sábado, 10 de enero de 2009

E SUEÑO DE FRANCISCA

EL SUEÑO DE FRANCISCA

I

Francisca se sentó en una banca junto a la puerta de su casa para descansar un momento y disfrutar del sol. Su soledad se disipaba viendo a los niños jugar y reír felices ajenos al cuchicheo de las vecinas que de seguro hablaban de ella. Entre gestos y murmullos, solían burlarse del enorme sombrero con plumas que usaba para jardinear o de su gusto por la ópera italiana que escuchaba en el viejo tocadiscos al caer la tarde.
-¡Ignorantes!. –decía la anciana con indiferencia y entraba a su casa.
Es que ella era algo atípica, con su manía de vivir como una ermitaña en esa minúscula casa de población, rodeada de sus flores, sus gatos, los libros que leía una y otra vez y esos maravillosos discos que hacían soñar su corazón.
Solo la muchacha de enfrente que cuidaba del padre enfermo, era su amiga y se atrevía a conversar con ella pese a los comentarios que rodeaban a la loca de Francisca, una vieja con más años que Matusalem, sin amigos, familia, ni historia conocida…Todo en ella era un misterio, uno de esos que a nadie interesaba descubrir.
Después de pasar la mañana limpiando su casa, Francisca descansaba con las piernas en alto para deshinchar sus tobillos y pensaba en Marta; su joven vecina, tan tímida e insegura.
A sus veintitantos años no conocía el amor y cuando nadie la veía, espiaba con disimulo por entre las cortinas del comedor, a Ismael el hijo del verdulero. Un joven gentil y trabajador que ayudaba a su padre con los repartos a domicilio en su tiempo libre.
-¡El amor, el amor!. –canturreaba la anciana sonriendo, mientras preparaba la cama para acostarse.
Con los dulces acordes de La Traviata sonando aún en sus oídos y una intensa sensación de fatiga en ese cuerpo que ya no respondía como antes, Francisca tomó una decisión. Su tiempo se agotaba y debía realizar aquel proyecto que por años dejó pendiente con la esperanza de un milagro …ese que nunca ocurrió. Debía concretarlo antes que los recuerdos abandonaran su apasionado corazón y la vida se la tragara sin dejar huella alguna de su paso por esta tierra…además estaba Marta y esa mirada lánguida que se asomaba tras la cortina.

II

El joven descargó la bolsa con verduras sobre el raído mesón de la pequeña cocina.
-Ya señora Francisca…está todo lo que me pidió. –dijo chequeando mentalmente la mercadería a medida que la sacaba de la malla. – Me debe exactamente.. $2500.
-Te faltó el zapallo Ismael. –le regañó Francisca que pese a lo avanzado de su edad se jactaba de tener memoria de elefante. –Me lo traes mañana...
-Tendría que ser… después del almuerzo…-meditó el joven mientras limpiaba los restos de hojas desperdigadas por el suelo. - En la mañana tengo un examen.
-Y… ¿Cómo van esos estudios?...-inquirió ella, mientras guardaba las verduras en el refrigerador
-Me quedan dos años y saco mi título de ingeniero comercial…- Ismael le tenía aprecio a aquella anciana que pese a su avanzada edad, se mantenía lúcida y no perdía las ganas de conversar. -Cuando reciba mi titulo pienso administrar la verdulería de mi papá y convertirla en la primera cadena en Chile.
-Me parece muy bien…¡te felicito!, pero que hay de tu vida…sentimental. –Francisca con la libertad que dan los años, no temía pecar de inescrupulosa al interesarse por la vida sentimental de otros. - …¿Tienes novia?. –preguntó sin ningún pudor.
-¿Novia yo?...-preguntó el joven algo sorprendido y enseguida agregó. –Ahora no me alcanza el tiempo, entre el trabajo en la verdulería y los estudios…¡Mas adelante tal vez…cuando aparezca la indicada!.
-¡Eso!…cuando aparezca la indicada. – repitió Francisca sonriendo.

