sábado, 24 de enero de 2009

MI TRABAJO









Carteras tipo morral, confeccionadas en cuero de Emú.



viernes, 16 de enero de 2009

OTRO DIA PARA NACER

I

La sala de emergencias bullía de actividad ese día. La protesta estudiantil había desatado actos de vandalismo en distintos puntos de la ciudad y los lesionados de diversa gravedad, llegaban al hospital sin dar tregua a los profesionales de turno.
Indiferente al ir y venir de los médicos y enfermeras que luchaban por salvar vidas en una cruzada sin fin, una mujer sumida en un coma profundo y anónimo, esperaba silenciosa el rumbo que tomaría su vida de allí en adelante.
-¿Han ubicado a algún pariente?. –preguntó en voz baja la enfermera de turno, mientras chequeaba el pulso de la mujer tendida sobre una camilla. Pese al diagnóstico de muerte cerebral hecho por el neurocirujano, el corazón de la paciente continuaba latiendo con vigor y normalidad, rebelándose al dictamen del médico. Sin necesidad de respirador artificial, la mujer se aferraba a la vida como si una misteriosa esperanza la mantuviera atada a esta tierra.
-Una vecina la trajo. Dijo que hace años vive sola y trabaja en un bar de mala muerte en el puerto. –respondió el auxiliar mirando a la mujer y después agregó con lástima. - ¡Seguro fue muy hermosa!… en su juventud. ¡Que desperdicio!… Mujeres tan bonitas destruidas por la droga.
-Los exámenes demostraron lo contrario...¡Ella está limpia! –lo reprendió la enfermera mientras ordenaba la sábana para ocultar el cuerpo semi- desnudo de la mujer y agregó molesta. -No sabemos...Tal vez ella puede oirnos y tu hablando leseras. Mejor anda y busca a la mujer que la trajo para averiguar algo más.
-¡No sé tu nombre!. –dijo la enfermera cuando quedó a solas con la paciente, quitando con delicadeza un mechón de cabello para despejar su frente. –En tu rostro se adivina una vida de sufrimientos, soledad y dolor. –sin querer recordó a su hija mayor que justo ese día, celebraba su cumpleaños N° 35 y sintió remordimientos por no estar a su lado. –Si al menos pudieras hablar y contarme que ocurrió o darme tu nombre…yo podría llamar a tus padres, tu esposo…tus hijos. –con ternura tomó su mano fría para entibiarla entre las suyas y mirándola agregó con tristeza. –Si alguien no llega pronto y te reclama…

II (IRENE)

Cerca de las seis había amanecido con la temperatura mas baja del año y una delgada capa de escarcha cubría el pavimento y el pasto de los jardines. Algunos transeúntes caminaban rumbo a sus trabajos apurando el paso y se frotaban las manos para entrar pronto en calor. El frío calaba hasta los huesos y el sol que tímidamente se asomaba, no alcanzaba ni para entibiar el espíritu. Envuelta en su largo y añejo abrigo de piel de conejo, recuerdo de años más prósperos, Irene abandonó el cabaret exhalando volutas de vapor de su boca. Estaba exhausta y solo pensaba en una buena ducha y un par de horas de sueño reparador que le devolvieran el alma al cuerpo después de otra noche de “martes espectaculares a mitad de precio”. Se ganaba menos pero se trabajaba tanto como si fuera viernes o sábado.
Cuando al fin salió del local nocturno después de ayudar a Ernesto a cuadrar la caja, vio su reloj y eran pasadas las 8.30 hrs. Carmen; la cajera estaba en cama con una gripe de los mil demonios y su jefe se declaraba nulo con las cuentas. Irene no podía negarle su ayuda…¡Al fin y al cabo!, él fue el único que le tendió una mano y le dio trabajo cuando había tocado fondo y todos le dieron vuelta la espalda .
Pese a sus cuarenta recién cumplidos y un cuerpo envidiable, delgado y con excelente musculatura; cosa de genética según ella, Irene lucía mayor. La falta de cuidados, el cabello opaco y pajoso por años de malas tinturas, el exceso de maquillaje, los trasnoches, el tabaco y el alcohol habían dejado su huella en el rostro marchito, surcado con mil pequeñas arruguitas profundas y superficiales que si tuviesen voz, hubieran relatado una vida de errores y sufrimientos.
Los altos tacones sonaban huecos sobre el empedrado haciendo eco en el silencio que a esa hora reinaba, en las callejuelas estrechas tan típicas del puerto. El océano con su vastedad celeste medio grisácea a esas horas tempranas, se asomaba por entre las esquinas y luego se escondía al avanzar por la calle, como jugando al escondite.
Irene adoraba el mar y esa había sido una de las razones para permanecer en la zona. Su hija había sido la otra pero por ahora…No quería recodar. Estaba exhausta y en ese estado los recuerdos dolían, casi tanto como sus pies maltrechos entre las huinchas de sus sandalias de charol.
Un extraño murmullo proveniente de algún lugar no muy distante llamó su atención. Apurando el paso para no perder la pista al sonido que parecía ir avanzando en su misma dirección, Irene caminó hasta un mirador desde donde se tenía una mejor visión del centro de la ciudad. Sentía curiosidad por averiguar el origen de aquel ruido parecido a un coro de gaviotas celebrando asamblea. Al llegar a esa especie de balcón abierto sobre el cerro, el murmullo se transformó en un multitudinario coro de voces juveniles. Un millar de jóvenes vestidos con sus uniformes de colegio, marchaban ordenadamente por la avenida principal rumbo a la plaza de la ciudad mientras entonaban a todo pulmón himnos de protesta.
-¡Jóvenes!. –dijo pensando en su propia hija que a esas alturas tendría dieciséis años, dos meses y tres días.
El día de su cumpleaños tal como hacía cada año desde hacían diez años, había llamado justo a las 7.30 de la mañana; la hora exacta de su nacimiento. Como si fuese un ritual previamente establecido, Irene insistía hasta que era su hija quien respondía personalmente el teléfono. Ella entonces la escuchaba sin pronunciar palabra sintiendo que su corazón explotaba de orgullo y amor.
-¡Aló, aló!. –respondía la joven con su voz ronquita, cuyo timbre había ido cambiando con el paso de los años.
Nunca supo lo que Román le contó después de su partida pero intuía que su hija sabía que era ella, quien cada 24 de marzo llamaba sin faltar y por eso alargaba la llamada con insistentes ¡aló, aló!, con la secreta esperanza, de escuchar la voz de su madre al otro lado de la línea.
Irene se atoraba pensando en todo lo que le diría si la vergüenza no le impidiera hablar y se contentaba con escuchar su voz. Esa voz que extrañaba más que a nada en este mundo y que tenía la virtud de darle sosiego y gozo, liberándola por un instante de sus culpas.
En silencio escuchaba con un torbellino de emociones estallando en la punta de su lengua. Si pudiera hablar le diría, que la amaba por sobre todas las cosas y que cada noche miraba su foto para no olvidar ese rostro de pajarito con enormes ojos castaños. Le pediría perdón por abandonarla y por abandonarse ella misma muchos años antes, cuando su inmadura egolatría desdibujó la realidad desfigurándola y la sumió en la depresión. Le diría que tardó años en comprender que Román era un buen hombre, un buen padre y un buen esposo, que demostraba su amor con hechos porque las palabras no eran su fuerte. Y que las expectativas eran de lo peor, especialmente las que tenían relación con las personas y el amor. A veces eran tan grandes y perfectas, que nadie cumplía los requisitos.
Cada vez que pensaba en su hija pasaba lo mismo e Irene se encontraba sin querer, repasando en su mente como diría todo aquello, que como un tesoro guardaba en su corazón.
Desde el día en que entró a rehabilitación y como un complemento de su terapia, había comenzado un diario para su hija. Allí le contaba su historia sin quitar ni poner, para enseñarle que la vida era un camino de aprendizaje y solo los que aprendían avanzaban a la siguiente etapa. Algún día reuniría el valor suficiente y se lo daría
-¡Te diría que no te enrolles y vivas!. –sonrió al fin y reemprendió la marcha. –Y que si Dios me lo pidiera…daría la vida por ti.

III

Eran mas de las diez cuando llegó a la entrada del cité y abrió la puerta de su diminuta residencia. Una pieza de aproximadamente 5x5 donde había ubicado una cama de 1.5 plaza con un velador sin puerta, un antiguo sofá de dos cuerpos tapizado en terciopelo color burdeo y una mesita baja con cubierta de vidrio, dados de baja en el local de Ernesto, ocupaban la mitad de la habitación. Una mesa cuadrada y tres sillas de fierro que servían de comedor y una cocinilla de dos fuegos instalada sobre una pequeña mesa rectangular junto a un minúsculo lavaplatos, constituían el resto de sus posesiones.
Sin sacarse el abrigo, encendió el calefont y dejó correr el agua hasta que comenzó a salir vapor, entonces se desnudó desparramando su ropa de trabajo sobre la alfombra, para lavarla y quitarle el insoportable olor a humo después.
Conseguir una habitación con baño propio en aquel cité, fue un verdadero milagro. Pagaba el doble de arriendo que sus vecinos, pero el placer de darse una buena ducha en la privacidad de su pequeño reino, era un lujo al que le era imposible renunciar.
-¡Reminiscencias de tu pasado de alcurnia!. –decía burlándose su vecina, amiga y confidente Marieta.
A cuantas cosas renunció el día en que decidió correr tras ese delincuente del que se enamoró después de enamorarse de las drogas. A un marido que sin protestar se las había jugado para ayudarla a librarse de sus adicciones; las anfetaminas primero y la cocaína después, cuando el viaje al infierno ya tenía el boleto asegurado. A una hija de cinco años que no entendía de sufrimientos ni perdidas hasta el día en que perdió a esa madre ausente de humor oscilante, que al fin desapareció para siempre dejando tras ella, una estela de dolor y remordimientos. Deudas que su esposo demoró años en pagar para limpiar su nombre y soledad, esa que nace de la profundidad del corazón arrepentido y solo sana con tiempo y perdón.
Después de cinco años de desenfreno total, siguiendo los pasos del “español” como le decían sus clientes y de probar cuanta droga se puso en su camino, Irene se encontró de un día para otro, convertida en viuda, sin estarlo en verdad porque su esposo aún vivía.
Celebraban un buen negocio en compañía de unos narcos peruanos en un conocido restaurante de una caleta norteña. Irene había comenzado con varios pisco sour y su primera línea a las doce de ese día, después vino el tinto del almuerzo, otro jale, un ron con coca-cola, otro jale, otro ron y luego otro y otro hasta las cinco de la mañana cuando al fin se retiraron del local. Fue allí mismo, en la puerta del boliche que el español fue abatido a tiros por un desconocido que le disparó desde un vehículo en marcha. Fue una venganza dijeron las malas lenguas. Los peruanos desaparecieron como por arte de magia y la dejaron allí, con el cuerpo del español desangrándose inerte sobre su regazo. Sola, ebria y en un estado de aturdimiento total, gritó hasta quedar sin voz pero nadie llegó. A la mañana del día siguiente, una patrulla la encontró dormida sobre el cadáver del español, que yacía en un charco de sangre, vómito y excrementos.
Fue enviada a un centro de rehabilitación cerca de la capital hasta el día del juicio, donde fue demostrada su inocencia en el asesinato y dejada en libertad. Debería firmar y mantenerse alejada de las drogas durante un período de dos años. Fue Ernesto; el único amigo verdadero que consiguió en sus años de locura, quien la fue a buscar al centro el día en que salió, la acompañó en el juicio, le dio trabajo y la asiló en su casa hasta que pudo pagar algo propio.
-Eres buena mujer rucia. –le decía cariñosamente. –Si me gustaran las mujeres tanto como me gustan los hombres…tú serías la elegida.

