿En verdad ese era tu papá?
-Obvio que no. -respondió Caco sin vergüenza.
-Ahora si podemos irnos. –dijo Mateo al cerrar finalmente la puerta del departamento y entrar a ascensor.
-Ya tengo hambre. –instantáneamente vino a su memoria el queque de yogurt. -¿Trajiste provisiones?.
-¡Mejor que eso!. –hurgueteó en su mochila y sacó un rectángulo plástico de color azul y amarillo. –Tomé prestada la tarjeta BIP de la Rosa..Mi mamá siempre se la carga a principios de mes. –una sonrisa de triunfo iluminó el rostro blanco y pecoso de Mateo.

XI

Acostumbrado a ver la ciudad desde el asiento de algún automóvil, a Mateo le tomó un par de minutos orientarse antes de enfilar rumbo al Oriente.
-Caminando dos cuadras por esta calle…- apretando la mochila contra su espalda, caminó decidido y orgulloso de su valor. - …llegamos a la avenida principal donde pasan los buses.
-Tengo hambre… –Caco medio caminaba, medio saltaba para esquivar las junturas del pavimento.
-Traje algo para más tarde…- De pronto se detuvo en seco y se quedó mirando a su amigo con impaciencia. -¿Por qué caminas así?....-preguntó.
-¡No sé…Me gusta!. –respondió Caco impávido y siguió saltando. -¡El que pisa las líneas pierde!.
-¡Esta bien…!. –Poco amigo de la actividad física, dudó un minuto respecto de la conveniencia de aquel juego tan infantil. Si algún conocido del colegio le viera, se convertiría en el hazme reír de su curso y se burlarían de por vida. Finalmente miró en todas direcciones. Al fin y al cabo que más daba, la calle estaba desierta y Caco casi llegaba a la esquina. Respiró hondo y se lanzó a brincar de cuadro en cuadro hasta darle alcance. Al pasar a su lado le dio un empujón haciéndole perder el equilibrio. -¡Pisaste la línea!. –se burló y sin perder el tiempo continuó saltando para llegar al paradero antes que su amigo.
-¡Hiciste trampa!. –gritó Caco a todo pulmón y echó a correr para alcanzar a Mateo.

Mientras hacían la fila para subir al metro, Mateo volteó la cabeza y buscó entre el gentío. Sentía una mirada fija en su espalda, como si alguien les viniera siguiendo. Aunque no era la hora pick, con todos los problemas del recién inaugurado sistema de movilización, la ciudad era un caos y las estaciones del metro parecían verdaderos hormigueros humanos. Toda aquella gente le resultaba extraña y no pudo distinguir a nadie que tuviera el aspecto del clásico sospechoso.
-¿Viste al hombre?. –preguntó Caco señalando en dirección a las escaleras mecánicas.
-¿Qué hombre?. –Mateo dio un brinco mirando en todas direcciones.
-Ese que nos seguía al bajar al andén. –Rezongó decepcionado al perderlo de vista.-¡Desapareció!.
–Hace un rato… sentí la mirada de alguien en mi espalda. -confirmó Mateo al recordar la extraña sensación que tuvo al entrar a la estación del metro.
Apretados entre el gentío como jamón dentro de un sándwich y concentrados en observar el modus operando del moderno sistema, ambos niños olvidaron momentáneamente sus inquietudes y se dedicaron a disfrutar de la aventura.
-Mi mamá jamás usa el metro. – recorriendo las enormes y modernas estaciones, llenas de obras de arte, mosaicos y afiches multicolores, ambos niños se sintieron como turistas de visita en un país extranjero.
-La mía tampoco. –respondió Caco con la boca abierta y la nariz tan pegada al grueso ventanal que lo empañó por completo.
-Mi mamá dice que es peligroso y la Rosa dice que es porque jamás lo ha usado.
-Yo opino lo mismo. –respondió Caco afanado en abrir una ventana.
-¿Lo mismo que quién?... –una mujer mayor que no se despegaba el celular del oído, miraba a Caco con cara de terror pensando que se lanzaría tren abajo. Mateo en un repentino ataque de responsabilidad, le tironeó de la polera para hacerlo sentar y la mujer le sonrió agradecida.
-Lo mismo que tu nana…¡Por supuesto!. Esto es mejor que la nave de “Perdidos en el espacio”…¿La has visto?.
-Si…era la serial favorita de mi papá… Una vez la vimos juntos en el canal de películas antiguas. - respondió Mateo concentrado en el mapa de la estaciones. - ¡La próxima es la nuestra!.