III

-¡Marta!...¿podrías venir a mi casa esta tarde?... – preguntó la anciana a la muchacha que barría la vereda frente a su casa. -quiero pedirte un gran favor.
-A las tres mi papá duerme siesta y lo puedo dejar solo un ratito…¡A esa hora voy!.
-¡Estupendo!. -¡Que a las tres sea entonces!. –respondió Francisca entusiasmada. De pronto olvidó sus achaques y se llenó de nuevas energías para limpiar los vidrios que ya casi no dejaban entrar la luz. Esa tarde tendría visitas y su casa debía brillar aunque mañana las articulaciones de sus hombros se botaran en huelga por el esfuerzo.
Como le quedó aún un poco de tiempo antes del almuerzo, decidió preparar unas galletas de avena…A Ismael le fascinaban y sería una buena excusa para invitarlo a entrar.
A las tres en punto golpearon la puerta y desde su cama donde se había tendido un momento a descansar, Francisca gritó:
-¡Entra Marta…la puerta esta junta!.
-Que rico olorcito…¿Preparó algo dulce? . –preguntó la muchacha sonriendo con timidez al entrar en la pequeña habitación donde apenas quedaba espacio para caminar entre los muebles grandes y antiguos que la vestían. Marta vestía la pintora que usaba para hacer los quehaceres y que se cambiaba solamente el día en que llevaba a su padre al consultorio. Su cabello largo y oscuro apretado en un enorme tomate, destacaba aún más, la palidez de su rostro delicado.
-¡Debes tomar un poco de sol muchacha! .-dijo la anciana haciéndole señas para que le ayudara a levantarse. –Tanto encierro te tiene con cara de cadáver…y…¡sácate ese delantal que ya pareces de la china comunista!.
Sin protestar, Marta comenzó a desabotonar el delantal y cuando se disponía a guardarlo en su bolso, unos golpes en la puerta distrajeron su atención.
-¿Quién será a estas horas?. –preguntó la anciana contrariada dirigiéndose al baño y agregó. -¿Podrías abrir Martita?...Esta vieja vejiga mía, se ha vuelto caprichosa y traicionera.
Desde el baño escuchó la voz de Ismael comentando del delicioso aroma que estimulaba el apetito mientras Marta se empeñaba en un embarazoso silencio. Apurada la anciana tiró la cadena, encendió la llave para no quedar como mentirosa y salió del baño.
-Vine a traer el zapallo…-dijo el joven en cuanto la vio y enseguida inhaló profundamente y agregó. – Huele a ….
-Galletas de avena…-respondió la anciana con indiferencia y le hizo señas para que entrara.-¡Cierra la puerta que las corrientes me matan!. - y hablando en un tono amable pero autoritario agregó. –¡Ahora que ya entraste...debes probar mis galletas!.
De reojo observaba a la muchacha silenciosa, que hacía lo imposible por parecer invisible. Sus mejillas se habían sonrosado y su rostro lucía saludable, como ninfa de bosque. Observó también como Ismael reparó en ella haciendo infructuosos intentos por entablar conversación. Ese vestido beige de corte simple y entallado que Marta guardaba desde los quince destacaba el cuerpo armonioso de la muchacha e impresionó al joven más que mil palabras.
Cuando la anciana quedó a solas con la muchacha, pudo finalmente abordar el tema que tanta inquietud le causaba.
-Quiero pedirte un gran favor…-comenzó Francisca paladeando una de las masitas dulces y crujientes que había preparado…¡Aún le quedaban buenas!...algo gruesas pero buenas.
-Si en algo puedo ayudarla. –respondió ella muy suave con los ojitos brillantes por la emoción que aún coloreaba sus mejillas.
-Yo estoy muy vieja y… hay algo que debo hacer.
-¡Usted no esta vieja!. –la regañó la joven con sincero afecto. –Vive solita y hace todas sus cosas sin ayuda…
-¡Es cierto…es cierto!, pero en el cuerpo siento, que mi tiempo se acorta y hay algo que debo hacer antes de partir…Es un tema complicado y creo que tu…podrías ayudarme. –de sopetón le lanzó. - ¡Quiero escribir mis memorias!.
-Pero…yo…no… –titubeó la muchacha disculpándose.
-¿Cómo que no, como que no?. –atacó Francisca con segura agilidad como siempre. –Cuando te sientas junto a tu padre no haces mas que garabatear en ese cuadernillo tuyo…¡Te he visto infinidad de veces!...- después simulando inocencia agregó. -Que escribes...no lo sé, pero ha de ser más de lo que yo pueda hacer con estas manos medio tullidas.
-¡Esta bien!. –la evidencia de su culpa estaba clara, así es que no tuvo mas remedio que aceptar.
-¡Mañana empezamos!...¿Te parece a las tres?. –cuando la muchacha ya salía la anciana agregó. –Y nada de venir con el uniforme…¡por favor!.