IV

Apagó la ducha y se envolvió en una toalla con una reconfortante sensación de laxitud, dispuesta meterse a la cama en cuanto comiera algo. No probaba bocado desde la tarde del día anterior y después de una noche de trabajo intenso, se sentía hambrienta. Sentada en su minúsculo comedor tomando una taza de té caliente muy cargado, encendió mecánicamente el televisor para sentirse más acompañada. Le gustaba escuchar las recetas de cocina y los chismes faranduleros que la distraían un poco del sonido de sus pensamientos, casi siempre sombríos.
–Este es sin duda… ¡un hecho histórico!. –dijo el reportero gratamente sorprendido mientras en la pantalla mostraban imágenes del acontecimiento que simultáneamente se desarrollaba en diversos puntos de la capital. - Los pingüinos marchan por las calles de las principales ciudades del país en un masivo acto de protesta que busca reformar la educación en Chile. –después de entrevistar a un par de individuos que se habían quedado viendo la protesta, el periodista agregó a modo de cierre. -¿Quién dijo que los jóvenes de hoy son abúlicos?.
¿Estaría también su hija enarbolando una pancarta de protesta, por las calles de la ciudad?. –se preguntó Irene, emocionada de imaginarla comprometida y luchadora, soñando con cambiar el mundo.
-Yo también quise cambiar el mundo y no pude. –pensó con nostalgia y buscó en el cajón el diario para escribir un par de líneas antes de dormir. Era un grueso y ajado cuaderno universitario al que había ido agregando hojas, recortes y recuerdos que en algún momento le parecieron importantes. Escribir se había transformado con los años en una terapia sanadora que la liberaba y le ayudaba a superarse, dejando constancia de sus errores y aprendizajes. Vomitar sobre el papel era sin duda, mejor que hacerlo sobre si misma y no ensuciaba.
Aunque se había prometido nunca releer o intentar cambiar lo previamente escrito, sintió el impulso de leer una de las primeras páginas.
“Los padres de Román nunca me aceptaron del todo y estuvieron en total desacuerdo con nuestro apresurado matrimonio. Insistían en nuestras diferencias sociales y de educación, convencidos de que tarde o temprano crearían una brecha entre nosotros. Debo reconocer y lo digo con vergüenza que con mi erróneo proceder, me encargué de darles la razón. En los momentos más críticos de mi enfermedad, (¡Que gentil soy, al llamar así a mis adicciones!), llegué incluso a robar joyas de mi suegra y cheques de mi suegro para financiar mi vicio. Hice escándalos en su casa, en sus fiestas y los convertí en comidillo del barrio el día en que salí desnuda a jardinear…¡En el patio delantero!. Aunque vivíamos con ellos mientras Román se afirmaba en su trabajo, después de esa escena tuvimos que arrendar algo y cambiarnos de casa. En ese tiempo, yo ya estaba embarazada y mi mayor temor era que nacieras con alguna malformación por mi culpa. Cuando el médico te puso en mis brazos y comprobé que eras absolutamente normal, lloré como una magdalena y di gracias a Dios por ese milagro. ¡Ese día prometí dejar las drogas!. Desgraciadamente, mi abstinencia duró solo dos años y terminó como ya sabes, tres años después. Lo que más me duele es reconocer que Román dejó a su familia por mí. El puso su corazón en mis manos y yo lo destrocé”.
-Mi pasado siempre estará allí para recordarme lo mala que fuí. –pensó con un nudo en la garganta cerrando el cuaderno sin deseos de escribir.
Golpes en la puerta la trajeron de vuelta a la realidad y antes de abrir limpió su cara húmeda de lágrimas. Era su amiga Marieta, dueña del único teléfono público del cité, instalado en una improvisada cabina en la entrada de su casa.
-Tienes una llamada…- mirándola con preocupación agregó. –Parece que es…tu marido y parece urgente.
-¿Román?. –preguntó incrédula. –El no sabe como ubicarme… -afirmó segura pero de pronto recordó.
Dos semanas atrás había divisado a Román en el centro y aunque sintió que le flaqueaban las piernas y la invadía el pánico, cruzó la calle y apuró el paso para no toparse con él.
A media cuadra de su casa, alguien tocó su hombro.
-¿Irene..eres tu?. –preguntó Román titubeando.
Ella quiso correr pero sus piernas no respondieron y quedó allí como una estatua, con el rostro encendido y el corazón explotando en su garganta.
Sintió vergüenza de su ropa, su piel ajada y el mal aspecto de su cabello. Miró el suelo y guardó silencio, avergonzada.
-Solo dime…donde vives. –pidió él levantando su mentón con delicadeza para mirarla a los ojos. –Si quieres…Podríamos venir a verte…
-¡No…eso no por favor!. –suplicó ella. –Prefiero que recuerde los buenos años si es que hubo alguno y olvide lo demás…No soy un buen ejemplo para una adolescente.
Román le mostró algunas fotos que llevaba en su billetera e Irene lloró. Ella lucía algo pálida pero feliz, como si nuca le hubiera faltado una madre.
-Lo has hecho bien. –dijo ella antes de despedirse. A regañadientes le había dado el número telefónico de Marieta.
Sin tiempo de vestirse puso un chal sobre sus hombros desnudos y corrió al teléfono presagiando una desgracia.
-¿Aló…eres tu Román?. –preguntó temerosa y luego gritó. -¿Mi niña?...¡Por Dios mi hija no, mi hija no!. –Irene sintió como si el dolor la acuchillara y una bomba explotara en su interior, entonces gritó.
Marieta que estaba en el patio colgando ropa, la oyó gritar y corrió a ver lo que ocurría. Alcanzó a verla cuando lanzaba lejos el teléfono, se tapaba la cara con las manos y lanzaba un grito que más parecía el aullido de un animal herido. Después se desplomó como el día en que cayeron las torres gemelas. El chal cayó de sus hombros y la toalla que cubría su cuerpo se soltó. Irene quedó tendida sobre el frio piso de baldosas, desnuda y encogida, con un rictus de dolor en sus labios.

V (PALOMA)

Aunque ser deportista y destacarse en la pista de atletismo como su padre, era su secreta fantasía, Paloma se había conformado con brillar en las aulas. De un tiempo a esta parte, se cansaba con facilidad y buscaba mil pretextos que al profesor le parecieran creíbles, para faltar a las clases de educación fisica o al polideportivo que se hacía por las tardes.
Ser elegida entonces, como presidenta del centro de alumnos de su colegio fue la cosa más natural del mundo y aunque era una gran responsabilidad, tener la posibilidad de liderar a sus compañeros e incitarlos a luchar por sus ideales, bien valía el esfuerzo. Paloma era apasionada y revolucionaria por naturaleza.
Aquel año habían planificado diversas actividades organizadas por el centro de alumnos, pero ese día en particular, estaba entusiasmadísima...La reunión en el INJUV había sido un éxito y la protesta de los estudiantes fijada para el día 30 de mayo, era un hecho.
Los celulares no descansaban desde ayer enviando y recibiendo mensajes para coordinar con alumnos de otros colegios, los últimos detalles.
Caminarían hasta el centro de la ciudad o llegarían al punto acordado caminando por la carretera en ordenados bloques. ¡Nada de violencia ni desorden!, ¡cada presidente se responsabiliza por los alumnos que le acompañan!, ¡todos con uniformes!. ¡Las instrucciones habían sido claras y precisas!...Los alumnos que quisieran participar en la protesta, no podrían entrar al establecimiento esa mañana.
Paloma un poco ansiosa por el éxito de la empresa veía con pesar, como muchos de sus amigos que se habían comprometido a participar, eran obligados por sus padres a ingresar al colegio. Otros simplemente, actuando con su acostumbrada indolencia la miraban y seguían de largo ignorándola.
Pese a la aprehensión de Paloma respecto a la postura que la dirección del colegio adoptaría frente al paro, el rector nostálgico de sus años de juventud, contagiado del espíritu de lucha y confiado en la madurez de la joven aceptó la participación de los alumnos en el paro y les ofreció su apoyo a la iniciativa. Antes hizo prometer a la muchacha que cuidaría de sus compañeros.
-No se preocupe.-le tranquilizó Paloma antes de partir pensando que todo saldría bien.
-¡Este será un hecho histórico!.- gritó a los niños con el puño en alto cuando el bloque caminaba ordenadamente hacia la transitada calle, previamente cerrada por carabineros y que los llevaría al lugar acordado. ¡Plaza Buenos Aires!...¡Allá vamos!.
A medida que la masa de estudiantes avanzaba por la principal avenida que conectaba la ciudad de punta a cabo, más y más colegios se adherían al paro. Desembocando desde calles laterales y ataviados con el uniforme que distinguía a su establecimiento, los estudiantes acudían al llamado del Injuv. Los de colegios particulares y subvencionados marchando juntos, unidos por un mismo ideal...¡ser escuchados!, conseguir rebajas en el pase escolar, la inscripción para la PSU y demostrar que no eran esa juventud indolente que los adultos creían.
Eran cerca de las once del día cuando finalmente llegaron a la plaza Buenos Aires y Paloma se encontró con asombro, rodeada por más de 2000 jóvenes que animadamente entonaban cantos, mientras luchaban por un lugar donde acomodarse cerca de sus amigos.
La muchacha grabó la imagen en su retina y se sintió orgullosa de participar de un acto memorable que quedaría impreso en la historia de Chile.
Fue entonces que ocurrió...El caos partió en el extremo norte de la plaza donde se habían ubicado los últimos colegios, provenientes de las zonas conflictivas de la ciudad. Algunos encapuchados prendieron antorchas y armados de piedras emprendieron el ataque contra las ventanas y vitrinas cercanas.
Los carabineros alertados sacaron sus lumas y corrieron al lugar donde se había originado el motín. La apretada multitud comenzó a dispersarse y cada cual corría por su lado sin preocuparse de los demás
Paloma había prometido al director proteger a sus compañeros y rápidamente organizó la retirada. Entre gritos y señas consiguió reunirlos a un costado de la plaza donde la situación se veía mas despejada. Solo Mateo no aparecía y preocupada comenzó a buscarlo.
-¡Mateo, Mateo!.- repetía en su mente, mientras lo buscaba entre la multitud.
Fue entonces que lo vio, envuelto en una acalorada discusión con un grupo de jóvenes que no parecían precisamente pacíficos. Intentó avanzar, pero la multitud apretada no la dejaba y con desesperación veía, como la discusión se transformaba en pelea y Mateo, conventillero por naturaleza lanzaba los primeros golpes con el rostro congestionado por la excitación. A Paloma le aterraban las peleas de hombres, así es que a empujones se abrió paso y corrió para tratar de evitarla. A medio camino en medio de la turba de jóvenes que corría descontrolada amenazando con pisotearla, la muchacha se detuvo para respirar. Sentía una opresión en el pecho y le faltaba el aire.
Desde el otro extremo de la plaza, otro muchacho algo mayor, con cara de pocos amigos observaba la misma escena y con paso decidido caminaba en la misma dirección de Paloma, apretando algo en el bolsillo de su parka.
Estaba a solo dos cuerpos de su amigo y sin pensarlo dos veces, la muchacha se lanzó sobre el grupo dispuesta a evitar la tragedia, pero para mala suerte tropezó y cayó sobre el joven que se dirigía a defender a su hermano, trenzado a golpes con Mateo.
Al intentar incorporarse, sintió un intenso dolor en el pecho que la tumbó y desde allí, tendida en el suelo, medio mareada y con una dulce sensación de abandono que lentamente la invadía, vio como el grupo finalmente se dispersaba y solo Mateo, con la boca abierta y los ojos desorbitados la miraba como petrificado.
-¡Una ambulancia…que alguien llame a una ambulancia!.-lloraba el joven abrazando el cuerpo inerte de su amiga que rápidamente se enfriaba sobre el pavimento.
-Mateo..-dijo ella en un susurro. –Quiero a mi mamá…por favor llama a mi mamá. -Después sonrió y se desmayó mientras la polera blanca del uniforme, se iba tiñendo de rojo.