La clínica donde trabajaba su padre y donde también se encontraba internado, era una de las más modernas de sud- américa. Mateo soñaba con ser un día un gran traumatólogo y operar muchos huesos rotos en una gran consulta mirando el cerro como la que su papá tenía.
El hall de acceso con sus limpias paredes pintadas en distintas tonalidades de beige brillante, estaba despejado a esa hora de la tarde y tres recepcionistas cuchicheaban distraídamente. Era su oportunidad de preguntar a alguna con cara de pajarito nuevo, sin levantar sospechas.
-Estamos buscando a nuestra mamá. –dijo Caco poniendo cara de niño desvalido. Iba a agregar algo más, pero un montón de sillas de ruedas estacionadas muy cerca del mesón distrajo su atención.
-Ella nos pidió un café y bajamos buscando la cafetería, pero… nos perdimos. –agregó Mateo mirando al suelo para que sus nervios no lo delataran.
-¿El nombre del paciente?. –preguntó la secretaria encendiendo la pantalla de su computador mientras Caco corría a toda velocidad con una de las sillas escapando de un guardia.
-Juan…Juan Claudio Méndez. –dijo Mateo con repentina seriedad, como si todo el peso de la preocupación le hubiera caído encima.
-Unidad de tratamiento intensivo…cuarto piso dobla a la izquierda y al final del palillo…- respondió la joven sin mirar y Mateo respiró aliviado. Resueltamente dirigió sus pasos hacia el ascensor haciendo señas a Caco para que le siguiera.
-¿Está allí tu madre?. –preguntó de pronto la recepcionista a sus espaldas.
-¿Mi madre?...-de seguro le había reconocido y llamaría a su mamá para acusarlo.
La campanilla del teléfono que comenzó a sonar con insistencia le salvó y Mateo aprovechó la distracción de la mujer para escapar.
-¡Que alivio!. – pensó al no encontrar a nadie conocido en el ascensor ni en el largo pasillo que desembocaba en un pequeño hall del cuarto piso. Allí había varias personas que al parecer esperaban noticias de algún ser querido. Una señora mayor sentada en uno de los sillones intentaba leer una revista sin prestar realmente atención, una joven con el rostro hinchado de tanto llorar se aferraba al que parecía ser su padre o…su abuelo, un hombre de unos cuarenta con la barba muy crecida miraba la puerta en estado hipnótico mientras se tocaba mecánicamente el cabello que lucía sucio y desordenado.
Sin duda el temor y la desesperación unían a todas aquellas personas en esa pequeña sala. La vida de alguien querido pendía de un hilo tras esas puertas de batiente donde decía: UNIDAD DE TRATAMIENTO INTENSIVO “Acceso restringido”.
-Anda tú…-dijo Caco con algo de seriedad al fin. –Yo los distraigo.
Mateo caminó disimuladamente hacia la puerta cuando le oyó lanzar un desabrido y estridente ..¡Haaaay!, seguido de otros más suaves que terminaron convertidos en lamentos y gemidos. Todos voltearon a ver lo que ocurría y Mateo se escurrió pasillo adentro.
En una enorme habitación había varias personas dentro de unos pequeños cubículos cerrados con cortinas. Todos parecían dormidos y estaban conectados a unas extrañas máquinas. Sigilosamente oculto tras las cortinas para no ser descubierto Mateo comenzó a recorrer la sala buscando a su padre.
-¿Papá?. –preguntó descorriendo con suavidad la cortina pero se encontró a una mujer de unos treinta, profundamente dormida.
A medida que avanzaba por la sala viendo dentro de cada cubículo, se encontró a un anciano calvo y arrugado, a un niño de su misma edad, a una mujer muy gorda y rubia. Todos parecían dormidos, con una serie de tubos y cables conectados desde sus cuerpos a diferentes maquinas, cuyos monitores con letras fosforescentes recordaron a Mateo una serial de TV.
Al mirar un gabinete que estaba al fondo de la sala, le pareció ver a un hombre de unos cuarenta años de pie junto a una de las camillas. Era alto, cabello oscuro y ondulado con las primeras canas asomando en las sienes. Vestía delantal blanco y tenía una mirada franca que dio a Mateo la confianza de acercarse.
Al llegar al último cubículo donde había visto al médico y descorrer la cortina, tuvo la impresión de su vida al encontrarse frente a su padre. Parecía profundamente dormido aunque un enorme tubo entraba por su boca. Intentó quitarlo para que su papá respirara libremente, pero estaba firmemente adherido en su rostro con cinta plástica. Miró en todas direcciones buscando a quien preguntar pero el hombre de delantal blanco se había esfumado.

XII

En la sala de esperas Caco se paseaba como un león enjaulado esperando el regreso de su amigo que al fin, apareció unos veinte minutos después. Pálido como la nieve, la mirada extraviada y las piernas temblorosas.
-¿Lo viste… hablaste con él?. –preguntó Caco sinceramente preocupado por el estado de su amigo.
-El…él.. -balbuceó apenas- Tenía el cuerpo tan quieto…Parecía….muerto. –dijo cuando al fin pudo articular palabra.
-¿Te dijo…algo?.
-Le hablé y tomé su mano para despertarle pero nada. Él no me respondió…No dijo nada, nada. –sorbió los mocos que le llegaban hasta la boca y Caco le mostró como limpiarlos con la manga del polerón.
-Mi mamá me reta. –agregó Mateo entre sollozos.
-Tu mamá no va a saber. –insistió Caco mostrando su manga derecha llena de manchas oscuras. –Este fue el del último resfrío…mi mamá lo lavó, pero quedó igual. Tomó a su amigo por los hombros y le arrastró hasta la puerta de la clínica. –Si tu papá se hubiera muerto…-dijo esforzándose por consolarle. –ya lo habrían enterrado.
Esa noche mientras Mateo intentaba dormir con el recuerdo de su padre vivo en la memoria, escuchó sollozar a su madre y sin hacer ruido caminó hasta su habitación.
-¿Puedo dormir aquí?. –normalmente la respuesta era negativa, así es que al no obtener respuesta, Mateo se dispuso a regresar a su habitación.
-Está bien…-dijo Paula al fin con un hilillo de voz. –Yo también me siento…un poco asustada. Un poco de compañía me hará bien.
-Yo te cuido. –dijo Mateo y se acurrucó a su lado.
-¿Sabes hijo?. –dijo Paula en la oscuridad. –Estaba pensando…Que tal vez yo podría trabajar un poco menos y…pasar más tiempo en la casa, tal vez…ayudarte con las tareas, ir a tomar un helado o al cine…¡Cosas así!...¿Te gustaría?.
-Si es lo que tú quieres. –respondió intentando disimular su felicidad. –¡Por mí estaría bien!.
-Estos últimos días he sentido que mis prioridades…
-¿Qué son prioridades?. –preguntó Mateo acurrucándose junto a su madre.
-Bueno…es el orden de importancia que damos a las cosas que hacemos o las que queremos conseguir…No sé como explicarlo mejor. –comenzó a explicar Paula.
-¿Y cuales son tus prioridades?. –preguntó Mateo nuevamente.
-La verdad…yo creía tener claro mis prioridades y ahora de pronto comprendo lo equivocada que estaba. Si a tu padre o a ti les ocurriera algo…yo…moriría y nada de lo que he perseguido toda mi vida, tendría sentido.
-¿Tu trabajo o el trabajo de mi papá…por ejemplo?.
- El deseo de darte todo lo que yo no tuve…-Paula sintió un nudo oprimiendo su garganta y un deseo incontenible de llorar. –Una hermosa casa, buenos juguetes, la mejor educación.
-¿Cuándo tenías mi edad… eras tan infeliz?.-Mateo se había enderezado en la cama y apoyado sobre un codo intentaba ver el rostro de su madre en la oscuridad.
-Yo fui muy feliz, en verdad fui una niña muy amada. –la sonrisa de su madre, el rostro bonachón de su abuelo, el cuerpo abundante y cálido de su abuela vinieron a su mente con claridad. -¿Sabes?...No sé en que momento perdí el rumbo y comencé esta loca carrera.
-Pero tu trabajo es importante. –Agregó Mateo hinchado de orgullo. –Todos mis compañeros están envidiosos porque mi mamá es gerente de una empresa importante y la más linda de todas las mamás del curso.
-¡Gracias!. –respondió Paula conmovida hasta la médula. –Yo también me siento orgullosa porque todo lo he conseguido con mucho sacrificio, pero creo que si hago otro pequeño esfuerzo…puedo hacer algunos ajustes para tener un poquito más de tiempo libre y tal vez incluso…
-¿Incluso que?. –de un salto se puso de pie y encendió la luz del velador.
-Incluso…-agregó Paula cautelosa. –Si Dios quiere y tu papá mejora pronto…podemos encargar ese hermanito que por el que tanto has esperado.
-¡Un hermanito…viva!. –gritó dando saltos sobre la cama y se lanzó en brazos de su madre. -¡Si es hombre le pondremos Caco!. –exclamó resuelto.
-¿Caco?. –preguntó sorprendida. –Ese es un sobrenombre.
-Aunque sea un sobre no se qué…¡me gusta!. –insistió Mateo lleno de entusiasmo.
-Ya veremos más adelante…Aún falta mucho para eso. –sonrió Paula estirando el brazo para apagar la luz. –Ahora duerme y pide a Dios que tu papá regrese pronto. Mientras él no regrese…tú eres el hombre de esta casa.
Acurrucado junto a su madre escuchó al viento soplando raudo entre los altos bloques de departamentos, pero no sintió miedo. Escuchó el graznido de un ave que erizó la piel de su nuca, pero no sintió miedo. Escuchó crujir la madera del piso y las puertas, pero no sintió miedo. Ahora era el hombre de su casa y los hombres no sienten miedo.