IV

Al día siguiente, tal como habían acordado, Marta llegó puntualmente premunida de lápiz y cuaderno. Había dejado la horrible pintora en su casa y su mirada parecía iluminada por la emoción de su nuevo rol de escritora. Sin darle tiempo de sentarse siquiera, la anciana comenzó a contar su historia.
-Yo era apenas mas que una niña…catorce o quince años y vivía en Olmué…¿Conoces Olmué?. –ante la negativa de la joven, Francisca continuó su relato. –Allí vivía con mis padres y mis hermanas en una humilde casita de campo, rodeada de paltos, lúcumos y todas esas delicias que se dan por allá…¡En fin!...Como te conté…yo era una jovencita…largas trenzas y cuerpo apenas formado. –recordaba con nitidez el cabello tan liso que su madre cada mañana debía trenzar con suma prolijidad para mantenerlo ordenado y limpio. – Aunque era joven aún, ya bullían en mi cabecita inocentes sueños de amor como toda adolescente en aquellos tiempos. ¡Todas esperábamos al príncipe azul!.
-El príncipe azul. –repitió Marta mientras escribía con sus ojos brillantes y pensativos.
-¡Bueno…el mío llegó y era un príncipe de verdad!. –su mirada se nubló por un momento al recordar.
- O sea…¡era como un príncipe!…- le corrigió Marta con gesto infantil. - galante…educado…buenmozo.
-¡No...El era de la nobleza!...Se llamaba Delmónico…¡Delmónico Rosso! y venía de Italia. Su pasatiempo era escalar grandes montañas y llegó a Chile dispuesto a escalar el Aconcagua, la cima más alta de América.
-Pero eso queda…-la muchacha intentó recordar pero no dijo nada por temor a equivocarse.
-Queda por Argentina, en la provincia de Mendoza. –respondió ella señalando hacia el oriente.
-Entonces…- preguntó extrañada. -¿Qué hacía en Olmué?.
-¡Fue una corazonada!...Alguien le contó de La Campana; un cerro bastante alto y apto para entrenar por el nivel de dificultad que presentaban sus laderas. Le quedaba cerca y decidió conocerlo.
-Y…¿Cómo fue que la conoció a usted?. –Marta era una joven inocente de sentimientos puros y aunque la historia le parecía descabellada, le gustaba dejarse llevar por las fantasías de amor de aquella anciana.
- Alguien le contó de una niña loca que conocía aquel cerro como la palma de su mano…Pensó que yo podría guiarlo para no perderse…- a cada instante interrumpía su relato para intercalar otros recuerdos. -¡Muchos se perdieron entre los vericuetos de sus laderas antes que él apareciera!...¡En fin!...Fue a hablar con mi papá para pedirle permiso.
-Para que usted…lo acompañara. –intentaba ir completando las ideas de su amiga.
-¡Claro…para que yo fuera su guía!. –respondió la anciana orgullosa.
-Por supuesto su padre no aceptó... –aseveró Marta con seguridad. –Un hombre solo…
-Por supuesto que aceptó…¡Que crees niña…era un príncipe italiano!...¿Piensas acaso que todos los días llega un noble a tocar la puerta de tu casa?. –En su memoria estaba grabada la imagen de aquel primer día. –Era muy alto, con sus ojos grises y ese bigotillo tan elegante. Sin duda era buenmozo…y educado como pocos.
-¿Era joven?. –su imaginación era frondosa y visualizaba cada parte del relato como si lo estuviera viviendo.
-Tenía…poco menos de treinta. – comenzó a sobar su espalda que comenzaba a molestar y repentinamente dijo. -¡Estoy cansada!...me voy a acostar.
-Pero…yo quiero saber el resto de la historia. –respondió la joven decepcionada.
-Mañana continuamos…a la misma hora si es posible.
-A la misma hora.- agregó ella ordenando sus útiles para partir.
-Antes de irte…quiero mostrarte algo. –dijo Francisca levantándose con dificultad para encaminarse a su habitación. Allí escarbando en sus cajones encontró una hermosa caja de madera y mostrándosela agregó: -¡Madera de sándalo!...¿Sientes su aroma?.
-¡Cierto!. –dijo la muchacha. ¡Que perfume tan delicioso!.
-¿Te gustan?. –preguntó la anciana mostrándole un par de delicadas peinetas españolas de plata que sacó del interior de la caja.
-¿Qué si… me gustan?. –preguntó a su vez la muchacha. –Es lo más hermoso que jamás haya visto.
-¡Son tuyas!. –dijo Francisca sin titubear. –Pero mañana…¡te sueltas el pelo y las usas!.
-¡Gracias…gracias!.- respondió con lágrimas en los ojos. Había perdido a su madre hace años y nadie le enseñó de coquetería femenina. –¡Mañana las usaré!. –con delicadeza las envolvió en un pañuelo y guardó el maravilloso tesoro en el bolsillo de su vestido.

