sábado, 10 de enero de 2009

CAMBIOS EN EL CLIMA


I

Siete campanadas sonaron y aún estaba oscuro, cuando el bus salió del terminal repleto de trabajadores soñolientos cuyo destino eran empresas frutícolas ubicadas en algún pueblo del valle. Tras meses de desempleo y letargo, Ernesto se había levantado de madrugada alertado por un aviso aparecido el día domingo en el diario local. La solicitud especificaba entre otros requerimientos: “Personas con experiencia en poda de parras”. El encargado era un antiguo conocido suyo y prometió palabrearlo con el jefe para que Ernesto fuera uno de los seleccionados para el puesto.
-¡Si así lo dispones señor…si esa es tu voluntad para mi vida…te ruego me des ese trabajo!. –rogó en silencio mientras miraba por la ventana en el bus de regreso. La entrevista con el jefe de personal le dejó conforme y esperanzado.
-Tienes el perfil que andamos buscando. –había dicho el hombre con amabilidad al estudiar el currículo de Ernesto que luego guardó aparte del de los otros postulantes. Al pasar junto al embalse cuyas aguas reflejaban como un espejo las formas sinuosas de los cerros, vio caer las primeras gotas. Sin querer recordó el informe meteorológico de la noche anterior.
-Últimamente acierta en sus pronósticos. - sonrió Ernesto al bajar del bus pensando que una lluvia a comienzos de otoño, sería sin duda un buen augurio. Salió del rodoviario y apuró el paso calculando que aún debía caminar bastante para llegar a su casa antes que lo hiciera el temporal. –Si se llueven los muebles..¡la Jenny me mata!. - Con tantas preocupaciones en su cabeza, había olvidado revisar el estado del techo y las canaletas como hacía cada verano sin fallar desde que obtuvieron el subsidio tres años atrás.

Sin duda el invierno anterior inusualmente frío y seco, dejó en los lugareños la sensación de que el clima cambiaría irremediablemente, alterado por la corriente de la niña.
Todos en el pueblo se vieron afectados por la falta de lluvias. Los predios de la zona dedicados a la exportación de variadas especies frutales tuvieron cosechas mediocres y los agricultores se conformaron con el personal de planta sin contratar temporeros.
Ernesto no tuvo trabajo, no tuvo plata para darle a la Jenny, no tuvo plata para tomarse un traguito con los cabros y se sintió enojado, muy enojado. La pobre Jenny pagó los platos rotos y se llevó la peor parte. Es que a Ernesto no le gustaba gritarle a su mujer y cada día le juraba y se juraba a si mismo desde el fondo de su maltrecho espíritu, que no volvería a hacerlo, pero la falta de oportunidades para un hombre con escasa preparación y ese doloroso vacío que de un tiempo a esta parte se había instalado en su estómago, le desquiciaba y anulaba su voluntad. Y la Jenny que nunca entendía y solo sabía exigir, que la leche para la niña, que los pañales, que la comida y él que no podía darle nada, terminaba reventando y desquitándose con ella, su mujer, el amor de su vida, la reina de sus ojos.
Desde que perdió el último trabajo y ya no pudo encontrar otro, Ernesto notó que algo había cambiado en su vida pero no supo como ponerle atajo. Los problemas, incluso el más insignificante le hacían sentir desorientado, inválido, incapaz de tomar decisiones.
¿Cómo llamar a ese cansancio que cada mañana lo amarraba a la cama?, a la impaciencia que lo consumía y a ese pesimismo que se apoderaba de él robándole la alegría y la esperanza. ¿Quién era ese hombre violento y amargado que ocupaba su lugar?.¿Donde quedó el joven fuerte que le miraba desde el álbum de fotografías?.


Ernesto pasó por la plaza justo cuando las campanas de la iglesia anunciaban las diez de la mañana llamando a la segunda misa del día.
–Si consigo la pega vendré de rodillas a darte las gracias virgencita mía. -dijo persignándose respetuosamente y cerró su chaqueta para protegerse de la lluvia que a cada momento se hacía mas tupida.
Aún no aclaraba cuando había dejado su casa esa mañana para r a la entrevista y como su mujer llevaba varias noches sin dormir cuidando de la niña, no quiso despertarla. Ansiaba llegar pronto y contarle la novedad. El sueldo que le habían prometido era bastante modesto pero bastaría para vivir con decencia como la Jenny se merecía después de tantos años de sacrificio. Al fin volvía a sentirse más seguro, con algo de ánimo, energías y esperanzas. Tal vez ahora…las cosas mejorarían y volverían a ser como antes.