VI (ROMAN)

Román estaba en una reunión con el directorio de la empresa y su secretaria entró como un torbellino a la sala sin siquiera golpear.
-¡Ivonne!. –dijo él contrariado. –Estoy a mitad de una reunión.
-¡Es importante señor, es importante!. –atinó a decir sin poder contener el llanto y se acercó a su jefe para hablar en su oído.
-¿Cuándo…como?. –preguntó Román con el rostro congestionado mientras tomaba su chaqueta del respaldo del asiento.
-Acaban de llamar del colegio…La llevaron al hospital regional. –respondió ella guardando aprisa en el maletín, los papeles que habían quedado regados sobre la mesa.
-¡Disculpen, disculpen…mi hija sufrió un accidente!. –dijo mecánicamente dirigiéndose al resto de los asistentes que le miraban como hipnotizados sin saber que decir y agregó. -¡Mi agenda Ivonne, por favor mi agenda…necesito llamar a alguien!. –agregó antes de tomar el ascensor con el rostro desencajado.
Sin saber como, condujo hasta el hospital y dejó el auto botado en la entrada de emergencias por donde entraban las ambulancias, sin fijarse en las señas que le hacía el guardia para que retirara el vehículo.
-¡Paloma Marambio!. –inquirió desesperado a la primera enfermera que apareció en el amplio hall de espera. -¡Soy su papá!.
-¡Ahh!...La lola de la protesta…-respondió ella muy seria y tomándolo del brazo agregó. –Está por aquí…venga conmigo.
Estaba en un minúsculo box que se separaba del resto de la sala de emergencias, solo por una cortina que abrían y cerraban a cada instante.
La tenían tendida en una camilla con el torso desnudo envuelto en vendajes, un grueso tubo saliendo de su boca y conectada a varios aparatos cuyos monitores emitían monótonos zumbidos.
Román tomó su mano y acercó su rostro al de Paloma para sentir su aroma una vez más y humedecerlo con sus lágrimas de padre doliente y extraviado.
-¿Quién fue… el que hizo esto?. –preguntó al médico que entró en ese momento y pasando del dolor a la rabia, agregó entre sollozos. –¡Supongo que el delincuente que apuñaló a mi hija… está detenido!.
-Su hija…no fue apuñalada. –respondió el profesional mirándolo con incredulidad. - La herida que el joven le provocó era superficial y ya fue suturada. El problema de su hija fue otro… ella sufría de una miocardiopatía…
-¿Miocardiopatía…que es eso?. – preguntó atónito sin dar crédito a lo que estaba escuchando.
-En palabras simples, se podría decir que su corazón estaba dilatado…¡Más grande de lo normal!. Es una malformación congénita que en algún momento, hace crisis y hoy fue su día.
-¿La revisó algún cardiólogo…Cuál es el pronóstico?. –preguntó un poco más calmado.
- Yo soy el cardiólogo a cargo. –respondió el médico con seriedad y mirándolo directamente a los ojos, agregó con sincera compasión. -Si ella no recibe un trasplante de corazón con urgencia…
-¡Con cuanto tiempo… contamos?. –preguntó Román, paseándose como poseído dentro del estrecho cubículo.
-La verdad…horas. –respondió tajante.
-¡Doctor venga...algo muy extraño está ocurriendo!. –se asomó una de las enfermeras por la cortina entreabierta que separaba a Paloma del box que estaba a su derecha. -La paciente que sufrió el aneurisma… sus signos vitales… ¡están revolucionados!.
El médico abrió la cortina para pasar rápidamente y Román sin querer, desvió su mirada hacia la mujer que yacía inmóvil en la camilla.
-Esa mujer… -dijo estupefacto y caminó hacia ella, mirando su perfil como hipnotizado.
-¡Señor no puede pasar!. –dijo la enfermera decidida a cerrar la cortina para impedirle el paso.
-Irene…Irene. –continuó avanzando, haciendo caso omiso de las amenazas de la enfermera.
-¡Señor!…solo los parientes pueden…entrar. -insistió la enfermera furibunda.
-Soy…su esposo. – Román estaba paralizado mirando a la mujer que yacía en la camilla y sin pensarlo acarició su mejilla y estrechó una de sus manos. –Ella es…la madre de Paloma.
-Aún no hemos podido ubicar…a ningún otro pariente. –repuso la mujer perpleja mirando alternativamente a Román y al médico que no entendía lo que estaba ocurriendo. –Solamente está… la vecina que la trajo esta mañana.
-No tiene. –respondió Román con tranquilidad concentrado en los rasgos de Irene que parecían irradiar una luz sobrenatural. –Sus padres murieron en un accidente cuando estaba embarazada de Paloma…Ella era hija única.
Como si ese instante justificara toda su existencia y la razón de su milagrosa espera, estuviera en una camilla a escasos metros de la suya, Irene infló el pecho en una inspiración profunda que pareció de alivio después de un día intenso. Después apretó la mano de Román y esbozó algo parecido a una sonrisa que inundó su rostro de paz, antes de dar un último suspiro y dejar de existir.
-¿Tiene como demostrar lo que acaba de decirme?. –preguntó el médico mientras discaba un número en su celular.
-Por supuesto. –respondió él, embebido en el rostro de Irene que lucía sereno y hermoso como el día en que la conoció.
-Entonces…debe tomar una decisión ¡Ahora!. –sin perder un instante, el médico abrió la cortina que separaba las camillas de madre e hija y llamó a la enfermera en jefe de la sala. -¡Que preparen el pabellón…Tenemos un donante para Paloma!.

VII

Después de cerrar el pequeño apartamento y entregar las llaves a Marieta, Román y Paloma salieron del oscuro cité. Afuera el sol brillaba y el cielo despejado con su azul soberbio, lanzaba destellos luminosos desde el océano. El aire era limpio y una suave brisa primaveral traía hasta sus narices, ese aroma marino tan añorado por aquellos nacidos en la costa.
-Vamos a tomar un taxi. –dijo Román arrastrándola calle arriba.
-Prefiero caminar…¡ya no temo cansarme! –respondió resuelta. –Ahora que mi mamá…finalmente esta conmigo…- apretando el diario de Irene contra su pecho, Paloma tomó la mano de su padre y dijo: -…Quiero recorrer sus calles y conocer a sus amigos…¡Especialmente a ese tal Ernesto!. –sonriendo apenas, mientras una lágrima amenazaba con escapar le preguntó: -¿Me acompañas?.

FIN

martes, 13 de enero de 2009

MI PROPIO DESIERTO FLORIDO












Como no maravillarse, ante el milagro de la semilla silenciosa que con ansias palpita bajo el terrón seco, esperando sedienta el año lluvioso.
Como no rendirse ante el milagro, de un desierto florido que despierta de a poco, llenando los beige centenarios, en una explosión de colores y formas perfectas.
Fotografías tomadas durante el mes de octubre del 2008 en un sector aledaño a mi casa.



sábado, 10 de enero de 2009

E SUEÑO DE FRANCISCA

EL SUEÑO DE FRANCISCA

I

Francisca se sentó en una banca junto a la puerta de su casa para descansar un momento y disfrutar del sol. Su soledad se disipaba viendo a los niños jugar y reír felices ajenos al cuchicheo de las vecinas que de seguro hablaban de ella. Entre gestos y murmullos, solían burlarse del enorme sombrero con plumas que usaba para jardinear o de su gusto por la ópera italiana que escuchaba en el viejo tocadiscos al caer la tarde.
-¡Ignorantes!. –decía la anciana con indiferencia y entraba a su casa.
Es que ella era algo atípica, con su manía de vivir como una ermitaña en esa minúscula casa de población, rodeada de sus flores, sus gatos, los libros que leía una y otra vez y esos maravillosos discos que hacían soñar su corazón.
Solo la muchacha de enfrente que cuidaba del padre enfermo, era su amiga y se atrevía a conversar con ella pese a los comentarios que rodeaban a la loca de Francisca, una vieja con más años que Matusalem, sin amigos, familia, ni historia conocida…Todo en ella era un misterio, uno de esos que a nadie interesaba descubrir.
Después de pasar la mañana limpiando su casa, Francisca descansaba con las piernas en alto para deshinchar sus tobillos y pensaba en Marta; su joven vecina, tan tímida e insegura.
A sus veintitantos años no conocía el amor y cuando nadie la veía, espiaba con disimulo por entre las cortinas del comedor, a Ismael el hijo del verdulero. Un joven gentil y trabajador que ayudaba a su padre con los repartos a domicilio en su tiempo libre.
-¡El amor, el amor!. –canturreaba la anciana sonriendo, mientras preparaba la cama para acostarse.
Con los dulces acordes de La Traviata sonando aún en sus oídos y una intensa sensación de fatiga en ese cuerpo que ya no respondía como antes, Francisca tomó una decisión. Su tiempo se agotaba y debía realizar aquel proyecto que por años dejó pendiente con la esperanza de un milagro …ese que nunca ocurrió. Debía concretarlo antes que los recuerdos abandonaran su apasionado corazón y la vida se la tragara sin dejar huella alguna de su paso por esta tierra…además estaba Marta y esa mirada lánguida que se asomaba tras la cortina.