V


Al día siguiente, Marta apareció un poco mas tarde de lo acordado porque su padre, como buen hombre malcriado y celoso había hecho un berrinche antes de dormir la siesta. Vestía un antiguo vestido holgado que la hacía lucir muy delgada. En su cabello recién lavado, largo hasta la cintura y ondulado, brillaban las dos peinetas de plata como lo haría una diadema en la cabeza de una princesa.
-¿Y el vestidito…ese beige entallado que te sentaba tan bien?. –la retó Francisca.
-Es que… es tan antiguo y me queda estrecho…lo uso solamente bajo el delantal…-reconoció ella avergonzada. -Se me apega mucho al cuerpo y me da vergüenza.
-¡Pues mañana te lo pones!. –dijo con amorosa autoridad. - Tienes lindas formas y ya está bueno de esconderlas bajo tanta tela…¡Ahora a trabajar!...¿En que estábamos?.
-En la parte de…-dijo leyendo sus apuntes del día anterior. –joven, buenmozo y educado.
-¡Verdad! .-dijo Francisca y retomó el hilo de la historia. –Así mismo era él… además de sencillo y generoso con un corazón noble como han de ser… ¡todos los príncipes!…además…¡no hablaba una gota de español cuando nos conocimos!.
-Y..¿como se entendían!. –preguntó la muchacha maravillada.
-Al principio a puras señas o en silencio simplemente…
-Caminaban…en silencio…con el sol perdiéndose en el poniente…¡eso me gusta!...-escribió Marta en su cuaderno adornando un poco la historia.
-Recorríamos kilómetros y kilómetros cerro arriba en busca de nuevas rutas que mostrarle o recolectando bichitos que él guardaba en unos frascos especiales…El era entomólogo…¡príncipe y alpinista!.
-En..to..mólo..go. –repetía la muchacha mientras anotaba. –¿Y… cuando fue que…?.
-¿Que nos enamoramos?...Ten paciencia…¡ya viene!. Al principio sus planes…eran quedarse por un mes pero se enamoró… primero de Chile y después de mí, entonces, se fue quedando y quedando… ¡siete meses en total!, caminando bajo el sol tomados de la mano en la soledad del cerro. ¡En fin!... entre tanto paseo y paseo, perdí mi año escolar, él olvidó su obsesión por el Aconcagua y mi padre preocupado por la reputación de su hija menor, lo puso en vereda.
-“Señor príncipe, comenzó a decirle mi padre con mucha solemnidad. Con todo el respeto que usted y su titulo nobiliario me merecen, debo decirle que… mi hija es muy joven aún y ya…no puedo permitir que ustedes…”
-¡Quiero casarme!. –respondió él poniéndose de pie de un salto.
-Que usted continúe…-de pronto pareció comprender las palabras del joven y agregó cauteloso pensando que sus oídos le engañaban. –Usted…¿quiere qué?.