II

En cuanto entró a su casa notó el silencio llenándolo todo y una terrible premonición aguijoneó su corazón. Las buscó en la habitación, el patio y la cocina pero nadie respondió. El intenso repicar de la lluvia sobre las planchas de zinc sacudidas por el viento, erizó la piel de su nuca y pensó en su pequeña hija, que hasta ayer se reponía en casa de un cuadro de neumonitis. Vio el primer resplandor en el cielo cuando se dirigía a buscarlas a casa de Mercedes, pero ellas no estaban allí. Tampoco encontró a nadie en el kiosko de don Juan, cerrado por duelo desde ayer.
-Tal vez Andrea sufrió una recaída y Jenny la llevó al hospital. - pensó atemorizado enfilando hacia el sur con el corazón latiendo violentamente en sus tímpanos. Su hija de cinco añitos recién cumplidos con su negrísima melena ensortijada, era la mitad de su vida…La otra mitad era la Jenny y sin ellas a su lado ya nada tendría sentido. El trueno le sobresaltó repitiendo como un eco en sus oídos el estallido del primer chaparrón.
Con el corazón encogido regresó del hospital y la fatalidad de sus temores le inundaba el corazón como la lluvia que comenzaba a anegar las calles sin pavimento. Pensó en ir al colegio de su hija, pero lo descartó porque Jenny jamás la llevaría en un día frío y lluvioso como aquel. Le temblaban las piernas y pese al agua que chorreaba inclemente por su cuerpo, la cabeza le ardía y las venas de su sien palpitaban en violentas oleadas de rabia mezcladas con pánico. ¡Finalmente había ocurrido!... La Jenny se había marchado llevándose a la niña.
La ira desbocó su corazón y desesperado gritó sus nombres repitiéndolos al viento: ¡Jenny, Shakira Andrea!, pero el sonido de la lluvia ahogó su voz.
Los vecinos temerosos de aquel desquiciado que últimamente gustaba de hacer alboroto por nada, cerraron sus puertas y lo dejaron solo en medio de la calle, abandonado a su dolor.
Ernesto entró a la casa y se acostó sintiéndose un naufrago, perdido en el océano de su cama, ese solitario y extenso desierto que lo envolvía sin su mujer.
Aferrando el camisón de Jenny contra su nariz cerró los ojos para sentir su aroma y lloró como un niño doblegado ante su desgraciado destino. No vio los relámpagos encendiendo de luz los contornos de su casa ni sintió el granizo apedreando todo a su alrededor. La Jenny se había marchado…La Jenny se había marchado llevándose a la niña con ella. Fue entonces que se desgarró el cielo y desde las quebradas ubicadas un par de kilómetros hacia el interior, la tierra abrió su enorme boca y vomitó con violencia. El río creció y se envalentonó arrastrando toneladas de agua, troncos y arena que reptando por entre los valles, avanzaba estirando con ansiosa glotonería su lengua infernal. Eran las dos de la tarde, cuando el aluvión cargando toneladas de desechos, llegó a la zona costera y arrasó el sector norte del pueblo donde estaba ubicada la casa de Ernesto.
-Tengo trabajo Jenny, tengo trabajo…Te prometo que ahora todo mejorará. – repitió Ernesto por última vez antes de cerrar sus ojos.