XIII

A la mañana siguiente despertó temprano y su madre ya no estaba. ¡Seguro estaría en la clínica!. Un extraño sonido proveniente de la ventana llamó su atención y se levantó a ver. El sol brillaba en todo su esplendor y una suave brisa refrescaba la temperatura del ambiente primaveral que en un par de horas más, se haría insoportable.
-¿Quieres ir a pescar?. –Allí estaba Caco, lanzando piedrecillas a la ventana. Vestía un extraño pantalón de goma con bota incluida, una chaqueta corta sin mangas llena de pequeños bolsillos y un cómico sombrero de ala corta del que colgaban pequeños elementos metálicos. -¡Mi papá nos va a llevar!. –gritó a todo pulmón.
-Son anzuelos…cada uno de éstos es el recuerdo de algún viaje de pesca. –contó a Mateo al cruzar el parque para llegar hasta su casa.
Pedir permiso a Rosa fue lo más difícil, porque el recurso del único invitado al cumpleaños, ya estaba agotado.
-Le diremos que necesito ayuda con matemáticas. –pensó Caco.
-El otro día le dijiste que ya terminó tu año escolar. –objetó Mateo muy serio.
-Le diremos que murió mi perro…¡No, mejor eso no!.
-¡Tienes razón…eso no!.
-Le diremos que mi papá nos lleva a pescar muy cerca de aquí y volveremos antes que regrese tu mamá.
-Me parece bien. –En tres palabras el asunto quedó decidido. Rosa se mostró dócil y amable, conmovida de ver a su niño cambiar el computador un día sábado, por una actividad al aire libre en buena compañía.
Al cruzar la arboleda del parque, una extraña sensación parecida a una pequeña descarga eléctrica recorrió el cuerpo de Mateo.
-¿Sentiste eso…?. –interrogó a Caco que continuó caminando como si nada.
-¿Sentir…que?. –preguntó éste concentrado en desenredar el hilo de pescar que amenazaba con estrangularlo de un momento a otro.
El barrio donde estaba la casa de Caco era modesto y anticuado, con sus casas de ladrillo pintadas en desabridos colores que con el paso del tiempo, lucían desteñidos.
-Son pobres. –pensó Mateo sin hacer ningún comentario. Muy distinto de la modernidad que se respiraba del otro lado del frondoso parque. Allí todo era acero, hormigón y vidrios polarizados.
Lo primero que llamó su atención al llegar a casa de Caco, fue un extraño artefacto con ruedas estacionado fuera del garage.
-¡Es la casa rodante!... –dijo Caco hinchado de orgullo. –En ella recorrimos todo el sur el año pasado…¡llegamos pescando salmones… hasta Puerto Montt!. ¿Quieres verla por dentro?.
La madre de Caco parecía mayor. –pensó Mateo al verla. -Con su delantal de cocina, el rostro sin una gota de maquillaje y el cabello amarrado en una simple cola de caballo.
-¡Mi mamá es más joven y linda!. –pensó orgulloso al imaginarla en sus elegantes tenidas de ejecutiva y su cabello siempre bien peinado.
-¡Hola Mateo!...Caco habla tanto de ti, que ansiábamos conocerte. – el papá de Caco, era amable, bonachón y ya tenía algunas canas en su pelo oscuro. Seguro era más viejo que su papá. Nuevamente tuvo la extraña sensación, de haberlo visto antes en algún otro lugar.
-¡Ya me acordaré!. –pensó fugazmente.
–A mi…puedes llamarme don Fish…-dijo él. -Es una antigua broma familiar.
-Ese sobrenombre se lo puso mi hermano mayor. –susurró Caco en su oído. –después te contaré…
El día de pesca resultó una experiencia extraordinaria. Después de viajar aproximadamente dos horas con rumbo sur, se montaron en un pequeño bote inflable y navegaron río arriba rodeados de pinos y sauces hasta que cayó la tarde. Durante el recorrido, fotografiaron especies nativas de aves y árboles que el papá de Caco conocía por su nombre científico.
Resultó ser médico igual que su padre y ornitólogo aficionado.
-¿Tu papá no trabaja?. –preguntó Mateo con disimulo a su amigo.
-Solo por las mañanas en el hospital y hoy es sábado. –respondió Caco concentrado en probar el carrete nuevo.
-Decidí que necesitaba pasar más tiempo con mi familia y cerré la consulta del centro. –agregó su padre. - Al menos, hasta que Caco crezca y se independice un poco.
-Así tenemos tiempo para salir a pescar. –dijo Caco con su entusiasmo habitual.
-Mi papá trabaja toda la mañana en el hospital y en la tarde atiende pacientes en una consulta privada. En las noches también trabaja, visitando pacientes en sus casas. – comenzó a enumerar. –Lo malo es…que no lo veo mucho. –agregó con una extraña sensación que a menudo le asaltaba. -Casi siempre llega a la casa cuando yo ya estoy durmiendo y deja un chocolate en mi velador …
-¡Mmmm…Chocolate!. –A Caco se le hizo agua la boca.
-¡Por eso estoy gordo!. –dijo muy serio después de un rato e involuntariamente se largó a reír. –Tal vez debería dejar de comerlos.
-O traérmelos a mí. –dijo Caco con la boca hecha agua.
-Tal vez… podrías decir a tu padre…lo mucho que lo extrañas. –agregó don Fish atento a la caña de Mateo, que comenzaba a curvarse bajo el peso de algo que tiraba con fuerza.
-¡Picó…picó!. –gritó Caco dando saltos dentro del bote.
-¡Ahora debes recoger con fuerza!. –dijo don Fish que había soltado su propia caña para ayudarle.