II

El joven descargó la bolsa con verduras sobre el raído mesón de la pequeña cocina.
-Ya señora Francisca…está todo lo que me pidió. –dijo chequeando mentalmente la mercadería a medida que la sacaba de la malla. – Me debe exactamente.. $2500.
-Te faltó el zapallo Ismael. –le regañó Francisca que pese a lo avanzado de su edad se jactaba de tener memoria de elefante. –Me lo traes mañana...
-Tendría que ser… después del almuerzo…-meditó el joven mientras limpiaba los restos de hojas desperdigadas por el suelo. - En la mañana tengo un examen.
-Y… ¿Cómo van esos estudios?...-inquirió ella, mientras guardaba las verduras en el refrigerador
-Me quedan dos años y saco mi título de ingeniero comercial…- Ismael le tenía aprecio a aquella anciana que pese a su avanzada edad, se mantenía lúcida y no perdía las ganas de conversar. -Cuando reciba mi titulo pienso administrar la verdulería de mi papá y convertirla en la primera cadena en Chile.
-Me parece muy bien…¡te felicito!, pero que hay de tu vida…sentimental. –Francisca con la libertad que dan los años, no temía pecar de inescrupulosa al interesarse por la vida sentimental de otros. - …¿Tienes novia?. –preguntó sin ningún pudor.
-¿Novia yo?...-preguntó el joven algo sorprendido y enseguida agregó. –Ahora no me alcanza el tiempo, entre el trabajo en la verdulería y los estudios…¡Mas adelante tal vez…cuando aparezca la indicada!.
-¡Eso!…cuando aparezca la indicada. – repitió Francisca sonriendo.

III

-¡Marta!...¿podrías venir a mi casa esta tarde?... – preguntó la anciana a la muchacha que barría la vereda frente a su casa. -quiero pedirte un gran favor.
-A las tres mi papá duerme siesta y lo puedo dejar solo un ratito…¡A esa hora voy!.
-¡Estupendo!. -¡Que a las tres sea entonces!. –respondió Francisca entusiasmada. De pronto olvidó sus achaques y se llenó de nuevas energías para limpiar los vidrios que ya casi no dejaban entrar la luz. Esa tarde tendría visitas y su casa debía brillar aunque mañana las articulaciones de sus hombros se botaran en huelga por el esfuerzo.
Como le quedó aún un poco de tiempo antes del almuerzo, decidió preparar unas galletas de avena…A Ismael le fascinaban y sería una buena excusa para invitarlo a entrar.
A las tres en punto golpearon la puerta y desde su cama donde se había tendido un momento a descansar, Francisca gritó:
-¡Entra Marta…la puerta esta junta!.
-Que rico olorcito…¿Preparó algo dulce? . –preguntó la muchacha sonriendo con timidez al entrar en la pequeña habitación donde apenas quedaba espacio para caminar entre los muebles grandes y antiguos que la vestían. Marta vestía la pintora que usaba para hacer los quehaceres y que se cambiaba solamente el día en que llevaba a su padre al consultorio. Su cabello largo y oscuro apretado en un enorme tomate, destacaba aún más, la palidez de su rostro delicado.
-¡Debes tomar un poco de sol muchacha! .-dijo la anciana haciéndole señas para que le ayudara a levantarse. –Tanto encierro te tiene con cara de cadáver…y…¡sácate ese delantal que ya pareces de la china comunista!.
Sin protestar, Marta comenzó a desabotonar el delantal y cuando se disponía a guardarlo en su bolso, unos golpes en la puerta distrajeron su atención.
-¿Quién será a estas horas?. –preguntó la anciana contrariada dirigiéndose al baño y agregó. -¿Podrías abrir Martita?...Esta vieja vejiga mía, se ha vuelto caprichosa y traicionera.
Desde el baño escuchó la voz de Ismael comentando del delicioso aroma que estimulaba el apetito mientras Marta se empeñaba en un embarazoso silencio. Apurada la anciana tiró la cadena, encendió la llave para no quedar como mentirosa y salió del baño.
-Vine a traer el zapallo…-dijo el joven en cuanto la vio y enseguida inhaló profundamente y agregó. – Huele a ….
-Galletas de avena…-respondió la anciana con indiferencia y le hizo señas para que entrara.-¡Cierra la puerta que las corrientes me matan!. - y hablando en un tono amable pero autoritario agregó. –¡Ahora que ya entraste...debes probar mis galletas!.
De reojo observaba a la muchacha silenciosa, que hacía lo imposible por parecer invisible. Sus mejillas se habían sonrosado y su rostro lucía saludable, como ninfa de bosque. Observó también como Ismael reparó en ella haciendo infructuosos intentos por entablar conversación. Ese vestido beige de corte simple y entallado que Marta guardaba desde los quince destacaba el cuerpo armonioso de la muchacha e impresionó al joven más que mil palabras.
Cuando la anciana quedó a solas con la muchacha, pudo finalmente abordar el tema que tanta inquietud le causaba.
-Quiero pedirte un gran favor…-comenzó Francisca paladeando una de las masitas dulces y crujientes que había preparado…¡Aún le quedaban buenas!...algo gruesas pero buenas.
-Si en algo puedo ayudarla. –respondió ella muy suave con los ojitos brillantes por la emoción que aún coloreaba sus mejillas.
-Yo estoy muy vieja y… hay algo que debo hacer.
-¡Usted no esta vieja!. –la regañó la joven con sincero afecto. –Vive solita y hace todas sus cosas sin ayuda…
-¡Es cierto…es cierto!, pero en el cuerpo siento, que mi tiempo se acorta y hay algo que debo hacer antes de partir…Es un tema complicado y creo que tu…podrías ayudarme. –de sopetón le lanzó. - ¡Quiero escribir mis memorias!.
-Pero…yo…no… –titubeó la muchacha disculpándose.
-¿Cómo que no, como que no?. –atacó Francisca con segura agilidad como siempre. –Cuando te sientas junto a tu padre no haces mas que garabatear en ese cuadernillo tuyo…¡Te he visto infinidad de veces!...- después simulando inocencia agregó. -Que escribes...no lo sé, pero ha de ser más de lo que yo pueda hacer con estas manos medio tullidas.
-¡Esta bien!. –la evidencia de su culpa estaba clara, así es que no tuvo mas remedio que aceptar.
-¡Mañana empezamos!...¿Te parece a las tres?. –cuando la muchacha ya salía la anciana agregó. –Y nada de venir con el uniforme…¡por favor!.

IV

Al día siguiente, tal como habían acordado, Marta llegó puntualmente premunida de lápiz y cuaderno. Había dejado la horrible pintora en su casa y su mirada parecía iluminada por la emoción de su nuevo rol de escritora. Sin darle tiempo de sentarse siquiera, la anciana comenzó a contar su historia.
-Yo era apenas mas que una niña…catorce o quince años y vivía en Olmué…¿Conoces Olmué?. –ante la negativa de la joven, Francisca continuó su relato. –Allí vivía con mis padres y mis hermanas en una humilde casita de campo, rodeada de paltos, lúcumos y todas esas delicias que se dan por allá…¡En fin!...Como te conté…yo era una jovencita…largas trenzas y cuerpo apenas formado. –recordaba con nitidez el cabello tan liso que su madre cada mañana debía trenzar con suma prolijidad para mantenerlo ordenado y limpio. – Aunque era joven aún, ya bullían en mi cabecita inocentes sueños de amor como toda adolescente en aquellos tiempos. ¡Todas esperábamos al príncipe azul!.
-El príncipe azul. –repitió Marta mientras escribía con sus ojos brillantes y pensativos.
-¡Bueno…el mío llegó y era un príncipe de verdad!. –su mirada se nubló por un momento al recordar.
- O sea…¡era como un príncipe!…- le corrigió Marta con gesto infantil. - galante…educado…buenmozo.
-¡No...El era de la nobleza!...Se llamaba Delmónico…¡Delmónico Rosso! y venía de Italia. Su pasatiempo era escalar grandes montañas y llegó a Chile dispuesto a escalar el Aconcagua, la cima más alta de América.
-Pero eso queda…-la muchacha intentó recordar pero no dijo nada por temor a equivocarse.
-Queda por Argentina, en la provincia de Mendoza. –respondió ella señalando hacia el oriente.
-Entonces…- preguntó extrañada. -¿Qué hacía en Olmué?.
-¡Fue una corazonada!...Alguien le contó de La Campana; un cerro bastante alto y apto para entrenar por el nivel de dificultad que presentaban sus laderas. Le quedaba cerca y decidió conocerlo.
-Y…¿Cómo fue que la conoció a usted?. –Marta era una joven inocente de sentimientos puros y aunque la historia le parecía descabellada, le gustaba dejarse llevar por las fantasías de amor de aquella anciana.
- Alguien le contó de una niña loca que conocía aquel cerro como la palma de su mano…Pensó que yo podría guiarlo para no perderse…- a cada instante interrumpía su relato para intercalar otros recuerdos. -¡Muchos se perdieron entre los vericuetos de sus laderas antes que él apareciera!...¡En fin!...Fue a hablar con mi papá para pedirle permiso.
-Para que usted…lo acompañara. –intentaba ir completando las ideas de su amiga.
-¡Claro…para que yo fuera su guía!. –respondió la anciana orgullosa.
-Por supuesto su padre no aceptó... –aseveró Marta con seguridad. –Un hombre solo…
-Por supuesto que aceptó…¡Que crees niña…era un príncipe italiano!...¿Piensas acaso que todos los días llega un noble a tocar la puerta de tu casa?. –En su memoria estaba grabada la imagen de aquel primer día. –Era muy alto, con sus ojos grises y ese bigotillo tan elegante. Sin duda era buenmozo…y educado como pocos.
-¿Era joven?. –su imaginación era frondosa y visualizaba cada parte del relato como si lo estuviera viviendo.
-Tenía…poco menos de treinta. – comenzó a sobar su espalda que comenzaba a molestar y repentinamente dijo. -¡Estoy cansada!...me voy a acostar.
-Pero…yo quiero saber el resto de la historia. –respondió la joven decepcionada.
-Mañana continuamos…a la misma hora si es posible.
-A la misma hora.- agregó ella ordenando sus útiles para partir.
-Antes de irte…quiero mostrarte algo. –dijo Francisca levantándose con dificultad para encaminarse a su habitación. Allí escarbando en sus cajones encontró una hermosa caja de madera y mostrándosela agregó: -¡Madera de sándalo!...¿Sientes su aroma?.
-¡Cierto!. –dijo la muchacha. ¡Que perfume tan delicioso!.
-¿Te gustan?. –preguntó la anciana mostrándole un par de delicadas peinetas españolas de plata que sacó del interior de la caja.
-¿Qué si… me gustan?. –preguntó a su vez la muchacha. –Es lo más hermoso que jamás haya visto.
-¡Son tuyas!. –dijo Francisca sin titubear. –Pero mañana…¡te sueltas el pelo y las usas!.
-¡Gracias…gracias!.- respondió con lágrimas en los ojos. Había perdido a su madre hace años y nadie le enseñó de coquetería femenina. –¡Mañana las usaré!. –con delicadeza las envolvió en un pañuelo y guardó el maravilloso tesoro en el bolsillo de su vestido.