III

Faltaban cinco minutos para las nueve y Jenny corría por la avenida principal rumbo al colegio. La citación de la escuela especificaba “puntualidad” y aún a paso rápido demoraría otros diez minutos en llegar allí. Hubiera preferido dejar a Shakira Andrea en casa un día más pero sola, no la dejaba por ningún motivo y la profesora dijo que le urgía conversar con ella cuanto antes. Su hija feliz de salir a la calle nuevamente, corría sonriente a su lado. Después de una semana de convalecencia en la casa viendo televisión todo el día, ansiaba volver a clases y jugar con sus amiguitos.
-Antes de la neumonitis intenté citarte para conversar…Últimamente la niña ha estado distraída y silenciosa. –comentó Inés, la parvularia encargada del pre-kinder.
-Las cosas no están bien en la casa. –reconoció Jenny con los ojos enrojecidos. –Ernesto esta sin trabajo desde el año pasado y …
-¿Y…?. –insistió la profesional extrañada por la repentina seriedad de Jenny.
-No sé…o sea, no sé si es normal pero…- titubeó Jenny sin animarse a hablar. -¡El está tan malhumorado!.
-¿Solo… malhumorado?. –Inés tomó las manos de Jenny y miró fijamente sus ojos como si quisiera leer sus pensamientos. -El…¿te ha golpeado?.
-¡Noo!. – respondió la muchacha categórica. –¡Ernesto jamás me levantaría la mano!. –después continuó dando rienda suelta a sus preocupaciones necesitando desesperadamente desahogarse. -La verdad no sé lo que pasa por su cabeza estos días…Siempre está huraño, agresivo y por insignificante que sea el motivo de la discusión, se violenta y me grita como un poseído. Otras veces, se queda todo el día en cama y cuando sale nunca dice adonde va. ¡Esta mañana por ejemplo…Cuando desperté él ya no estaba!. –al final con sus ojitos llenos de lágrimas agregó. –Es como si ya…no me quisiera más.
-¿Has notado sin embargo…?. –la profesora comenzaba a armarse una imagen de la situación. -¿Se ha vuelto de pronto…desconfiado…obsesivamente celoso?.
-¡Sii!. –respondió ella sorprendida. –Incluso cuando voy a la feria a vender la ropa, hace alboroto…En varias ocasiones…¡Lo he descubierto siguiéndome!.
-El problema de tu esposo… -concluyó después de escuchar un buen rato las quejas de la muchacha.
-¿Cuál es su problema?. –una sutil esperanza iluminó la mirada opaca de Jenny.
-Por todos los síntomas que me cuentas, yo creo que tu esposo está atravesando por una crisis…Tal vez una depresión. –respondió la mujer con seriedad.
-¿Depresión…Ernesto?. –preguntó Jenny sorprendida y enseguida agregó tajante. -¡Imposible!...El no es ese tipo de hombres…¡Es un hombre fuerte!.
-Que guarda sus sentimientos, habla poco y no comparte sus preocupaciones. –continuó la profesora.
-¡Si…ese es Ernesto!. –respondió Jenny hinchada de orgullo. –Como decía su antiguo patrón…¡Un proveedor nato!.
-Un proveedor que ahora no tiene trabajo y debe ser mantenido por su esposa, lo que lo hace sentir desgraciado…inútil, incapaz.
-¿Usted cree…que pueda ser eso…?. –preguntó Jenny no muy convencida.
-Sin duda alguna y lo digo por experiencia propia…A mi padre le ocurrió algo similar. –aseveró ella con la mirada extraviada.
-Y su papá…¿se mejoró…salió adelante?. –insistió la muchacha.
-Mi padre se suicidó… el año en que yo dejé mi casa, para ir a la universidad.
-Perdón profesora…yo no sabía!. –se disculpó Jenny avergonzada.
- No te preocupes… -la tranquilizó. -Ocurrió hace años y… ¡el tiempo cura todo!
-¡Estoy asustándome!... – gimoteó Jenny haciendo pucheros. Después estalló en sollozos sintiéndose incapaz de cargar sola con tanta preocupación. -¡Dígame que hacer…porque ya no resisto más!.
-En primer lugar debes ir al consultorio y pedir una hora con el siquiatra…Ernesto va a necesitar de medicamentos y mucho apoyo para salir adelante.