Al bajar del bote, Mateo perdió el equilibrio, cayó al agua y quedó mojado de pies a cabeza. En un diminuto closet de la casa rodante encontró ropa seca para cambiarse y eligió una camisa escocesa de franela con un gastado blue jeans que le quedaron.
-Era de mi hermano mayor cuando tenía mi edad…¡Es mi favorita!. –dijo Caco mientras se entretenía revisando el resto de las prendas guardadas.
-Es la ropa vieja que guardamos para las vacaciones. –dijo don Fish antes de cerrar el closet y dar un tirón de orejas a Caco.
Antes de emprender el regreso, el papá de Caco les hizo bajar de la casa rodante para tomar una fotografía.
¿Quieres usar mi jockey de la suerte?. –ceremoniosamente como si estuviera entregando el bando presidencial, Caco se sacó el jockey y lo puso en la cabeza de Mateo que con la sonrisa de oreja a oreja sostenía en su brazo libre, el trofeo de pesca; Dos enormes truchas arco iris.
Un enorme palote que descansaba sobre la zapatilla de Caco desvió su atención y le obligó a bajar la mirada, justo en el instante en que don Fish dijo:
-Miren el pajarito. –y apretó el botón de la cámara.
-¡No vale…Mateo salió mirando el suelo!. –rezongó Caco exigiendo la repetición de la fotografía.
-Lo siento. –respondió su papá. – Era la última del rollo…No quedan más.
Comenzaba a bajar el sol cuando Caco y su papá dejaron a Mateo frente al edificio.
-¡Chao don Fish…muchas gracias!. –gritó a todo pulmón cuando el furgón casi llegaba a la esquina. –Fue el mejor día de mi vida. –agregó para si mismo lleno de entusiasmo. Al cruzar la reja del edificio, divisó a Rosa muy pegadita a don René, conversando bajo unos árboles en el rincón más apartado del jardín del condominio. Parapetado tras una hilera de ligustrinas para que Rosa no descubriera su tardanza, avanzó agachado en dirección a la puerta de su edificio.
-¡Hola mi niño!. –gritó Rosa antes de correr a abrazarlo. Al intentar escabullirse Mateo tropezó con la manguera y cayó cuan largo sobre un rosal -¿Qué haces allí?. –dijo su nana tironeando de su brazo para rescatarlo de entre las espinas. -¿Cómo te fue…pescaste algo?. –De pronto reparó en la extraña indumentaria del niño - ¿Y que haces vestido así?.
-Es que..me caí al agua y el papá de Caco me prestó esto…Pero…¿No estás enojada?. –agregó con cierta desconfianza pensando que Rosa guardaba toda su energía para retarlo en privado.
-¿Enojada…por qué?. –preguntó ella muy risueña y con la mirada un poco perdida.
-Es que…se nos hizo un poco tarde…El río quedaba lejos…
-¡No hay problema!. Tu madre aún no ha llegado, es sábado y para todos ha sido una tarde…maravillosa. –aseguró Rosa con cara de enamorada mirando a don René que se les acercaba caminando por el sendero.