V


Al día siguiente, Marta apareció un poco mas tarde de lo acordado porque su padre, como buen hombre malcriado y celoso había hecho un berrinche antes de dormir la siesta. Vestía un antiguo vestido holgado que la hacía lucir muy delgada. En su cabello recién lavado, largo hasta la cintura y ondulado, brillaban las dos peinetas de plata como lo haría una diadema en la cabeza de una princesa.
-¿Y el vestidito…ese beige entallado que te sentaba tan bien?. –la retó Francisca.
-Es que… es tan antiguo y me queda estrecho…lo uso solamente bajo el delantal…-reconoció ella avergonzada. -Se me apega mucho al cuerpo y me da vergüenza.
-¡Pues mañana te lo pones!. –dijo con amorosa autoridad. - Tienes lindas formas y ya está bueno de esconderlas bajo tanta tela…¡Ahora a trabajar!...¿En que estábamos?.
-En la parte de…-dijo leyendo sus apuntes del día anterior. –joven, buenmozo y educado.
-¡Verdad! .-dijo Francisca y retomó el hilo de la historia. –Así mismo era él… además de sencillo y generoso con un corazón noble como han de ser… ¡todos los príncipes!…además…¡no hablaba una gota de español cuando nos conocimos!.
-Y..¿como se entendían!. –preguntó la muchacha maravillada.
-Al principio a puras señas o en silencio simplemente…
-Caminaban…en silencio…con el sol perdiéndose en el poniente…¡eso me gusta!...-escribió Marta en su cuaderno adornando un poco la historia.
-Recorríamos kilómetros y kilómetros cerro arriba en busca de nuevas rutas que mostrarle o recolectando bichitos que él guardaba en unos frascos especiales…El era entomólogo…¡príncipe y alpinista!.
-En..to..mólo..go. –repetía la muchacha mientras anotaba. –¿Y… cuando fue que…?.
-¿Que nos enamoramos?...Ten paciencia…¡ya viene!. Al principio sus planes…eran quedarse por un mes pero se enamoró… primero de Chile y después de mí, entonces, se fue quedando y quedando… ¡siete meses en total!, caminando bajo el sol tomados de la mano en la soledad del cerro. ¡En fin!... entre tanto paseo y paseo, perdí mi año escolar, él olvidó su obsesión por el Aconcagua y mi padre preocupado por la reputación de su hija menor, lo puso en vereda.
-“Señor príncipe, comenzó a decirle mi padre con mucha solemnidad. Con todo el respeto que usted y su titulo nobiliario me merecen, debo decirle que… mi hija es muy joven aún y ya…no puedo permitir que ustedes…”
-¡Quiero casarme!. –respondió él poniéndose de pie de un salto.
-Que usted continúe…-de pronto pareció comprender las palabras del joven y agregó cauteloso pensando que sus oídos le engañaban. –Usted…¿quiere qué?.
-Quiero casarme con su hija…Estoy muy enamorado…desde el primer día en que la vi.
Hasta ese día, él nunca me habló de amor. –comenzó a recordar Francisca con el corazón acelerado por el recuerdo de la pasión. - solo tomaba mi mano para ayudarme a subir por los lugares escarpados o las ponía junto a las suyas dentro de sus guantes de piel para calentarlas cuando estaban frías. –tan entusiasmada estaba con sus recuerdos que olvidó a Marta que anotaba cada palabra suya. -¡Perdón!...continuamos…¿En que me quedé?.
-El príncipe le pidió a su padre permiso para casarse…
--¡Verdad!...Es solo una niña. –respondió mi padre.
-Ya cumplí los dieciséis. –dije yo asomando la cara por la puerta entreabierta. Esa era, una de esas conversaciones privadas entre hombres. A las mujeres no nos estaba permitido participar, menos cuando se trataba de limpiar la honra de una hija descarriada como cabra de cerro…
-Como cabra de cerro. – repitió Marta riendo despacito imaginando la jocosa situación.
-¡Esa misma era yo! .-agregó Francisca soltando una carcajada. -Ahora deja de escribir y ven que quiero mostrarte algo. –nuevamente terminó la sesión abruptamente y después de estirarse acomodando cada parte del cuerpo en su lugar, caminó despacio hasta su habitación, dejando a la muchacha con la palabra en la boca y la curiosidad viva.
-¡Eran míos…seguro son de tu talla! .-dijo poniendo sobre la cama varios vestidos de las mas delicadas telas, guardados entre pliegos de papel que alguna vez fueron blancos.
-¡Que hermosos!. –dijo la muchacha maravillada ante tanta belleza. Aquella anciana no dejaba de sorprenderla.
-¡Mañana te pones alguno!. –volvió a recomendarle como si hablara con una hija pequeña.
-Me los esta…¿regalando?. –aquello le parecía un sueño.
-Por supuesto…¿Para que los quiero yo?... Ni aunque bajara los cuarenta kilos que me sobran podría entrar en alguno de estos…Son para una mujer joven y linda como tu.
-Se lo agradezco tanto pero…es que …son demasiado para mí. –dijo ella agachando la cabeza azorada.
-¡Nada es demasiado para ti, para mi o para nadie!...-dijo levantando la cara de la muchacha. -¡Todos merecemos aquello que deseamos…jamás lo olvides!.
-Me sentiré… como de fiesta. –dijo la muchacha deslizando sus dedos por la seda.
-¿Y que es la vida… sino una fiesta? - La llevó hasta la puerta con los vestidos colgando entre sus brazos y después de acariciar dulcemente su mejilla, cerró la puerta diciendo. -¡Hasta mañana!.

VI

El día amaneció soleado y Francisca, pese a la creciente fatiga que la acompañaba desde hace dos noches, decidió que trabajarían en el jardín para que Martita pudiera sacar de su rostro esa palidez de muerte.
-¿En que quedamos…?. – la anciana reprendió a la muchacha en cuanto la vio llegar nuevamente vestida con el poco agraciado delantal.
-Un momento… -la tranquilizó Marta y procedió a desabotonar el delantal. –Aún siento algo de vergüenza…me siento un poco…otra persona. –dijo dando vueltas para lucir el vestido de lunares que ella le había dado. Lucía hermosa y más segura…Sin duda…algo estaba cambiando en ella.
-¡Continuemos!. –dijo la anciana y se sentó a la sombra del parrón.
-¿Le puedo preguntar algo?…- comenzó Marta sin atreverse a preguntar aquello que le inquietaba. -perdone si soy intrusa pero…Usted ha de haber sido... una joven preciosa.
-¿Por qué lo dices?. –preguntó Francisca sorprendida por la conclusión de la joven.
-Un príncipe… se fijó en usted. –respondió mirándola de reojo.
-¡La verdad!...Mis hermanas mayores eran mucho mas bellas que yo…¡pero todas remilgadas¡. –dijo haciendo la parodia. - No fue la belleza la que le hizo enamorarse de mí…fue la autenticidad, ¡yo era espontánea, alegre y. apasionada!...
-Pasión…Es lo que yo…nunca tendré. –balbuceó la muchacha desilusionada.
-¡La tienes muchacha y de sobra!…¡Basta leer tus escritos! o ver tus ojos cuando miras a Ismael. La pasión sin duda alguna, esta allí…en algún lugar. –dijo Francisca señalando el pecho de Marta. - Solo debes descubrirla y dejarla fluir…
Tocaron a la puerta y Marta un poco mareada por el rumbo que había tomado la conversación, volvió de golpe a la realidad y recordó que era jueves…¡día de reparto!. Ese que tocaba podía ser Ismael…¡Ismael!... Con el corazón repicando se levantó a abrir.
-¡Permiso!...¿Se puede?. –dijo el joven entrando sin esperar la respuesta. –Le traje hoy el pedido porque mañana… debo…debo… estudiar. –cuando vio a Martita que lo miraba sonriente y confiada bajo ese sensual vestido a lunares, comenzó a tartamudear. -¡Per…per…do..dón…están ocupadas!.
La anciana sonriendo con picardía, le invitó a pasar.
Al día siguiente Francisca permaneció en cama y Marta llegó mas temprano para limpiar un poco y preparar algo de comer para ambas.
-¿Cómo fue el matrimonio de ustedes…fueron felices?. –preguntó la joven releyendo sus apuntes anteriores.
-¡Mucho!. –respondió la anciana con un hilillo de voz. –Si mi madre hubiera sabido las cosas…que ese hombre me enseñó en la cama…¡Habría muerto de un soponcio!. –dijo persignándose. -En la noche de bodas…llenó la cama con pétalos de rosas y cantó para mí, el aria de una ópera. Después del matrimonio me llevó a Italia y allí vivimos por años en una hermosa villa en las afueras de Roma…Mi vida fue un sueño…rodeada de lujos, fiestas, sirvientes …y amor …¡Mucho amor!.
Marta disfrutaba la compañía de Francisca y vibraba con su historia pese a creer que era producto de la imaginación de una anciana solitaria cuya vida no tenía un limite claro entre la fantasía y la realidad. Ninguna mujer en su sano juicio, hubiera dejado de lado los lujos y la riqueza, para vivir en medio de la aquella pobreza.
-Escalábamos cerros y hacíamos pic-nic en la campiña cuando el clima estaba cálido…- continuó Francisca enfrascada en sus recuerdos. -Bailábamos hasta la medianoche en el balcón de nuestra habitación mientras él susurraba en mi oído, poemas eróticos. Vivíamos en nuestro propio mundo, rodeados de gente pero solos en nuestro amor. Cuando Delmónico falleció…-sus ojitos se llenaron de lágrimas. –Conocí la maldad, la insidia y la ambición…¡Ellas me lo quitaron todo!.
-Ellas…¿Quiénes?. –preguntó Marta conmovida.
-Mi suegra y sus hijas…Dijeron que yo era extranjera, que mi matrimonio había sido un fraude y desconocieron mis derechos sobre la herencia de Delmónico…Fue entonces que decidí volver a Chile y dejarlo todo. Mis hijos ya tenían edad suficiente y podían elegir, así es que pensando en su futuro… decidieron quedarse.
-¿La dejaron venirse…solita?. -Marta no daba crédito a sus oídos pensando que daría lo que fuera por haber crecido junto a su madre.
-Les escribí cientos de cartas pero…nunca más…supe de ellos. -con el corazón encogido sacó a la luz el verdadero propósito de contar su historia. -Solo quiero que mis nietos…¡si es que los tengo!…conozcan a su abuela y sepan que fue una persona de bien.