La entrevista con Inés; mujer sabia y juiciosa, alivió de algún modo la pesada carga de Jenny. La extraña actitud de Ernesto tenía una explicación y sobre todo, para tranquilidad suya, una cura si se diagnosticaba a tiempo. Saber a que se estaba enfrentando, renovó sus esperanzas y le animó tanto como el oportuno ofrecimiento de la profesora.
Una hermana de Inés, recién llegada de la capital después de un desengaño amoroso, estaba a punto de inaugurar una boutique en el pueblo y andaba en busca de ropa novedosa que ofrecer a sus clientas.
-Te voy a contactar con ella. –había prometido la profesora antes de despedirse. –Seguro quedará encantada cuando vea tus ingeniosas creaciones y te ayudará con algún dinero por adelantado para la primera colección.
Considerar la posibilidad de alguna salida para la devastadora crisis que estaba viviendo en su hogar, llenó a la muchacha de optimismo.
-Sin duda alguna…¡Nuestra situación mejorará!. –sonrió imaginando un futuro mejor y se encaminó al consultorio a sacar número. Comenzó a caer una suave y persistente llovizna cuando la muchacha ingresó al pequeño recinto hospitalario.
IV

Desde el día en que se casaron Jenny ayudaba a Ernesto con algunos gastos de la casa, vendiendo en la feria, ropa usada. Durante la semana recorría el pueblo comprando prendas que la gente desechaba por anticuada y con una habilidad sorprendente, quitando aquí poniendo allá, la transformaba en algo moderno y atractivo.
El exceso de trabajo en su hogar, el cuidado de su hija, la falta de preparación y la escasez de capital, se confabulaban para estancar los ambiciosos proyectos de Jenny. Sin dinero para invertir en materiales y gastando las escuálidas ganancias en la manutención de la casa, el negocio jamás prosperaría. Poca inversión = poca producción = poca ganancia.
Aunque la vida no resultó ser exactamente como algún día soñó, Jenny nunca se daba por vencida y continuaba luchando para superar las inclemencias de una suerte esquiva. Abandonar los estudios con escasos dieciséis años y continuar con un embarazo no deseado fue en su momento una decisión difícil y dolorosa para una joven que ambicionaba una profesión, independencia y prosperidad. Sin el apoyo del padre de la criatura, que era por cierto una criatura más, ni del liceo que suspendió su matricula no bien enterarse de su embarazo más su familia que la abandonó a su suerte, el futuro para Jenny que se negó rotundamente a la posibilidad de un aborto, se vislumbraba negro.
Fue una tarde de primavera a la salida del control en el hospital, que apareció Ernesto.
V

Conducía un colectivo en reemplazo de un amigo enfermo con la secreta esperanza de ser contratado. Con algo de suerte, el dueño de la empresa se fijaría en su seriedad y podría dejar el trabajo bien pagado, pero inestable como temporero en las fruteras de la zona.
-¿A dónde te llevo?. –preguntó mirando con curiosidad por el espejo retrovisor a la joven sentada en el asiento trasero.
-No lo sé. –respondió ella mirando sin rumbo por la ventana del vehículo mientras gruesos lagrimones rodaban por las mejillas juveniles.
-Ya terminé mi recorrido por hoy. –dijo él conmovido deteniendo el colectivo para voltearse y mirar directamente a la muchacha que pese a su juventud mostraba un avanzado embarazo. –Ya son pasadas las tres, en el hospital las esperas son largas y seguro no has comido nada desde el desayuno…¿Quieres acompañarme a almorzar?.
Justo ese día, la ecografía había confirmado a Jenny el sexo de su bebé.
-Una niña…¡esperas una niña!. –había dicho la doctora mostrando la diminuta columna vertebral y la incipiente formación de sus genitales en forma de corazón.