-Quiero casarme con su hija…Estoy muy enamorado…desde el primer día en que la vi.
Hasta ese día, él nunca me habló de amor. –comenzó a recordar Francisca con el corazón acelerado por el recuerdo de la pasión. - solo tomaba mi mano para ayudarme a subir por los lugares escarpados o las ponía junto a las suyas dentro de sus guantes de piel para calentarlas cuando estaban frías. –tan entusiasmada estaba con sus recuerdos que olvidó a Marta que anotaba cada palabra suya. -¡Perdón!...continuamos…¿En que me quedé?.
-El príncipe le pidió a su padre permiso para casarse…
--¡Verdad!...Es solo una niña. –respondió mi padre.
-Ya cumplí los dieciséis. –dije yo asomando la cara por la puerta entreabierta. Esa era, una de esas conversaciones privadas entre hombres. A las mujeres no nos estaba permitido participar, menos cuando se trataba de limpiar la honra de una hija descarriada como cabra de cerro…
-Como cabra de cerro. – repitió Marta riendo despacito imaginando la jocosa situación.
-¡Esa misma era yo! .-agregó Francisca soltando una carcajada. -Ahora deja de escribir y ven que quiero mostrarte algo. –nuevamente terminó la sesión abruptamente y después de estirarse acomodando cada parte del cuerpo en su lugar, caminó despacio hasta su habitación, dejando a la muchacha con la palabra en la boca y la curiosidad viva.
-¡Eran míos…seguro son de tu talla! .-dijo poniendo sobre la cama varios vestidos de las mas delicadas telas, guardados entre pliegos de papel que alguna vez fueron blancos.
-¡Que hermosos!. –dijo la muchacha maravillada ante tanta belleza. Aquella anciana no dejaba de sorprenderla.
-¡Mañana te pones alguno!. –volvió a recomendarle como si hablara con una hija pequeña.
-Me los esta…¿regalando?. –aquello le parecía un sueño.
-Por supuesto…¿Para que los quiero yo?... Ni aunque bajara los cuarenta kilos que me sobran podría entrar en alguno de estos…Son para una mujer joven y linda como tu.
-Se lo agradezco tanto pero…es que …son demasiado para mí. –dijo ella agachando la cabeza azorada.
-¡Nada es demasiado para ti, para mi o para nadie!...-dijo levantando la cara de la muchacha. -¡Todos merecemos aquello que deseamos…jamás lo olvides!.
-Me sentiré… como de fiesta. –dijo la muchacha deslizando sus dedos por la seda.
-¿Y que es la vida… sino una fiesta? - La llevó hasta la puerta con los vestidos colgando entre sus brazos y después de acariciar dulcemente su mejilla, cerró la puerta diciendo. -¡Hasta mañana!.

