viernes, 22 de enero de 2010

CAMINANDO ANDACOLLO

Cada 25 de diciembre los habitantes de la cuarta región, realizan una peregrinación hasta la ciudad de Andacollo para visitar a la virgen y festejarla en su día. Desde distintos puntos de la zona llegan los caminantes en un recorrido que abarca aproximadamente 50 km.
Nuestra ruta personal comenzó en el sector de Pan de Azúcar a las seis de la tarde del día viernes 25. Desde allí enfilamos al sur caminando por la carretera que une la ciudad de La Serena con Ovalle, nuestro destino el Peñón; un villorrio ubicado a los pies del camino que asciende hasta Andacollo, trayecto que completamos en 3 horas. Llegar, comer y poner las piernas en alto fue una sola cosa. Es reconfortante descubrir que entre tanta gente desconocida, el pudor pasa a ser algo secundario y cualquier lugar medianamente camuflado aunque carezca de puerta, se convierte en un paraíso para tanta vejiga contenida.
Después de dos horas de caminata in interrumpida por la ruta pavimentada que une El Peñón con Maitencillo; nuestro segundo punto de merecido descanso, la fatiga se hace sentir.
El dolor comienza a matarme y resulta casi imposible definir, donde comienza o termina. La base del cuello, justo allí donde las vertebras se hacen más notorias, la parte baja de la columna, allí donde, como decía mi abuela; la espalda pierde su nombre. La unión entre el glúteo y la parte superior de la pierna, donde el elástico del calzón aprieta el muslo cuando hay sobrepeso.
El hueco popítleo como me dijo Elizabeth. Hueco popítleo repito, porque me encanta el sonido. Corva le llamo yo o ese espacio carnudo, ubicado en la parte posterior de la rodilla flanqueado por dos gruesos tendones que palpitan y tiran, palpitan y tiran, amenazando con cortarse al siguiente paso.
La fila de gente que me antecede o me sigue es larga, interminable y variada. Hombres, mujeres, niños, ancianos y ancianas que avanzan guiados por el fervor religioso, determinados a cumplir la manda prometida o agradecer el favor concedido. Una pareja camina en silencio enlazadas sus manos. Conectados al murmullo de un ragaetón que se escapa del audífono que comparten, avanzan a paso firme y determinado. Quieren llegar a la primera misa de la mañana como una ofrenda a la virgen. ¿Qué propósitos dan energía a su andar?.
La planta de mis pies arde y el dedo gordo cuya cara externa siento más inflamada con cada paso, me hacen ser toda dolor, toda pies, toda piernas, toda espalda. Hueco popítleo, hueco popítleo repito, hasta hacer del sonido un mantra, que eleve mi espíritu y me aleje de mi cuerpo dolorido.
Un extenso bosque de pimientos bordeando la ruta, anuncian Maitencillo y ese merecido descanso que tomaremos a como de lugar. Tendidos en la vereda o sobre el banco de la plaza haciendo lo imposible por estirar la musculatura contracturada. Acompañados de un sandwish, una barrita de cereal y una taza de humeante café que alguien tuvo la astucia de traer, damos por un instante una tregua a los huesos doloridos.
La hora de descanso pasa volando y el fuhrer, apodo que alguien acertadamente puso al Nico quien por sus años de experiencia en esta loca aventura lleva la batuta en esta orquesta, da el grito de partida y todos con resignación más que entusiasmo, retomamos la marcha.
Un sendero estrecho y sinuoso flanqueado por enormes cerros y bordeado de pequeños arbustos, cactus y roca que prácticamente adivino en medio de la noche, asciende por la quebrada y se empina hasta la cima. Intento observar el cielo para ganarme el premio de una estrella fugaz, pero temo perder el paso en medio de tanta piedra, arena suelta y oscuridad. Lo más seguro es sin duda, seguir a Sandro que lleva nuestra única linterna colgada de su frente, cuya luz circular, difusa y parpadeante apenas vislumbro tras su ancha figura. Me concentro entonces en sus gruesas pantorrillas e intento imitar su ritmo sin perder detalle; derecha, derecha, piedra, línea recta, cactus, izquierda, madriguera de conejos, derecha…Sus pasos guían los míos y una larga hilera de pequeños puntos de luz ascendiendo cerro arriba como estrellas regresando al cielo, guían los nuestros. Son los miles de peregrinos que como nosotros, cada año suben el 25 de diciembre, caminando a Andacollo. Solo esta imagen basta para pagar esta loca odisea y sentir que valió la pena. El dolor, el hambre, el sueño o el sudor ya no importan. El silencio del cerro, los grillos que aquí se oyen más suaves, casi respetuosos, las estrellas que atiborran el cielo con glotonería me hipnotizan y anulan por completo la fatiga o el dolor.
La ruta que caprichosamente cruza sobre el pavimento para internarse luego quebrada adentro, está señalada en puntos estratégicos, con letreros que recuerdan las estaciones del vía crucis.
Este es sin duda un pequeño calvario personal, que en su largo camino plagado de dolor, cansancio y renuncias fortalece el espíritu del caminante y en medio del silencio de este cerro imponente caminado por tantas almas al unísono, conmueve hasta la médula y nos recuerda quienes somos. Solo un pequeño punto de luz en esta larga hilera de estrellas que intenta a ratos con aciertos, otras muchas con fracasos ascender hasta la cima, hasta el cielo y al fin de todo hasta Dios.