XIV

La última semana de clases, terminó entre las ausencias de Paula, los rezos de Rosa por la pronta mejoría de su patrón y las incursiones de Mateo a la plaza y a la piscina del edificio, en compañía de su amigo Caco.
Mateo le enseñó a jugar Marco Polo. Caco a hacer chinas y lanzarse bombas para salpicar a las jovencitas que se entretenían tomando el sol en la orilla de la piscina.
A escondidas de Rosa treparon a los árboles, hicieron carreras en patines y lanzaron escupitajos desde la ventana de la cocina, a los transeúntes desprevenidos que pasaban por la calle.
Mateo fue perdiendo gradualmente el color lechoso de la piel hasta obtener un saludable bronceado pese a las exigencias de Rosa por el uso de bloqueador. Alejado de la TV y el computador, adelgazó y creció varios centímetros.
Durante esa corta temporada a finales de su sexto año escolar y comienzos del verano, Mateo venció un poco la timidez y escudado tras el desplante de Caco, hizo nuevos amigos entre niños y niñas del edificio, a los que nunca antes vio y que jugaban en la piscina mientras las nanas se entretenían cuchicheando a la sombra de los quitasoles.
Fue en una de esas incursiones veraniegas al regresar de una productiva jornada de pesca, que ambos amigos hicieron un juramento.
El sol aún estaba alto cuando regresaron a casa de Caco y la destartalada pelota tirada en el pasto les iluminó.
-¿Juguemos un partido de fútbol?. –dijo Caco al bajar de la casa rodante.
-Nunca he jugado. –reconoció Mateo avergonzado. –Solo lo he jugado en el computador …Bueno…he sido reserva un par de veces. - comenzó a excusarse. -Si prefieres yo puedo mirar…además ya es un poco tarde y no quiero que la Rosa se enoje.
-¿Mirar...Te volviste loco?. –sobándose la cabeza como solía hacer cuando necesitaba concentración, miró a Mateo con seriedad y le dijo: -¿Te acuerdas de la primera vez que fui a tu casa y no querías dejarme entrar?.
-Si bueno…es que no te conocía y tenía estrictamente prohibido hablar con extraños.
-¿Conoces a Elías Figueroa?. –preguntó Caco tomándolo por los hombros.
-Yo…bueno…creo haber escuchado alguna vez su nombre…no estoy muy seguro.
-¡Es mucha ignorancia…Como no vas a saber¡. –respondió Caco al borde de la histeria.
-¿Es…arquero?. –preguntó Mateo como tanteando.
-¡Es defensa de la selección chilena…el mejor defensa que ha tenido este país!.
-Y eso…¿Qué?. –insistió Mateo sin entender a donde apuntaba tanta explicación.
-Vamos a jugar un partido y tú vas a ser defensa. –dijo con firmeza antes de salir corriendo a golpear la puerta de los vecinos para invitarlos a jugar y desde allí le gritó. -¡Como Elías Figueroa!.- De pronto se detuvo pensativo y sobándose nuevamente la cabeza agregó. – Y…¿Sabes lo que hace un defensa?.
-Bueno…¡Si!...de saberlo lo sé.
-¡Bien!. –dijo Caco y corrió a golpear la puerta de la siguiente casa.
Finalmente los equipos quedaron conformados de la siguiente manera: Caco y varios amigos de la edad con don Fish al arco, jugaron contra los hermanos mayores de Caco y sus amigos. El partido difícil y luchado, terminó en un increíble empate a tres goles por lado.
Tomando un vaso de limonada fría que don Fish preparó para todos los jugadores, Caco y Mateo sentados en la solera, se reponían del partido mientras analizaban la vida y sus sinsabores.
-Yo quisiera que mi papá fuera como el tuyo. –reconoció Mateo con un dejo de tristeza.
–Bueno…yo sé que mi papá tiene que trabajar pero…me gustaría que lo hiciera un poco menos…que al menos…llegara a la casa más temprano.
-¡Ya sé!. –como si una brillante idea le hubiera asaltado de pronto, Caco se levantó de un brinco y corrió hacia la casa. –¡Vuelvo al tiro!.
Transcurridos algunos minutos, Caco apareció trayendo puesto su querido gorro de pesca que ceremoniosamente puso en manos de Mateo.
-¿Y esto?. –preguntó éste extrañado.
-Pon tu mano derecha sobre el gorro. –dijo Caco muy serio cerrando los ojos. –Ten cuidado de no clavarte con algún anzuelo. –agregó entreabriendo un solo ojo.
-¿Para…qué?. – Mateo aún no se acostumbraba a ese tipo de locuras como juramentos y promesas que tanto le gustaban a su amigo Caco.
-Cierra los ojos y repite. –respondió Caco con autoridad.
-Bueno…está bien. –resignado cerró los ojos y puso su mano derecha sobre el sombrero.
-Yo Caco…-dijo él
-Yo Caco. –repitió Mateo aguantando la risa.
-¡No…tu tienes que decir tu nombre!. –Caco comenzaba a impacientarse pero respiró profundo para no enojarse y repitió. -Yo Caco prometo formalmente…
-Yo Mateo, prometo formalmente…
-Ser el mejor papá del mundo. –dijo Caco.
-Ser el mejor papá del mundo.
-Siempre jugar con mis hijos, sin importar lo cansado que esté. –continuó diciendo Caco con mucho sentimiento.
-Siempre jugar con mis hijos, sin importar lo cansado que esté. –repitió conciente del rumbo que tomaba la nueva locura de su amigo.
-Llevarlos a pescar…enseñarles a andar en bicicleta y a jugar fútbol.
-Llevarlos a pescar…-continuó repitiendo muy solemnemente Mateo.
-Ahora a sellar el compromiso. –se escupió la mano y la estiró para que Mateo la estrechara como hicieran anteriormente y con voz grave agregó: -Palabra de hombre.
-Palabra de hombre. –repitió Mateo estrechando la mano de su amigo después de haber escupido en la suya.
-Ahora…para que nunca olvides esta promesa… te voy a dar mi gorro de pesca. – después de pronunciar un par de palabras a modo de fórmula mágica, puso el sombrero en la cabeza de su amigo.
-¿Lo dices en serio?. –Mateo se sintió emocionado hasta las lágrimas, pero se controló a tiempo y solo carraspeó para despejar su garganta que amenazaba con cerrarse.-¡Es tu gorro de pesca!...¿Estas seguro?.
-Mi papá se compró uno nuevo y me heredó el suyo…entonces yo…te regalo el mío. –dijo
muy serio mientras acomodaba el sombrero en la cabeza de Mateo y procedía a explicarle el origen de cada uno de los anzuelos allí clavados.
Esa tarde al regresar a su casa, Mateo no puso atención a la pequeña descarga eléctrica que siempre sentía al cruzar aquel parque y caminó feliz con su nueva y valiosa posesión. Para evitar preguntas decidió guardarlo en una caja en la parte más alta de su closet. Rosa ya había sacado la ropa de verano y no volvería a ordenar allí hasta comienzos del otoño. Milagrosamente Rosa no estaba preocupada o enojada y no había dado cuenta a carabineros por su demora. Al rato le sirvió el almuerzo. Inexplicablemente, solo había transcurrido una hora desde que saliera del departamento.

XV

Era casi el mediodía del sábado cuando Mateo abrió el primer ojo. Rosa pasaba la aspiradora en el living y Paula, remoloneaba en cama después de una noche de vigilia esperando los resultados del último scanner practicado a su esposo. Desde el día del accidente vascular, Paula no conseguía dormir una noche entera y se sentía agotada. Solo las oraciones que Sara hacía cada tarde junto a la cama de Juan, la obligación de mantenerse firme para Mateo y esa secreta esperanza llamada fe, la mantenían en pie.
-¿Hoy no vas a la clínica?.- preguntó Mateo asomando su cabeza por la puerta entreabierta. Su madre revisaba un alto de cajas de diferentes tamaños amontonadas junto al velador.
-Estuve anoche hasta tarde…y en verdad…estoy agotada. Siento que necesito detener este ritmo y descansar un poco.
-¿Qué estas haciendo?. –preguntó mientras mordisqueaba una galleta con quesillo que su madre había dejado del desayuno.
-Son fotos familiares…Rosa las encontró ordenando el closet del pasillo.
-¿Puedo verlas?. –Sin esperar respuesta, se metió en la cama junto a Paula y comenzó a ojear las antiguas fotografías.
-Este es tu papá recién nacido. –le mostró una muy ajada en blanco y negro.
-¡Pobrecito…Que feo!…Parecía un ratón hinchado.
-¡Mateo... todos los recién nacidos son así!…Muy colorados y con ojos achinados. –En medio de otra caja encontró otra fotografía en colores, que puso junto a la anterior a fin de compararlas. -¡Este eres tú en la clínica!...¿Viste que lindo eras?.
-¿Lindo?...-estaba a punto de simular una arcada, cuando una pequeña tira de papel semi- transparente formada por varios cuadros más pequeños en un desteñido color café, llamó su atención.
-¿Qué es esto?. – preguntó intrigado.
-Es un negativo…Debes mirarlo a contraluz…Seguro las fotografías, están por ahí dando vueltas en algún álbum.
Mateo las puso contra la luz de la ventana para comprender lo que su madre decía, pero no alcanzó a distinguir nada en particular.
-Dame…-Paula puso la lámpara encendida bajo el velador y quitando el negativo a Mateo, lo estiró sobre la superficie de vidrio. La luz de la lámpara traspasando el vidrio mostró las imágenes con nitidez. -¡Mira es tu abuelo…y en esta otra, está tu papá con algún amigo!. Seguro fue en alguno de esos viajes de pesca que tanto les gustaba hacer.
Al mirar el antiguo negativo con atención y llegar al último cuadrito ubicado al final de la larga tira transparente, el corazón de Mateo comenzó a dar brincos como si quisiera salir a recorrer las calles por su propia cuenta.
-Pero si este…soy yo. -comenzó a decir como hipnotizado.
-Déjame ver. –dijo Paula haciéndolo a un lado para ver mejor la fotografía. -¡No! Ese de cabello ondulado…es tu papá cuando tenía tu edad. –sin prestar demasiada atención al comentario de su hijo, Paula continuó observando las imágenes del negativo. -¿Te encuentras parecido?...Nunca lo había notado. El niño que está a su lado mirando el suelo, debe ser algún primo o un amigo que les acompañaba ese día. ¡Que pena!…Salió mirando hacia abajo y el jockey tapa su cara así es que no distingo quién es.
Aquello era imposible..La camisa escocesa…el jockey…¡Caco!. Sin duda alguna, el niño que miraba el palote en su zapatilla era él. Esa era la fotografía que don Fish tomó el día en que Mateo cayó al agua y era la última del rollo…¡Por eso era la única, donde él aparecía!.
Allí estaba la casa rodante, el bote, las aves y el río que aquel día habían recorrido. ¡Jamás olvidaría ese día!.
En verdad, todo lo ocurrido desde el día en que su papá sufrió el ataque, había sido una verdadera locura…algo absolutamente descabellado. Don Fish era su abuelo y Caco que apreció justo unas horas después de que la ambulancia se llevó a Juan a la clínica…No había duda alguna…Caco era su papá. ¡Su papá a los doce años!…casi la misma edad que él mismo, tenía ahora. Por eso, la constante sensación de haberlo visto antes.
Las fotografías de su padre cuando era niño, eran nuevas para él, pero el parecido era innegable. Y don Fish…era su abuelo fallecido 8 años atrás…Pero a los cuarenta…¡Tres años menos de los que su papá tenía ahora!. De pronto… todo tenía sentido y encajaba como uno de esos puzzles que abundaban en la casa de Caco. La descarga eléctrica al cruzar el parque, los largos días de pesca en los que se ausentaba solo una o dos horas de su casa, la anticuada ropa de Caco y su familia, la casa, el barrio de pequeñas casitas de ladrillo…¡Todo tan diferente!.
Su abuelo había venido a buscar a su papá…Por eso rondaba su antiguo barrio y los sitios de pesca esperando el minuto para llevarlo con él. De pronto recordó otro detalle que había quedando vueltas en su cabeza y como la luz de un flash encendió su memoria. ¡Don Fish era el médico que estaba ese día en la clínica acompañando a su papá!. Y también quien le observaba en el metro. ¡Estaba seguro de ello!.
-Yo..yo. –alcanzó a tartamudear antes de tomar una decisión. Aquello debía quedar en secreto…Paula no podía saber nada…Paula… ¡jamás le creería!
-Tu…¿qué?. –preguntó Paula secando una lágrima que intentaba escapar en medio de tanto recuerdo.
-Yo…tengo que salir un rato…Voy…a ver a un amigo…vive en el edificio de al lado. –mintió.
-¡Que bien que hayas hecho amigos!...Después me lo presentas.