VI

El día amaneció soleado y Francisca, pese a la creciente fatiga que la acompañaba desde hace dos noches, decidió que trabajarían en el jardín para que Martita pudiera sacar de su rostro esa palidez de muerte.
-¿En que quedamos…?. – la anciana reprendió a la muchacha en cuanto la vio llegar nuevamente vestida con el poco agraciado delantal.
-Un momento… -la tranquilizó Marta y procedió a desabotonar el delantal. –Aún siento algo de vergüenza…me siento un poco…otra persona. –dijo dando vueltas para lucir el vestido de lunares que ella le había dado. Lucía hermosa y más segura…Sin duda…algo estaba cambiando en ella.
-¡Continuemos!. –dijo la anciana y se sentó a la sombra del parrón.
-¿Le puedo preguntar algo?…- comenzó Marta sin atreverse a preguntar aquello que le inquietaba. -perdone si soy intrusa pero…Usted ha de haber sido... una joven preciosa.
-¿Por qué lo dices?. –preguntó Francisca sorprendida por la conclusión de la joven.
-Un príncipe… se fijó en usted. –respondió mirándola de reojo.
-¡La verdad!...Mis hermanas mayores eran mucho mas bellas que yo…¡pero todas remilgadas¡. –dijo haciendo la parodia. - No fue la belleza la que le hizo enamorarse de mí…fue la autenticidad, ¡yo era espontánea, alegre y. apasionada!...
-Pasión…Es lo que yo…nunca tendré. –balbuceó la muchacha desilusionada.
-¡La tienes muchacha y de sobra!…¡Basta leer tus escritos! o ver tus ojos cuando miras a Ismael. La pasión sin duda alguna, esta allí…en algún lugar. –dijo Francisca señalando el pecho de Marta. - Solo debes descubrirla y dejarla fluir…
Tocaron a la puerta y Marta un poco mareada por el rumbo que había tomado la conversación, volvió de golpe a la realidad y recordó que era jueves…¡día de reparto!. Ese que tocaba podía ser Ismael…¡Ismael!... Con el corazón repicando se levantó a abrir.
-¡Permiso!...¿Se puede?. –dijo el joven entrando sin esperar la respuesta. –Le traje hoy el pedido porque mañana… debo…debo… estudiar. –cuando vio a Martita que lo miraba sonriente y confiada bajo ese sensual vestido a lunares, comenzó a tartamudear. -¡Per…per…do..dón…están ocupadas!.
La anciana sonriendo con picardía, le invitó a pasar.
Al día siguiente Francisca permaneció en cama y Marta llegó mas temprano para limpiar un poco y preparar algo de comer para ambas.
-¿Cómo fue el matrimonio de ustedes…fueron felices?. –preguntó la joven releyendo sus apuntes anteriores.
-¡Mucho!. –respondió la anciana con un hilillo de voz. –Si mi madre hubiera sabido las cosas…que ese hombre me enseñó en la cama…¡Habría muerto de un soponcio!. –dijo persignándose. -En la noche de bodas…llenó la cama con pétalos de rosas y cantó para mí, el aria de una ópera. Después del matrimonio me llevó a Italia y allí vivimos por años en una hermosa villa en las afueras de Roma…Mi vida fue un sueño…rodeada de lujos, fiestas, sirvientes …y amor …¡Mucho amor!.
Marta disfrutaba la compañía de Francisca y vibraba con su historia pese a creer que era producto de la imaginación de una anciana solitaria cuya vida no tenía un limite claro entre la fantasía y la realidad. Ninguna mujer en su sano juicio, hubiera dejado de lado los lujos y la riqueza, para vivir en medio de la aquella pobreza.
-Escalábamos cerros y hacíamos pic-nic en la campiña cuando el clima estaba cálido…- continuó Francisca enfrascada en sus recuerdos. -Bailábamos hasta la medianoche en el balcón de nuestra habitación mientras él susurraba en mi oído, poemas eróticos. Vivíamos en nuestro propio mundo, rodeados de gente pero solos en nuestro amor. Cuando Delmónico falleció…-sus ojitos se llenaron de lágrimas. –Conocí la maldad, la insidia y la ambición…¡Ellas me lo quitaron todo!.
-Ellas…¿Quiénes?. –preguntó Marta conmovida.
-Mi suegra y sus hijas…Dijeron que yo era extranjera, que mi matrimonio había sido un fraude y desconocieron mis derechos sobre la herencia de Delmónico…Fue entonces que decidí volver a Chile y dejarlo todo. Mis hijos ya tenían edad suficiente y podían elegir, así es que pensando en su futuro… decidieron quedarse.
-¿La dejaron venirse…solita?. -Marta no daba crédito a sus oídos pensando que daría lo que fuera por haber crecido junto a su madre.
-Les escribí cientos de cartas pero…nunca más…supe de ellos. -con el corazón encogido sacó a la luz el verdadero propósito de contar su historia. -Solo quiero que mis nietos…¡si es que los tengo!…conozcan a su abuela y sepan que fue una persona de bien.

VII

Así continuaron sus reuniones de trabajo por un período de varios meses, hasta que el escrito estuvo terminado.
-Está perfecto…-dijo la anciana conmovida después de leerlo completo. -Tienes dones para las letras…debieras considerar seriamente la posibilidad de…dedicarte a escribir. –enseguida agregó: -Ya no queda mucho tiempo…- sacando de su cartera algo de dinero se lo entregó. -¿Podrías hacer dos copias encuadernadas de este hermoso relato?. También compra dos sobres grandes y muchos sellos postales…