Después de una convivencia de seis años con una mujer mayor, que lo abandonó un día para correr tras uno más maduro y adinerado, Ernesto transitaba por la vida con desconfianza crónica hacia el mal llamado sexo débil. Cargar en el pueblo con el estigma del hombre engañado aunque fuera un joven de escasos veintiséis años era duro, así es que por miedo a sufrir o ser herido nuevamente, sus relaciones desde entonces, se volvieron frías, superficiales y pasajeras. Volver a enamorarse no estaba de modo alguno entre sus planes inmediatos.
-Es una niña. –repitió ella sonriéndole al chofer en medio de las lágrimas. –Es una niña y se va a llamar Shakira como la cantante…¡Shakira Andrea!.
Lo de Ernesto por Jenny fue amor a primera vista. Una misteriosa mezcla de ternura y pasión que lo remeció desde la médula, echó por tierra sus arraigados temores y derrumbó todas sus defensas.
La candidez de aquella joven valiente que aún en medio de la angustia se permitía soñar, le encandiló y despertó ese sentimiento profundo, generoso y verdadero que sin saber…Ernesto había reservado solo para ella.
Lo de Jenny fue a segunda o tercera vista pero no por ello menos poderoso, honesto y profundo. Un amor…como dicen aquellos cuyo matrimonio fue arreglado por la familia, nacido de la sana convivencia, del respeto mutuo y del auténtico deseo de hacer feliz al otro aún a costa de pequeños sacrificios personales.
-¡Ernesto me conquistó!. –confesaba a sus amigas con la felicidad pintada en el rostro.
-Parece… tan huraño. –comentaban sus compañeras de colegio arriscando la nariz. -¡Ni siquiera nos atrevemos a visitarte cuando él esta en la casa!.
-Es que él…es algo tímido, introvertido pero en la intimidad... – sin querer se sonrojaba al recordar su vida conyugal. –Es cariñoso, dulce y…¡apasionado!.
.