XVI

Se vistió con lo primero que encontró y sin desayunar siquiera, cruzó a toda velocidad el parque. Necesitaba llegar cuanto antes a casa de Caco y hablar con don Fish, decirle que no se podía llevar a su padre…pedirle un poco más de tiempo.
Cual no sería su sorpresa al llegar al final del parque y descubrir que éste, remataba en un hermoso barrio de casas blancas de modernas líneas, con jóvenes liquidámbar creciendo en sus veredas. Buscó la casa de Caco, la casa rodante y la cancha de fútbol pero ya nada existía. Todo era distinto, nuevo y ordenado…¿más bonito?. Las modestas casitas de ladrillo con el pequeño antejardín lleno de flores que tanto calor de hogar tenían, ya no estaban, tampoco los plátanos orientales que tan buena sombra daban a las veredas de aquella cuadra. Don Fish y su señora habían partido…Caco había partido….Eso significaba solo una cosa…¡Nooo…su papá partiría también!.

XVII

Después de pensarlo apenas unos segundos, tomó una decisión. Debía llegar al hospital antes que don Fish y la única posibilidad de hacerlo, considerando los serios problemas del recién inaugurado sistema público de movilización, era llegar en auto. El único con que contaba era el de su madre y ella saldría rumbo al hospital en menos de treinta minutos. Tenía una reunión con el neurólogo para recibir el informe del último scanner practicado a Juan.
Consideró el asunto con seriedad y llegó a la conclusión de que sólo había dos caminos posibles.
Uno: contar la verdad a Paula, hacerla cómplice y pedirle su ayuda.
Dos: aprovechando que su madre lo creía jugando con su nuevo amigo, subir al auto para esconderse en el asiento trasero y viajar como polizón rumbo a la clínica.
Sin duda la segunda era la mejor...Si Paula llegara a enterarse de la verdad respecto de Caco y don Fish…¡Se volvería completamente loca!.
Siguiendo el plan maestro, subió hasta el departamento dispuesto a robar las llaves de repuesto que su madre guardaba en un mueble de la cocina. Rosa limpiaba el baño de visitas tarareando una de sus rancheras y no le vio pasar. Exitosamente cumplida la primera parte del plan, se encaminó al estacionamiento subterráneo, abrió la puerta trasera del vehículo y se escondió en el espacio que quedaba detrás del asiento del piloto, bajo dos enormes frazadas que seguro su madre, llevaría a la lavandería aprovechando los meses de calor.
El plan funcionó a las mil maravillas y Mateo que apenas respiraba bajo ese montón de lana, llegó al hospital en cosa de minutos. Paula saludó al guardia del estacionamiento que le indicó un lugar libre bajo unos árboles y se bajó. Mateo esperó el tiempo que consideró prudente y se bajó también.
-Esperaba que bajaras para conectar la alarma. –su madre, apoyada en un auto le miraba entre seria y risueña bajo sus enormes anteojos de sol.
-¿Sabías que venía en el auto?. – Preguntó Mateo sorprendido al tiempo que se desenredaba de las frazadas para bajar del vehículo.- Quería ver a mi papá. - mintió. Todo transpirado y con la cara colorada por tanto calor agregó: -¡Otro minuto bajo esas frazadas y me derrito!.
-¿Porqué no lo pediste?...Te hubiera traído. –después comenzó a hurguetear en el bolso y entregó una polera limpia a Mateo. -¡Es de tu papá!. –dijo con naturalidad y enseguida agregó. –Estoy cansada de verlo con esos feos pijamas de la clínica.
-Casi me queda. – sonrió Mateo hinchado de orgullo.
-¡Verdad…estás tan grande!. –recién en ese momento, Paula notó cuanto había crecido su hijo y nuevamente sintió deseos de llorar.