VII

Así continuaron sus reuniones de trabajo por un período de varios meses, hasta que el escrito estuvo terminado.
-Está perfecto…-dijo la anciana conmovida después de leerlo completo. -Tienes dones para las letras…debieras considerar seriamente la posibilidad de…dedicarte a escribir. –enseguida agregó: -Ya no queda mucho tiempo…- sacando de su cartera algo de dinero se lo entregó. -¿Podrías hacer dos copias encuadernadas de este hermoso relato?. También compra dos sobres grandes y muchos sellos postales…

IX

Francisca falleció un domingo en la tarde y lo hizo sin estridencias ni alboroto, con sencilla humildad como había vivido toda su vida. Marta e Ismael salían de la misa de siete y decidieron visitarla para llevarle esos barquillos crujientes que la anciana adoraba. Pensaron que dormía por la plácida dulzura de su rostro y los brazos ceremoniosamente cruzados apretando algo sobre el pecho. Vestía su camisa de dormir rosada y la mañanita de punto calado, que Marta había tejido para ella en navidad. Sus gatos la rodeaban maullando y lamían sus manos con la esperanza de despertarla. En el velador junto a su libro predilecto, una caja torpemente envuelta en papel de diario con algo escrito en su parte superior, llamó la atención de los jóvenes.
-Marta. –decía escrito sobre un trozo de papel blanco pegado con scotch.
Los dos sobres blancos que la muchacha había comprado estaban allí, cada uno con el nombre del destinatario y una complicada dirección en Italia. Escritos con mano temblorosa y una delicada caligrafía había dos nombres: Pier Paolo Rosso y Maura Rosso.
Dentro de la caja había también un documento firmado ante notario, donde nombraba a Marta como su heredera universal de su casa y escasos bienes, más dos enormes monedas de oro que según explicaba en la carta, habían sido un regalo de amor y debían ser utilizadas con sabiduría y generosidad.

En el ataúd más sencillo como era su voluntad y con la fotografía en blanco y negro de un hombre de bigote fino y ojos grises que aferraba contra su pecho al momento de morir, la anciana fue enterrada en una singular ceremonia que marcó un hito en la historia de la población. A la sombra del parrón en casa de Francisca, acompañada por todos los vecinos, incluso aquellos que siempre la ignoraron y los gatos que aún aullaban lastimeros, Marta leyó sus poemas favoritos mientras escuchaban la Boheme en el viejo tocadiscos. Después abrió las botellas de Chianti italiano que Francisca guardaba para esa ocasión importante que nunca llegó y las bebieron todas en su honor. Al acabar la fiesta y por expresa petición de Francisca en su última carta, Marta regaló a cada vecino, uno de los maceteros con flores que su amiga cuidaba con tanta devoción, como un símbolo de amor, perdón, humildad y generosidad que despertó remordimientos en algunos.

Cumpliendo la última voluntad de su amiga, Marta llevó los sobres al correo pensando que en aquella loca historia solo cabían dos posibilidades. La primera era, que los sobres se perdieran enterrados entre cientos de cartas cuyo destino era incierto y la segunda era que ocurriera un milagro y el sueño de Francisca se hiciera realidad.
Y si de sueños se trataba, el de Marta que llegó de pronto a su corazón, inspirado en las palabras de Francisa: sabiduría y generosidad, estaba a punto de hacerse realidad…Al pensar que destino le daría al generoso regalo de su amiga fallecida, decidió convertir la casa de Francisca en biblioteca y centro cultural. El dinero que le pagaron por las monedas de oro, alcanzó para comprar muchos textos que sumados a los cientos de libros que guardaba Francisca bastó para empezar.
Marta ordenaba los últimos textos en las repisas después de pasar el día pintando un lienzo.
-¡Gran inauguración Biblioteca Francisca Martínez de Rosso!. –dijo orgullosa al ver el nombre de casada de su amiga escrito en muchos colores, con enredaderas de flores trepando sobre las letras. -¡Con mucho color como hubiera querido Francisca!. –sonrió satisfecha. El sonido de unos suaves golpecitos en la puerta la hicieron volver a la realidad.
Con la cara y las manos manchadas de pintura abrió.
Un hombre maduro, buenmozo y muy elegante enfundado en un terno azul, que combinaba con el gris de sus ojos, la observaba con curiosidad.
-¿Eres la hija de …Francisca?. –dijo finalmente en una mezcla de español y algún otro idioma desconocido para Marta.
-¿Yo?...¡No!…-respondió sorprendida y algo avergonzada de su aspecto desaliñado. – Yo soy ..o sea…yo era su amiga...Ella falleció…hace ya…cuatro meses… –agregó con los ojitos llenos de lágrimas y enseguida preguntó con algo de recelo. – Perdón la pregunta pero…nunca antes lo ví…¿Usted…es?...
De pronto, el corazón le dio un brinco y su mirada quedó congelada en algo que el hombre apretaba bajo su brazo. La fotocopia encuadernada con la historia de Francisca que ella había escrito, estaba allí en manos de un completo desconocido.
-Pier Paolo Rosso….- respondió él sonriendo, pese a la tristeza que Marta adivinó en su mirada azul. –Yo soy…su hijo.




FIN

CAMBIOS EN EL CLIMA


I

Siete campanadas sonaron y aún estaba oscuro, cuando el bus salió del terminal repleto de trabajadores soñolientos cuyo destino eran empresas frutícolas ubicadas en algún pueblo del valle. Tras meses de desempleo y letargo, Ernesto se había levantado de madrugada alertado por un aviso aparecido el día domingo en el diario local. La solicitud especificaba entre otros requerimientos: “Personas con experiencia en poda de parras”. El encargado era un antiguo conocido suyo y prometió palabrearlo con el jefe para que Ernesto fuera uno de los seleccionados para el puesto.
-¡Si así lo dispones señor…si esa es tu voluntad para mi vida…te ruego me des ese trabajo!. –rogó en silencio mientras miraba por la ventana en el bus de regreso. La entrevista con el jefe de personal le dejó conforme y esperanzado.
-Tienes el perfil que andamos buscando. –había dicho el hombre con amabilidad al estudiar el currículo de Ernesto que luego guardó aparte del de los otros postulantes. Al pasar junto al embalse cuyas aguas reflejaban como un espejo las formas sinuosas de los cerros, vio caer las primeras gotas. Sin querer recordó el informe meteorológico de la noche anterior.
-Últimamente acierta en sus pronósticos. - sonrió Ernesto al bajar del bus pensando que una lluvia a comienzos de otoño, sería sin duda un buen augurio. Salió del rodoviario y apuró el paso calculando que aún debía caminar bastante para llegar a su casa antes que lo hiciera el temporal. –Si se llueven los muebles..¡la Jenny me mata!. - Con tantas preocupaciones en su cabeza, había olvidado revisar el estado del techo y las canaletas como hacía cada verano sin fallar desde que obtuvieron el subsidio tres años atrás.

Sin duda el invierno anterior inusualmente frío y seco, dejó en los lugareños la sensación de que el clima cambiaría irremediablemente, alterado por la corriente de la niña.
Todos en el pueblo se vieron afectados por la falta de lluvias. Los predios de la zona dedicados a la exportación de variadas especies frutales tuvieron cosechas mediocres y los agricultores se conformaron con el personal de planta sin contratar temporeros.
Ernesto no tuvo trabajo, no tuvo plata para darle a la Jenny, no tuvo plata para tomarse un traguito con los cabros y se sintió enojado, muy enojado. La pobre Jenny pagó los platos rotos y se llevó la peor parte. Es que a Ernesto no le gustaba gritarle a su mujer y cada día le juraba y se juraba a si mismo desde el fondo de su maltrecho espíritu, que no volvería a hacerlo, pero la falta de oportunidades para un hombre con escasa preparación y ese doloroso vacío que de un tiempo a esta parte se había instalado en su estómago, le desquiciaba y anulaba su voluntad. Y la Jenny que nunca entendía y solo sabía exigir, que la leche para la niña, que los pañales, que la comida y él que no podía darle nada, terminaba reventando y desquitándose con ella, su mujer, el amor de su vida, la reina de sus ojos.
Desde que perdió el último trabajo y ya no pudo encontrar otro, Ernesto notó que algo había cambiado en su vida pero no supo como ponerle atajo. Los problemas, incluso el más insignificante le hacían sentir desorientado, inválido, incapaz de tomar decisiones.
¿Cómo llamar a ese cansancio que cada mañana lo amarraba a la cama?, a la impaciencia que lo consumía y a ese pesimismo que se apoderaba de él robándole la alegría y la esperanza. ¿Quién era ese hombre violento y amargado que ocupaba su lugar?.¿Donde quedó el joven fuerte que le miraba desde el álbum de fotografías?.


Ernesto pasó por la plaza justo cuando las campanas de la iglesia anunciaban las diez de la mañana llamando a la segunda misa del día.
–Si consigo la pega vendré de rodillas a darte las gracias virgencita mía. -dijo persignándose respetuosamente y cerró su chaqueta para protegerse de la lluvia que a cada momento se hacía mas tupida.
Aún no aclaraba cuando había dejado su casa esa mañana para r a la entrevista y como su mujer llevaba varias noches sin dormir cuidando de la niña, no quiso despertarla. Ansiaba llegar pronto y contarle la novedad. El sueldo que le habían prometido era bastante modesto pero bastaría para vivir con decencia como la Jenny se merecía después de tantos años de sacrificio. Al fin volvía a sentirse más seguro, con algo de ánimo, energías y esperanzas. Tal vez ahora…las cosas mejorarían y volverían a ser como antes.