IX

Francisca falleció un domingo en la tarde y lo hizo sin estridencias ni alboroto, con sencilla humildad como había vivido toda su vida. Marta e Ismael salían de la misa de siete y decidieron visitarla para llevarle esos barquillos crujientes que la anciana adoraba. Pensaron que dormía por la plácida dulzura de su rostro y los brazos ceremoniosamente cruzados apretando algo sobre el pecho. Vestía su camisa de dormir rosada y la mañanita de punto calado, que Marta había tejido para ella en navidad. Sus gatos la rodeaban maullando y lamían sus manos con la esperanza de despertarla. En el velador junto a su libro predilecto, una caja torpemente envuelta en papel de diario con algo escrito en su parte superior, llamó la atención de los jóvenes.
-Marta. –decía escrito sobre un trozo de papel blanco pegado con scotch.
Los dos sobres blancos que la muchacha había comprado estaban allí, cada uno con el nombre del destinatario y una complicada dirección en Italia. Escritos con mano temblorosa y una delicada caligrafía había dos nombres: Pier Paolo Rosso y Maura Rosso.
Dentro de la caja había también un documento firmado ante notario, donde nombraba a Marta como su heredera universal de su casa y escasos bienes, más dos enormes monedas de oro que según explicaba en la carta, habían sido un regalo de amor y debían ser utilizadas con sabiduría y generosidad.

En el ataúd más sencillo como era su voluntad y con la fotografía en blanco y negro de un hombre de bigote fino y ojos grises que aferraba contra su pecho al momento de morir, la anciana fue enterrada en una singular ceremonia que marcó un hito en la historia de la población. A la sombra del parrón en casa de Francisca, acompañada por todos los vecinos, incluso aquellos que siempre la ignoraron y los gatos que aún aullaban lastimeros, Marta leyó sus poemas favoritos mientras escuchaban la Boheme en el viejo tocadiscos. Después abrió las botellas de Chianti italiano que Francisca guardaba para esa ocasión importante que nunca llegó y las bebieron todas en su honor. Al acabar la fiesta y por expresa petición de Francisca en su última carta, Marta regaló a cada vecino, uno de los maceteros con flores que su amiga cuidaba con tanta devoción, como un símbolo de amor, perdón, humildad y generosidad que despertó remordimientos en algunos.

Cumpliendo la última voluntad de su amiga, Marta llevó los sobres al correo pensando que en aquella loca historia solo cabían dos posibilidades. La primera era, que los sobres se perdieran enterrados entre cientos de cartas cuyo destino era incierto y la segunda era que ocurriera un milagro y el sueño de Francisca se hiciera realidad.
Y si de sueños se trataba, el de Marta que llegó de pronto a su corazón, inspirado en las palabras de Francisa: sabiduría y generosidad, estaba a punto de hacerse realidad…Al pensar que destino le daría al generoso regalo de su amiga fallecida, decidió convertir la casa de Francisca en biblioteca y centro cultural. El dinero que le pagaron por las monedas de oro, alcanzó para comprar muchos textos que sumados a los cientos de libros que guardaba Francisca bastó para empezar.
Marta ordenaba los últimos textos en las repisas después de pasar el día pintando un lienzo.
-¡Gran inauguración Biblioteca Francisca Martínez de Rosso!. –dijo orgullosa al ver el nombre de casada de su amiga escrito en muchos colores, con enredaderas de flores trepando sobre las letras. -¡Con mucho color como hubiera querido Francisca!. –sonrió satisfecha. El sonido de unos suaves golpecitos en la puerta la hicieron volver a la realidad.
Con la cara y las manos manchadas de pintura abrió.
Un hombre maduro, buenmozo y muy elegante enfundado en un terno azul, que combinaba con el gris de sus ojos, la observaba con curiosidad.
-¿Eres la hija de …Francisca?. –dijo finalmente en una mezcla de español y algún otro idioma desconocido para Marta.
-¿Yo?...¡No!…-respondió sorprendida y algo avergonzada de su aspecto desaliñado. – Yo soy ..o sea…yo era su amiga...Ella falleció…hace ya…cuatro meses… –agregó con los ojitos llenos de lágrimas y enseguida preguntó con algo de recelo. – Perdón la pregunta pero…nunca antes lo ví…¿Usted…es?...
De pronto, el corazón le dio un brinco y su mirada quedó congelada en algo que el hombre apretaba bajo su brazo. La fotocopia encuadernada con la historia de Francisca que ella había escrito, estaba allí en manos de un completo desconocido.
-Pier Paolo Rosso….- respondió él sonriendo, pese a la tristeza que Marta adivinó en su mirada azul. –Yo soy…su hijo.




FIN

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