XVIII

A través del enorme ventanal, Mateo observaba la conversación de Paula con el médico a cargo y veía como su rostro iba cambiando a medida que pasaban los minutos. Se sentaron, él le mostró una enorme radiografía mientras gesticulaba y garabateaba en un papel, ella se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar…
¡No había tiempo que perder!...Si él no hacía algo rápido, su padre moriría. Debía tomar una decisión ahora. Corrió hasta el hall y llamó al ascensor que se encontraba en el subterráneo.
-¡Mi papá, mi papá!. –un sudor frío comenzó a mojar nuevamente su polera. –Debo salvar a mi papá!. -El ascensor no llegaba y los minutos pasaban, así es que Mateo corrió hasta la caja escala y subió los peldaños de dos en dos. –Solo son dos pisos. –pensó con su corazón latiendo a mil por hora.
Al llegar al largo pasillo que desembocaba en la pequeña sal de esperas, le pareció ver a un hombre de delantal blanco entrando a la UTI.
-¡Es mi abuelo…es mi abuelo, debo hablar con él, debo pedirle…!.
Sin perder tiempo cruzó la mampara y corrió hasta el último box donde se encontraba su padre sin perder de vista al hombre de delantal blanco que caminaba adelante. Nadie le preguntó nada, nadie lo detuvo.
-¡Papá!. –cual no sería su impresión al ver la camilla vacía…su padre ya no estaba…
-Tú no puedes estar aquí. –una auxiliar con un alto de sábanas limpias le miraba por la cortina entreabierta.
-¡Mi papá…busco a mi papá!. –la mujer le miraba con cara de no entender nada, así es que Mateo con los ojos anegados en lágrimas agregó. –Mi papá era el señor que estaba acostado en esta cama.
-Shh…-dijo la mujer poniendo el dedo índice sobre sus labios y en voz apenas audible agregó. –Lo llevaron a la sala que queda del otro lado…No hagas más bulla…Yo te llevo.
-Tengo que decirle algo. –dijo Mateo limpiando su nariz con la manga del polerón. -¡Es muy importante…cosa de vida o muerte!.
-No te preocupes. –respondió la mujer sonriendo comprensiva. –Yo entiendo.
La mujer lo acompañó hasta el lugar donde tenían a su padre y en silencio le empujó dentro de una habitación más pequeña que Juan compartía con tres enfermos más. Todos dormidos, conectados y silenciosos.
Allí estaba su padre y Mateo sonrió agradecido, al verlo libre de ese horrendo tubo que salía de su boca. Automáticamente puso su oído sobre el pecho de su padre para escuchar los latidos del corazón y cerciorarse que aún vivía.
-¡Papá estás vivo, estás vivo!. –gritó loco de alegría y tomando su mano entre las suyas agregó emocionado. –Tenía tanto miedo…Yo no quiero perderte. –Convencido de que su padre le escuchaba y atropellando las palabras al hablar, Mateo comenzó a relatar todo lo ocurrido durante su ausencia. La respiración tranquila y el color saludable en el rostro de su padre le infundieron más esperanzas. -¡Caco!. –comenzó a susurrar en su oído. –Hay algo que deber recordar… una promesa que has olvidado…
-Mateo. -susurró la misma enfermera que lo había llevado hasta allí, asomándose por la puerta de la habitación.
-¿Si?. –Respondió él dando un brinco por la impresión. Después de pensarlo un momento preguntó intrigado. -¿Y usted…cómo sabe mi nombre?.
-Ahhh. –respondió misteriosa. –Yo sé muchas cosas que nadie más sabe…Conozco a su papá y a su mamá…que en este preciso instante lo anda buscando por toda la clínica.
-¡Mi mamá!. –dijo recordando que la había dejado minutos atrás en la oficina del doctor.
–Yo la tranquilicé y le dije que lo había visto viendo televisión en el hall del segundo piso. – dijo ella en tono misterioso y agregó. -¿Hice bien?.
-Hizo bien…muy bien. –respondió Mateo abrazando a su padre con todas sus fuerzas antes de susurrar algo en su oído. Sin resignarse a partir, caminó hasta la puerta sin dejar de mirarlo como si esperara verlo abrir los ojos y saludar en cualquier momento.
Finalmente se despidió por última vez y cerró la puerta con suavidad en el preciso instante que Juan abrió los ojos y sonrió.