VI

Después de una hora y media de espera, finalmente había conseguido un número para la atención de un médico general quién derivaría a su esposo con un siquiatra. ¡Así era la burocracia hospitalaria en el país!.
Eran más de las once cuando Jenny salió del hospital y un escalofrío recorrió su espalda al sentir el estruendo de los primeros relámpagos que remecieron los vidrios del establecimiento. Pronto se iniciaría el verdadero chaparrón.
Ernesto había desaparecido temprano en la mañana y seguro no regresaría hasta la tarde, así es que decidió pasar al centro a comprar algunos materiales que necesitaba para terminar unos encargos. Tiempo tenía de sobra, porque antes de salir dejó preparado el almuerzo.
Como el dinero brillaba por su ausencia, Jenny debía acudir a todo su ingenio para transformar lo in transformable y convertir prendas prácticamente inservibles en verdaderas maravillas con el mínimo presupuesto.
En el bazar compraría un par de blondas, tapacosturas, anilinas e hilo de bordar. De allí pasaría al local de don Abraham para echar un vistazo, solo un vistazo. –prometió con resignación.
Cuando entró a la tienda de telas el agua caía con baldes pero no importaba. Para Jenny aquel oscuro boliche era su reino, el mejor lugar del mundo después de su casa en los buenos tiempos con Ernesto y su hija.
Caminando muy lento por entre los largos mesones repletos con rollos de tela, Jenny descubría los nuevos colores y texturas mientras acariciaba en una experiencia casi erótica la suavidad de las sedas, el terciopelo o la organza. Soñar con hermosos vestidos inspirada en lo que allí veía, era su pasatiempo. En cuanto llegara a casa dibujaría con trazos algo infantiles sus diseños, en un antiguo cuaderno de castellano, único recuerdo de su último año escolar.
Pasar algún rato allí en su reino de telas y texturas era una válvula de escape, el minuto para soñar y olvidar lo azaroso de su vida.
Don Abraham le hizo señas para avisarle que era hora de cierre.
-¡La una y media!...-exclamó sorprendida al ver lo rápido que pasó la hora y se encaminó a la salida. -Disculpe don Abraham ya me voy.
-No te preocupes Jenny, ven cuando quieras… –respondió el anciano cariñosamente. – Uno de estos días…cuando las ventas mejoren, te voy a contratar. –enseguida tomó un paraguas y se lo entregó con amabilidad. -¡Mañana me lo devuelves!...Anda luego a tu casa que esto pinta para diluvio.
Premunida de paraguas corrió de regreso a la escuela para retirar a su hija antes de que la cosa empeorara. Se arrepintió de haberla dejado allí un día de lluvia, pero nadie podía prever que por única vez en la vida, el meteorólogo acertaría en su pronóstico.
Los relámpagos iluminaban fosforescentes el cielo gris cargado de nubes espesas y amenazantes. Jenny contaba mentalmente el tiempo que demoraba en sonar el trueno para determinar si la tormenta iba en aumento o se alejaba.
-¡Dios mío…esta es grande!. –pensó con un extraño presentimiento y apuró el paso para acortar las dos cuadras que aún quedaban para llegar al antiguo establecimiento, ubicado exactamente a medio camino entre su casa y el centro.
Al dar la vuelta a la esquina, creyó escuchar la voz de su esposo llamándola y aunque miró en todas direcciones pensando que venía tras ella, no lo vio y se detuvo en seco. Una extraña sensación de incertidumbre y temor la invadió paralizándola. Sin pensarlo dos veces y en un impulso carente de toda lógica, Jenny cambió de dirección, cerró el paraguas decidida a correr y enfiló rumbo a su casa con la convicción de que su hija estaría bien cuidada en la escuela.
-Ernesto, Ernesto. - se repetía aterrada mientras corría por los barriales, pensando que algo muy malo estaba a punto de ocurrir. –Esto también va a pasar…el doctor nos va a ayudar y saldremos nuevamente adelante…-¡Señor, señor!. –clamaba descontrolada en su desesperación. –Protege a mi marido y danos otra oportunidad…
Con las piernas acalambradas por el esfuerzo y el corazón atemorizado latiendo exhausto en su pecho, Jenny corría entre los charcos mojada hasta los huesos.
-¡Ernesto!. –gritó en el antejardín. -¡Ernesto!. –repitió histérica entre las lágrimas, incapaz de apuntar con la llave en la cerradura. Entró a su casa y con ella el agua que en cosa de segundos inundó todo, hasta la altura de sus rodillas. Desesperada recorrió la pequeña vivienda buscando a su esposo.
-¡Ernesto despierta, Ernesto despierta!. –gritó fuera de sí al entrar a su habitación, creyéndolo muerto.
-¡Jenny…volviste!. –balbuceó Ernesto semi-dormido pensando que aún soñaba.
-¡Levántate Ernesto que vamos a salir!. –dijo ella corriendo al comedor para desenchufar su máquina de coser que rápidamente envolvió en el mantel de hule.
-¿Por qué quieres salir?...Está lloviendo. –preguntó perplejo.
-¡No lo sé, no lo sé!. –respondió Jenny impulsada por un fuerza sobrenatural y lo empujó fuera.
Con el agua hasta las caderas salieron luchando contra la fuerza del torrente que les impedía avanzar. Afuera el caos era total. La gente gritaba intentando rescatar algunas de sus pertenencias desde las aguas, otras se encaramaban en los techos temerosos de morir ahogados dentro de sus casas sin el valor suficiente para lanzarse a nadar.
Con sus manos aferradas, dependiendo nuevamente el uno del otro, avanzaban firmes y seguros casi en trance hipnótico, impulsados por esa voluntad férrea del que nació luchando.
Al llegar a un promontorio al otro lado de la calle donde algunos se habían puesto a salvo, sintieron un estruendo descomunal que hizo retumbar los vidrios de las casas y se voltearon a ver.
Una formidable avalancha proveniente de las quebradas interiores avanzaba implacable llevándose todo a su paso. Un pequeño furgón escolar sin pasajeros avanzaba raudo junto a troncos de diversas formas y tamaños sobre aquel espeso revoltijo.
Con la misma facilidad que se arranca una flor, su modesta casa construida sobre pilotes de madera, fue arrancada de cuajo y lanzada sobre la correntada. Allí se enderezó y muy erguida con sus cuatro ventanitas abiertas como si estuviera despidiéndose para salir de viaje y avanzó flotando cual arca de Noé rumbo a la playa chica.
Algunos lloraban de tristeza al ver sus cosas flotando en medio de ese río de lodo y otros de alegría porque aún estaban vivos, tenían salud y podrían recomenzar.
Con el aluvión también se fueron dos novillos de don René, los muebles de la Palmira, la bicicleta del cartero, una casa de perro y muchas otras cosas, que el mar después de un tiempo generosamente devolvió y depositó sobre la playa.
Ernesto acomodó el bulto con la máquina sobre su hombro y asió con firmeza la mano de su mujer sin decir una palabra. Jenny tampoco dijo nada, solo sonrió, abrió el paraguas sobre ambos y emprendió la marcha rumbo a la escuela. Su hija esperaba por ellos.


FIN

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