II

En cuanto entró a su casa notó el silencio llenándolo todo y una terrible premonición aguijoneó su corazón. Las buscó en la habitación, el patio y la cocina pero nadie respondió. El intenso repicar de la lluvia sobre las planchas de zinc sacudidas por el viento, erizó la piel de su nuca y pensó en su pequeña hija, que hasta ayer se reponía en casa de un cuadro de neumonitis. Vio el primer resplandor en el cielo cuando se dirigía a buscarlas a casa de Mercedes, pero ellas no estaban allí. Tampoco encontró a nadie en el kiosko de don Juan, cerrado por duelo desde ayer.
-Tal vez Andrea sufrió una recaída y Jenny la llevó al hospital. - pensó atemorizado enfilando hacia el sur con el corazón latiendo violentamente en sus tímpanos. Su hija de cinco añitos recién cumplidos con su negrísima melena ensortijada, era la mitad de su vida…La otra mitad era la Jenny y sin ellas a su lado ya nada tendría sentido. El trueno le sobresaltó repitiendo como un eco en sus oídos el estallido del primer chaparrón.
Con el corazón encogido regresó del hospital y la fatalidad de sus temores le inundaba el corazón como la lluvia que comenzaba a anegar las calles sin pavimento. Pensó en ir al colegio de su hija, pero lo descartó porque Jenny jamás la llevaría en un día frío y lluvioso como aquel. Le temblaban las piernas y pese al agua que chorreaba inclemente por su cuerpo, la cabeza le ardía y las venas de su sien palpitaban en violentas oleadas de rabia mezcladas con pánico. ¡Finalmente había ocurrido!... La Jenny se había marchado llevándose a la niña.
La ira desbocó su corazón y desesperado gritó sus nombres repitiéndolos al viento: ¡Jenny, Shakira Andrea!, pero el sonido de la lluvia ahogó su voz.
Los vecinos temerosos de aquel desquiciado que últimamente gustaba de hacer alboroto por nada, cerraron sus puertas y lo dejaron solo en medio de la calle, abandonado a su dolor.
Ernesto entró a la casa y se acostó sintiéndose un naufrago, perdido en el océano de su cama, ese solitario y extenso desierto que lo envolvía sin su mujer.
Aferrando el camisón de Jenny contra su nariz cerró los ojos para sentir su aroma y lloró como un niño doblegado ante su desgraciado destino. No vio los relámpagos encendiendo de luz los contornos de su casa ni sintió el granizo apedreando todo a su alrededor. La Jenny se había marchado…La Jenny se había marchado llevándose a la niña con ella. Fue entonces que se desgarró el cielo y desde las quebradas ubicadas un par de kilómetros hacia el interior, la tierra abrió su enorme boca y vomitó con violencia. El río creció y se envalentonó arrastrando toneladas de agua, troncos y arena que reptando por entre los valles, avanzaba estirando con ansiosa glotonería su lengua infernal. Eran las dos de la tarde, cuando el aluvión cargando toneladas de desechos, llegó a la zona costera y arrasó el sector norte del pueblo donde estaba ubicada la casa de Ernesto.
-Tengo trabajo Jenny, tengo trabajo…Te prometo que ahora todo mejorará. – repitió Ernesto por última vez antes de cerrar sus ojos.


III

Faltaban cinco minutos para las nueve y Jenny corría por la avenida principal rumbo al colegio. La citación de la escuela especificaba “puntualidad” y aún a paso rápido demoraría otros diez minutos en llegar allí. Hubiera preferido dejar a Shakira Andrea en casa un día más pero sola, no la dejaba por ningún motivo y la profesora dijo que le urgía conversar con ella cuanto antes. Su hija feliz de salir a la calle nuevamente, corría sonriente a su lado. Después de una semana de convalecencia en la casa viendo televisión todo el día, ansiaba volver a clases y jugar con sus amiguitos.
-Antes de la neumonitis intenté citarte para conversar…Últimamente la niña ha estado distraída y silenciosa. –comentó Inés, la parvularia encargada del pre-kinder.
-Las cosas no están bien en la casa. –reconoció Jenny con los ojos enrojecidos. –Ernesto esta sin trabajo desde el año pasado y …
-¿Y…?. –insistió la profesional extrañada por la repentina seriedad de Jenny.
-No sé…o sea, no sé si es normal pero…- titubeó Jenny sin animarse a hablar. -¡El está tan malhumorado!.
-¿Solo… malhumorado?. –Inés tomó las manos de Jenny y miró fijamente sus ojos como si quisiera leer sus pensamientos. -El…¿te ha golpeado?.
-¡Noo!. – respondió la muchacha categórica. –¡Ernesto jamás me levantaría la mano!. –después continuó dando rienda suelta a sus preocupaciones necesitando desesperadamente desahogarse. -La verdad no sé lo que pasa por su cabeza estos días…Siempre está huraño, agresivo y por insignificante que sea el motivo de la discusión, se violenta y me grita como un poseído. Otras veces, se queda todo el día en cama y cuando sale nunca dice adonde va. ¡Esta mañana por ejemplo…Cuando desperté él ya no estaba!. –al final con sus ojitos llenos de lágrimas agregó. –Es como si ya…no me quisiera más.
-¿Has notado sin embargo…?. –la profesora comenzaba a armarse una imagen de la situación. -¿Se ha vuelto de pronto…desconfiado…obsesivamente celoso?.
-¡Sii!. –respondió ella sorprendida. –Incluso cuando voy a la feria a vender la ropa, hace alboroto…En varias ocasiones…¡Lo he descubierto siguiéndome!.
-El problema de tu esposo… -concluyó después de escuchar un buen rato las quejas de la muchacha.
-¿Cuál es su problema?. –una sutil esperanza iluminó la mirada opaca de Jenny.
-Por todos los síntomas que me cuentas, yo creo que tu esposo está atravesando por una crisis…Tal vez una depresión. –respondió la mujer con seriedad.
-¿Depresión…Ernesto?. –preguntó Jenny sorprendida y enseguida agregó tajante. -¡Imposible!...El no es ese tipo de hombres…¡Es un hombre fuerte!.
-Que guarda sus sentimientos, habla poco y no comparte sus preocupaciones. –continuó la profesora.
-¡Si…ese es Ernesto!. –respondió Jenny hinchada de orgullo. –Como decía su antiguo patrón…¡Un proveedor nato!.
-Un proveedor que ahora no tiene trabajo y debe ser mantenido por su esposa, lo que lo hace sentir desgraciado…inútil, incapaz.
-¿Usted cree…que pueda ser eso…?. –preguntó Jenny no muy convencida.
-Sin duda alguna y lo digo por experiencia propia…A mi padre le ocurrió algo similar. –aseveró ella con la mirada extraviada.
-Y su papá…¿se mejoró…salió adelante?. –insistió la muchacha.
-Mi padre se suicidó… el año en que yo dejé mi casa, para ir a la universidad.
-Perdón profesora…yo no sabía!. –se disculpó Jenny avergonzada.
- No te preocupes… -la tranquilizó. -Ocurrió hace años y… ¡el tiempo cura todo!
-¡Estoy asustándome!... – gimoteó Jenny haciendo pucheros. Después estalló en sollozos sintiéndose incapaz de cargar sola con tanta preocupación. -¡Dígame que hacer…porque ya no resisto más!.
-En primer lugar debes ir al consultorio y pedir una hora con el siquiatra…Ernesto va a necesitar de medicamentos y mucho apoyo para salir adelante.


La entrevista con Inés; mujer sabia y juiciosa, alivió de algún modo la pesada carga de Jenny. La extraña actitud de Ernesto tenía una explicación y sobre todo, para tranquilidad suya, una cura si se diagnosticaba a tiempo. Saber a que se estaba enfrentando, renovó sus esperanzas y le animó tanto como el oportuno ofrecimiento de la profesora.
Una hermana de Inés, recién llegada de la capital después de un desengaño amoroso, estaba a punto de inaugurar una boutique en el pueblo y andaba en busca de ropa novedosa que ofrecer a sus clientas.
-Te voy a contactar con ella. –había prometido la profesora antes de despedirse. –Seguro quedará encantada cuando vea tus ingeniosas creaciones y te ayudará con algún dinero por adelantado para la primera colección.
Considerar la posibilidad de alguna salida para la devastadora crisis que estaba viviendo en su hogar, llenó a la muchacha de optimismo.
-Sin duda alguna…¡Nuestra situación mejorará!. –sonrió imaginando un futuro mejor y se encaminó al consultorio a sacar número. Comenzó a caer una suave y persistente llovizna cuando la muchacha ingresó al pequeño recinto hospitalario.
IV

Desde el día en que se casaron Jenny ayudaba a Ernesto con algunos gastos de la casa, vendiendo en la feria, ropa usada. Durante la semana recorría el pueblo comprando prendas que la gente desechaba por anticuada y con una habilidad sorprendente, quitando aquí poniendo allá, la transformaba en algo moderno y atractivo.
El exceso de trabajo en su hogar, el cuidado de su hija, la falta de preparación y la escasez de capital, se confabulaban para estancar los ambiciosos proyectos de Jenny. Sin dinero para invertir en materiales y gastando las escuálidas ganancias en la manutención de la casa, el negocio jamás prosperaría. Poca inversión = poca producción = poca ganancia.
Aunque la vida no resultó ser exactamente como algún día soñó, Jenny nunca se daba por vencida y continuaba luchando para superar las inclemencias de una suerte esquiva. Abandonar los estudios con escasos dieciséis años y continuar con un embarazo no deseado fue en su momento una decisión difícil y dolorosa para una joven que ambicionaba una profesión, independencia y prosperidad. Sin el apoyo del padre de la criatura, que era por cierto una criatura más, ni del liceo que suspendió su matricula no bien enterarse de su embarazo más su familia que la abandonó a su suerte, el futuro para Jenny que se negó rotundamente a la posibilidad de un aborto, se vislumbraba negro.
Fue una tarde de primavera a la salida del control en el hospital, que apareció Ernesto.
V

Conducía un colectivo en reemplazo de un amigo enfermo con la secreta esperanza de ser contratado. Con algo de suerte, el dueño de la empresa se fijaría en su seriedad y podría dejar el trabajo bien pagado, pero inestable como temporero en las fruteras de la zona.
-¿A dónde te llevo?. –preguntó mirando con curiosidad por el espejo retrovisor a la joven sentada en el asiento trasero.
-No lo sé. –respondió ella mirando sin rumbo por la ventana del vehículo mientras gruesos lagrimones rodaban por las mejillas juveniles.
-Ya terminé mi recorrido por hoy. –dijo él conmovido deteniendo el colectivo para voltearse y mirar directamente a la muchacha que pese a su juventud mostraba un avanzado embarazo. –Ya son pasadas las tres, en el hospital las esperas son largas y seguro no has comido nada desde el desayuno…¿Quieres acompañarme a almorzar?.
Justo ese día, la ecografía había confirmado a Jenny el sexo de su bebé.
-Una niña…¡esperas una niña!. –había dicho la doctora mostrando la diminuta columna vertebral y la incipiente formación de sus genitales en forma de corazón.