IXX

Eran las cinco de la tarde del 24 de diciembre y Rosa en la cocina, se afanaba preparando el pavo marinado en salsa de naranja, relleno con ciruelas y tocino acompañado de papitas duquesa y varios tipos de ensaladas muy especiales que Paula había encontrado en una revista. Minutos antes habían terminado de hornear y decorar las galletas de jengibre que terminaban de secarse en una bandeja en la logia, esparciendo un delicioso aroma a especias por todo el lugar.
Ambas abuelas, preocupadas por la salud de Juan habían decidido trasladar la tradicional celebración en el campo familiar, al departamento de Mateo y se ocuparon de cada detalle para no atarear a Paula. Ya bastante tenía, entre el trabajo y la enfermedad de su esposo. Los hermanos de Juan que aún vivían en Santiago, llegarían cerca de las 9 para cenar e ir en familia a la misa del gallo y agradecer por la milagrosa recuperación de su hermano.
Después de dejar a Rosa todo lo necesario para la cena navideña, la madre de Juan bajó a la piscina del edificio y la de Paula, partió caminando a una peluquería ubicada a un par de cuadras del departamento.
Mateo terminaba de ubicar la estrella en la parte más alta del árbol navideño, con la canción “Noche de paz” sonando en el CD. Las delicadas luces de color blanco que se encendían y apagaban alternadamente entre las verdes ramas salpicadas de esferas doradas, moradas y naranjas daban esa nota de color y alegría, tan propia de la fecha. Era la primera vez que Mateo ayudaba con la decoración navideña y se había esmerado haciendo todo con mucho cuidado para que sus padres se sintieran muy orgullosos.
El sonido de una llave abriendo la puerta principal hizo palpitar su corazón y casi cae escalera abajo.
-¡Papá!. –gritó antes de brincar al suelo y lanzarse en sus brazos. Juan sentado en una silla de ruedas que Paula empujaba, lucía pálido y delgado pero sonriente.
-¿Adornaste el árbol?. –preguntó Paula con una mezcla de impresión y terror, pensando en sus delicadísimas esferas italianas.
-No quebré nada…Puedes estar tranquila. -la tranquilizó Mateo con una madura seguridad que dejó boquiabiertos a ambos padres y enseguida agregó. –El enchufe de uno de los juegos de luces estaba quemado, pero ya compré otro y lo cambié.
Paula no podía creer que ese niño alto y bronceado que sonreía lleno de confianza era su niño, que sin pedir permiso ni avisar a nadie, había crecido de golpe.
-¡Al fin volviste!. –dijo Mateo finalmente secándose las lágrimas con el antebrazo para mirar mejor a su padre.
-¡Mateo…eso no se hace!. –dijo Paula automáticamente con voz de trueno.
-¡Déjalo!. –respondió Juan sonriendo con los ojos llenos de amor y arrastrando un poco las palabras, agregó. –Son manías familiares.
-¡Tengo una sorpresa para ti!. –dijo Mateo de pronto y corrió a su habitación.
-¿No prefieres esperar a dármela… en la noche?. –respondió Juan pronunciando cada palabra con mucho esfuerzo. Había sufrido un accidente vascular y aún demoraría meses en recuperarse por completo.
-¡Ahora…debe ser ahora!. –sonrió Mateo, entregándole una caja torpemente envuelta.
-¡Mi gorro de pesca!. –gritó impresionado después de abrir ceremoniosamente el regalo. –Pensé que lo había perdido…
-La verdad…Tampoco recuerdo haberlo visto…Nunca. – agregó Paula con cara de quién no entiende nada.
-De hecho pensé que tu mamá lo había botado. –agregó entusiasmado acomodándoselo de inmediato. -¡Aún me queda!.
-A propósito…el otro día…Sara me pidió que te saludara. –dijo Paula en un tono extraño, mirando fijamente a Mateo.
-¿Sara?. –Mateo no recordaba ese nombre de ningún lado.
-La enfermera que te acompañó…a visitar a tu padre…El día que me dieron los resultados del scanner. –Paula abría mucho los ojos al ir repitiendo los sucesos de ese día para poner de relieve que todo había sido hecho a sus espaldas. -¿Recuerdas a Sara?. –y dirigiéndose a Juan agregó. -¿Recuerdas que te hablé de ella?...Fue la auxiliar que oró tanto por ti mientras estuviste hospitalizado…
-Verdad. –pese a la alegría, el cansancio se reflejaba en el rostro y la voz de Juan. –La próxima semana iremos juntos a la clínica para agradecerle personalmente.
-Es extraño…Hace tres días que intento hablar con ella…y no he vuelto a verla. –de pronto se quedó como clavada…pensando y agregó. –De hecho… pregunté por ella a varias enfermeras…y nadie la conocía.
-¡Don Juanito!. – exclamó Rosa asomando tímidamente su cabeza por la puerta de la cocina.
-¿No te dije que iba a volver?. –sonrió Juan.
-Gracias a Dios y la virgen santísima. –agregó ella elevando los brazos al cielo con las lágrimas desbordando sus ojos.
-¿No me vas a dar un abrazo vieja ingrata?. –sonrió Juan abriendo los brazos.
-Por supuesto don Juanito…¿Cómo me voy a perder un abrazo suyo?. –cerró la puerta de la cocina y se acercó despacio secando sus lágrimas con el delantal y sonriendo entusiasmada agregó. –Le preparé puras cositas ricas.
-¡Mmm…Que rico…!-comenzó a decir Juan.
-¡No puede comer nada!. –le interrumpió Paula en tono de sargento y después de un afilado silencio, los cuatro estallaron en risas. –Bueno…Puedes comer pero…-agregó ella con suavidad. -¡Solo comidas sin grasa!

XX

-¿En verdad…no recuerdas nada…de todo este tiempo en la clínica?. –preguntó Mateo mientras empujaba la silla de ruedas de su padre, en un recorrido por los jardines del edificio.
-Solo recuerdos vagos…como si todo hubiera sido un sueño. Recordé a mi padre, mi antiguo barrio, mis amigos de entonces. Los viajes de pesca en la casa rodante, los partidos de fútbol con Don Fish al arco…¡Don Fish!. –recordó como en un chispazo… -¡Había olvidado como le llamábamos!.
-¿Por qué le llamaban don Fish?. -preguntó Mateo recordando que esa fue una de las historias que Caco prometió contarle poco antes de desaparecer.
-Porque una vez un médico gringo que nos visitaba, invitó a mi padre a pescar. Con la típica suerte del principiante, mi padre pescó cerca de 10 truchas y el gringo que era un experto pescador, no cogió absolutamente nada. El gringo quedó tan impresionado con la habilidad natural de mi padre que lo apodó don Fish y mi hermano mayor que en ese tiempo tendría unos tres años, llegó a la casa repitiendo el apodo como un loro. Desde ese día mi padre se convirtió oficialmente en don Fish y en un fanático de la pesca. ¡Había olvidado tantas cosas importantes!. –dijo finalmente y sonrió a su hijo desordenándole el cabello.
-Como tu sobrenombre…por ejemplo. –dejó escapar y recapacitando preguntó: ¿Cómo es que te decían cuando tenías mi edad?.
-Caco. –respondió él muerto de la risa. –¡Por Juan Claudio!, mi segundo nombre. Así me llamaban mis hermanos y los amigos del barrio. Nunca más lo quise usar…cuando me convertí en un reconocido pediatra. Cuando me convertí en un hombre serio…En un hombre grave y aburrido y en un.... padre mediocre. –terminó de decirlo y pareció como si una idea brillante hubiera encendido su mente. -¡Acabo de recordar algo más!.
-¿Qué más recordaste…Caco?- dijo Mateo poniendo voz de hombre. -¡Cuéntame!.
-Recordé algo muy importante que había olvidado completamente…Una promesa.
-¿Una promesa?. –el corazón de Mateo latió más a prisa.
-Una promesa…que no alcancé a cumplir…Fue…No sé…Como si alguien la hubiera susurrado en mi oído…¿No es extraño?. - agregó con asombro. - Han pasado ocho años desde la muerte de don Fish y estas últimas semanas por alguna misteriosa razón, lo he sentido tan cerca… ¡Mi padre!. –recordó y sus ojos se llenaron de lágrimas. -¡Cuánto lo extraño!. –de pronto tomó a Mateo por los hombros y comenzó a mirarlo fijamente como si lo estuviera viendo por primera vez. -¡Cuánto has crecido…ya eres casi un hombre y aún…tenemos tanto por hacer!. Pero lo haremos todo…¡Te lo prometo!. – escupió su mano y la estiró hacia su hijo. -¿Palabra de hombre?.
-¡Palabra de hombre!. –dijo Mateo escupiendo la suya para apretar la mano de su padre y darle el abrazo más apretado que nunca le dio. Antes de entrar al edificio, sintió un bocinazo y volteó. Era su abuelo conduciendo la casa rodante que avanzaba con dirección sur y a su lado, Mateo creyó ver a una mujer vestida de enfermera guiñándole un ojo.

FIN