Después de una convivencia de seis años con una mujer mayor, que lo abandonó un día para correr tras uno más maduro y adinerado, Ernesto transitaba por la vida con desconfianza crónica hacia el mal llamado sexo débil. Cargar en el pueblo con el estigma del hombre engañado aunque fuera un joven de escasos veintiséis años era duro, así es que por miedo a sufrir o ser herido nuevamente, sus relaciones desde entonces, se volvieron frías, superficiales y pasajeras. Volver a enamorarse no estaba de modo alguno entre sus planes inmediatos.
-Es una niña. –repitió ella sonriéndole al chofer en medio de las lágrimas. –Es una niña y se va a llamar Shakira como la cantante…¡Shakira Andrea!.
Lo de Ernesto por Jenny fue amor a primera vista. Una misteriosa mezcla de ternura y pasión que lo remeció desde la médula, echó por tierra sus arraigados temores y derrumbó todas sus defensas.
La candidez de aquella joven valiente que aún en medio de la angustia se permitía soñar, le encandiló y despertó ese sentimiento profundo, generoso y verdadero que sin saber…Ernesto había reservado solo para ella.
Lo de Jenny fue a segunda o tercera vista pero no por ello menos poderoso, honesto y profundo. Un amor…como dicen aquellos cuyo matrimonio fue arreglado por la familia, nacido de la sana convivencia, del respeto mutuo y del auténtico deseo de hacer feliz al otro aún a costa de pequeños sacrificios personales.
-¡Ernesto me conquistó!. –confesaba a sus amigas con la felicidad pintada en el rostro.
-Parece… tan huraño. –comentaban sus compañeras de colegio arriscando la nariz. -¡Ni siquiera nos atrevemos a visitarte cuando él esta en la casa!.
-Es que él…es algo tímido, introvertido pero en la intimidad... – sin querer se sonrojaba al recordar su vida conyugal. –Es cariñoso, dulce y…¡apasionado!.
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VI

Después de una hora y media de espera, finalmente había conseguido un número para la atención de un médico general quién derivaría a su esposo con un siquiatra. ¡Así era la burocracia hospitalaria en el país!.
Eran más de las once cuando Jenny salió del hospital y un escalofrío recorrió su espalda al sentir el estruendo de los primeros relámpagos que remecieron los vidrios del establecimiento. Pronto se iniciaría el verdadero chaparrón.
Ernesto había desaparecido temprano en la mañana y seguro no regresaría hasta la tarde, así es que decidió pasar al centro a comprar algunos materiales que necesitaba para terminar unos encargos. Tiempo tenía de sobra, porque antes de salir dejó preparado el almuerzo.
Como el dinero brillaba por su ausencia, Jenny debía acudir a todo su ingenio para transformar lo in transformable y convertir prendas prácticamente inservibles en verdaderas maravillas con el mínimo presupuesto.
En el bazar compraría un par de blondas, tapacosturas, anilinas e hilo de bordar. De allí pasaría al local de don Abraham para echar un vistazo, solo un vistazo. –prometió con resignación.
Cuando entró a la tienda de telas el agua caía con baldes pero no importaba. Para Jenny aquel oscuro boliche era su reino, el mejor lugar del mundo después de su casa en los buenos tiempos con Ernesto y su hija.
Caminando muy lento por entre los largos mesones repletos con rollos de tela, Jenny descubría los nuevos colores y texturas mientras acariciaba en una experiencia casi erótica la suavidad de las sedas, el terciopelo o la organza. Soñar con hermosos vestidos inspirada en lo que allí veía, era su pasatiempo. En cuanto llegara a casa dibujaría con trazos algo infantiles sus diseños, en un antiguo cuaderno de castellano, único recuerdo de su último año escolar.
Pasar algún rato allí en su reino de telas y texturas era una válvula de escape, el minuto para soñar y olvidar lo azaroso de su vida.
Don Abraham le hizo señas para avisarle que era hora de cierre.
-¡La una y media!...-exclamó sorprendida al ver lo rápido que pasó la hora y se encaminó a la salida. -Disculpe don Abraham ya me voy.
-No te preocupes Jenny, ven cuando quieras… –respondió el anciano cariñosamente. – Uno de estos días…cuando las ventas mejoren, te voy a contratar. –enseguida tomó un paraguas y se lo entregó con amabilidad. -¡Mañana me lo devuelves!...Anda luego a tu casa que esto pinta para diluvio.
Premunida de paraguas corrió de regreso a la escuela para retirar a su hija antes de que la cosa empeorara. Se arrepintió de haberla dejado allí un día de lluvia, pero nadie podía prever que por única vez en la vida, el meteorólogo acertaría en su pronóstico.
Los relámpagos iluminaban fosforescentes el cielo gris cargado de nubes espesas y amenazantes. Jenny contaba mentalmente el tiempo que demoraba en sonar el trueno para determinar si la tormenta iba en aumento o se alejaba.
-¡Dios mío…esta es grande!. –pensó con un extraño presentimiento y apuró el paso para acortar las dos cuadras que aún quedaban para llegar al antiguo establecimiento, ubicado exactamente a medio camino entre su casa y el centro.
Al dar la vuelta a la esquina, creyó escuchar la voz de su esposo llamándola y aunque miró en todas direcciones pensando que venía tras ella, no lo vio y se detuvo en seco. Una extraña sensación de incertidumbre y temor la invadió paralizándola. Sin pensarlo dos veces y en un impulso carente de toda lógica, Jenny cambió de dirección, cerró el paraguas decidida a correr y enfiló rumbo a su casa con la convicción de que su hija estaría bien cuidada en la escuela.
-Ernesto, Ernesto. - se repetía aterrada mientras corría por los barriales, pensando que algo muy malo estaba a punto de ocurrir. –Esto también va a pasar…el doctor nos va a ayudar y saldremos nuevamente adelante…-¡Señor, señor!. –clamaba descontrolada en su desesperación. –Protege a mi marido y danos otra oportunidad…
Con las piernas acalambradas por el esfuerzo y el corazón atemorizado latiendo exhausto en su pecho, Jenny corría entre los charcos mojada hasta los huesos.
-¡Ernesto!. –gritó en el antejardín. -¡Ernesto!. –repitió histérica entre las lágrimas, incapaz de apuntar con la llave en la cerradura. Entró a su casa y con ella el agua que en cosa de segundos inundó todo, hasta la altura de sus rodillas. Desesperada recorrió la pequeña vivienda buscando a su esposo.
-¡Ernesto despierta, Ernesto despierta!. –gritó fuera de sí al entrar a su habitación, creyéndolo muerto.
-¡Jenny…volviste!. –balbuceó Ernesto semi-dormido pensando que aún soñaba.
-¡Levántate Ernesto que vamos a salir!. –dijo ella corriendo al comedor para desenchufar su máquina de coser que rápidamente envolvió en el mantel de hule.
-¿Por qué quieres salir?...Está lloviendo. –preguntó perplejo.
-¡No lo sé, no lo sé!. –respondió Jenny impulsada por un fuerza sobrenatural y lo empujó fuera.
Con el agua hasta las caderas salieron luchando contra la fuerza del torrente que les impedía avanzar. Afuera el caos era total. La gente gritaba intentando rescatar algunas de sus pertenencias desde las aguas, otras se encaramaban en los techos temerosos de morir ahogados dentro de sus casas sin el valor suficiente para lanzarse a nadar.
Con sus manos aferradas, dependiendo nuevamente el uno del otro, avanzaban firmes y seguros casi en trance hipnótico, impulsados por esa voluntad férrea del que nació luchando.
Al llegar a un promontorio al otro lado de la calle donde algunos se habían puesto a salvo, sintieron un estruendo descomunal que hizo retumbar los vidrios de las casas y se voltearon a ver.
Una formidable avalancha proveniente de las quebradas interiores avanzaba implacable llevándose todo a su paso. Un pequeño furgón escolar sin pasajeros avanzaba raudo junto a troncos de diversas formas y tamaños sobre aquel espeso revoltijo.
Con la misma facilidad que se arranca una flor, su modesta casa construida sobre pilotes de madera, fue arrancada de cuajo y lanzada sobre la correntada. Allí se enderezó y muy erguida con sus cuatro ventanitas abiertas como si estuviera despidiéndose para salir de viaje y avanzó flotando cual arca de Noé rumbo a la playa chica.
Algunos lloraban de tristeza al ver sus cosas flotando en medio de ese río de lodo y otros de alegría porque aún estaban vivos, tenían salud y podrían recomenzar.
Con el aluvión también se fueron dos novillos de don René, los muebles de la Palmira, la bicicleta del cartero, una casa de perro y muchas otras cosas, que el mar después de un tiempo generosamente devolvió y depositó sobre la playa.
Ernesto acomodó el bulto con la máquina sobre su hombro y asió con firmeza la mano de su mujer sin decir una palabra. Jenny tampoco dijo nada, solo sonrió, abrió el paraguas sobre ambos y emprendió la marcha rumbo a la escuela. Su hija esperaba por ellos.


FIN
Carta a mi padre


Porque no dejó asuntos pendientes y pudo partir en paz En la flor de su vida adulta como ganador del premio que todos esperan al fin de sus días: una muerte rápida, digna, sin sufrimiento y rodeado del amor de su prole.
Estoy agradecida.

Porque nos amó mucho y aunque no lo dijo a menudo, siempre nos hizo sentir únicos y especiales.
Porque estaba orgulloso de cada uno de sus hijos sin importar la magnitud de sus logros y eso les hizo mejores personas.
Por ese orgullo que me hizo creer en mí, le estoy agradecida.

Porque me enseñó a soñar y me permitió seguir haciéndolo a menudo.
Porque me permitió volar y siempre estuvo allí para recogerme cuando caí.
Por ese exceso de amor a ratos carente de disciplina, le estoy agradecida.

Porque el espacio que ocupó en la vida de su mujer, cada uno de sus hijos, sus nietos, sus parientes, sus amigos y empleados estaba hasta el tope, lleno de amor y el amor es irremplazable, como lo son las sonrisas, los abrazos y los besos que prodigó casi con derroche.
Porque me enseñó que el amor es lo más importante, le estoy agradecida.


Porque las enseñanzas y los valores que sembró en cada uno de sus hijos, quedarán allí para siempre como una huella imborrable de su paso por esta vida y pasarán de generación en generación como una herencia maravillosa honrando su memoria.
Porque me enseñó que la familia es importante, le estoy agradecida.

Porque aunque hubo buenos y malos años, nunca le falló el buen humor, hizo feliz a mi madre y sus últimas palabras de amor fueron para ella.
Porque de su matrimonio, aprendí el valor de la fidelidad, la voluntad y el compromiso, les estoy agradecida.

Porque cada domingo que nos reunamos a compartir un almuerzo bien regado, él estará presente y sin querer recordaremos sus chistes, esas infaltables historias, reiremos con él y sin duda alguna, allí donde él se encuentra preparando una casa para reunir nuevamente a su familia, él reirá con nosotros.

Porque él es irremplazable y se encargó de dejarlo claro durante toda su vida, tengo la certeza de que… no se fue…solo se repartió en cada uno de quienes hoy con orgullo podemos llamarnos...¡sus hijos!.



Palabras inspiradas en Francisco Pérez, mi padre fallecido el 2007 y escritas a la muerte de don Tulio Callegari, un querido patrirca serenense, fallecido el 2008. Con todo cariño para ambas familias que tuvimos la bendición de tener un padre formidable como ellos.
eloisa